Notas sobre la configuración del orbe político greco-helenístico.
‘Troya, Alejandro y Roma no fueron, sin embargo, más que el principio. En los siglos que siguieron a la extinción del Imperio romano, la geografía cultural, política y religiosa de Europa y de Asia cambiaron, al irrumpir en ambas regiones nuevos pueblos, con nuevas identidades: tribus germánicas nómadas en Occidente; pueblos mongoles, turcos y árabes en Oriente. Pero cada oleada sucesiva, cuando se remansaba, reanudaba la antigua lucha entre un Occidente en cambio constante y un Oriente igual de amorfo. En Troya se había encendido una llama que ardería sin cesar a lo largo de los siglos, en la que a los troyanos les sucedieron los persas, a los persas los fenicios, a los fenicios los partos, a los partos los sasánidas, a los sasánidas los árabes y a los árabes los turcos otomanos.’
Anthony Pagden, Mundo en guerra. 2500 años de conflicto entre Oriente y Occidente (RBA, Barcelona, 2008, p. 17).
Las leyes eternas del espíritu en su determinación y la subjetividad, que vive en ellas con libertad consciente de sí misma, son lo que aquí nos importa sobre todo. En el mundo oriental la sustancia ética y el sujeto se encuentran frente a frente. Aquella es conocida como natural o abstracta; lo ético ejerce un poder despótico sobre el sujeto y se actualiza mediante la voluntad de uno solo, frente al cual los otros sujetos carecen de libertad. Pero los sujetos pueden igualmente atenerse a sí mismos; hacerlo es entonces someterse a los fines particulares, a las pasiones, a la arbitrariedad, a la falta de eticidad. Estos dos contrarios existen en el mundo oriental. En el griego están armoniosamente unidos; la eticidad es una con el sujeto, cuyos fines se han convertido en virtudes. Lo ético aparece como el Estado, en el cual tiene su existencia lo universal. El Estado se alza también, sin duda, frente al individuo; pero el fin del individuo mismo es esa esencia que llamamos Estado. El Estado es su propio interés; en él posee el individuo la libertad consciente de sí, la cual implica que el individuo venere aquello a que obedece y que, poseyendo su voluntad propia, esta no tenga otro contenido que lo objetivo, el Estado.
G.W.F. Hegel, Lecciones sobre la filosofía de la historia universal. El mundo griego.
Herodoto sabe, sin embargo, lo mismo que sus lectores, que es su libertad para debatir y su igualdad ante la ley lo que hace a los griegos tan buenos soldados. Clístenes los había hecho libres y había sido como consecuencia de su libertad como habían ido, en frase de Herodoto, fortaleciéndose más y más y como habían demostrado, si fuese necesario demostrarlo,
‘qué noble cosa es la igualdad ante la ley [isonomía], no en un aspecto sólo sino en todos; porque mientras habían estado oprimidos por tiranos no habían tenido mayores éxitos en la guerra que el resto de sus vecinos, en realidad, pero, una vez que se habían sacudido el yugo, habían demostrado ser los mejores soldados del mundo’ (Historias).
Los esclavos “eludirían siempre su deber en el campo de batalla”, porque combaten contra su voluntad y su interés y en beneficio de algún otro. En cambio, los hombres libres, incluso cuando están luchando por su ciudad, luchan sólo por sí mismos. La libertad ha aumentado siempre, de este modo, en Occidente, porque servía a los intereses del poder.
Anthony Pagden, Mundo en guerra. 2500 años de conflicto entre Oriente y Occidente (RBA, Barcelona, 2008, pp. 44 y 45).
A. Preámbulo.
I. El mundo político griego alcanza su densidad histórica entre tres siglos (del VI al IV a.C., aprox.), y con arreglo a la dialéctica que se da entre tres grandes plataformas geopolíticas: la persa, la ateniense y la macedónica. Del enfrentamiento de las tres surgirá la base matricial de lo que es occidente.
II. En una primera fase tienen lugar las Guerras Médicas (490-479 a.C.), que supusieron el enfrentamiento entre el mundo persa y el de las ciudades-estado griegas. En una segunda fase, tiene lugar la Guerra del Peloponeso (431-404 a.C.), que fue algo así como una pugna al interior del mundo griego (Atenas contra Esparta) que desembocaría en la emergencia del poder macedónico (Filipo II, Alejandro), que somete a las ciudades griegas y al mundo persa por igual, llevando a su cúspide esa dialéctica general mediante el establecimiento de lo que la historiografía conoce como el mundo helenístico.
B. Primer movimiento. Dialéctica externa: con el imperio persa.
I. Desde mediados del siglo VI hasta que Alejandro Magno quemó la capital persa de Persépolis en 330 a.C., la historia griega se desarrolló a la sombra del Imperio persa. Era el estado más poderoso y mayor del mundo antiguo, aunque, desde ciertos criterios, tanto su ascensión como su duración fueron relativamente rápidos. El pueblo al que denominamos persa era en principio una tribu pequeña asentada en un territorio situado entre del golfo pérsico y los desiertos centrales de Irán, llamado en la antigüedad Persis (moderno Fars), del que tomaron su nombre. Formaban parte durante mucho tiempo del imperio de los medos, al que pagaban tributo. Es total el consenso relativo al hecho de que en este enfrentamiento greco-persa se concentra el antagonismo estructural entre oriente y occidente.
II. El acontecimiento que concentra ese antagonismo fueron las Guerras Médicas: una serie de conflictos que se prolongan intermitentemente entre 490 y 479 a.C. El testimonio que se tiene procede de las Historias de Herodoto (484-426 a.C.).
III. Del bando persa hay varios caudillos. Al compás de su sucesión habría de darse la marcha del enfrentamiento con el mundo griego. Los caudillos fueron Ciro (Ciro II El Grande), que vive entre el 600/575 al 530 a.C., y reina entre 559 y 529; Darío (Darío I El Grande), que vive entre 549 y 486, y gobierna entre 522 y 486; y Jerjes, que vive entre 519 y 466, y reina desde 486 hasta su muerte.
IV. Cuando Darío (522) asciende al poder persa es cuando se activa, en realidad, el conflicto, que es descrito por Herodoto como un drama de desigual enfrentamiento entre asiáticos y griegos, más débiles pero más hábiles, y que al final alcanzarían la victoria. Algunos historiadores hacen residir ese triunfo insólito en un conjunto de virtudes de exclusiva factura griega (isonomía, fusión del individuo con la finalidad del Estado), que son las que estaban llamadas a quedar establecidas como base de nuestra tradición filosófico-política.
V. Tres fueron las batallas decisivas: Maratón (septiembre de 490), Termópilas (agosto de 480) y Salamina (septiembre de 480). En cada una de ellas se destaca el correspondiente caudillo griego: Clístenes en Maratón, Leónidas el espartano en las Termópilas y Temístocles en Salamina. El conflicto inicial, acaecido en los albores del siglo V (499), tuvo lugar por la rebelión de los jonios (griegos asiáticos), griegos de Chipre y anatolios contra sus gobernadores persas. La cadena de guerras, rebeliones e invasiones no se detendría hasta Salamina.
VI. En Maratón, el triunfo griego había sido evidente, como lo dejaba ver la diferencia entre las bajas persas, del orden de los 6,400 hombres, y las atenienses, que fueron 162. Ahí concluía la primera de las Guerras Médicas. Muerto Darío en 486, es sustituido por su hijo Jerjes, que luego de conquista Egipto vuelve a la carga.
VII. En 480, Jerjes fue apoderándose, una a una, de las pequeñas ciudades griegas: los estados del Peloponeso, Esparta, Corinto y hasta Atenas. En agosto, el rey espartano Leónidas intenta ponerle freno Aunque muere en el intento y fracasa, el simbolismo de la batalla de las Termópilas tenía garantizada la posteridad como emblema del valor de las causas perdidas.
VIII. Luego de su triunfo en las Termópilas, Jerjes logró entrar en el Ática, encontrando Atenas, no obstante, casi desierta. El resto de la población había huido a la isla de Salamina, donde una flota de 380 navíos aliados estaba a la espera para el evacúo, es decir, para la huida. Pero un comandante ateniense, Temístocles, propuso que los griegos se quedaran allí, y combatir en los estrechos. Así lo harían, logrando el desconcierto de la flota persa, que poco a poco fueron hundiéndose. Era el 22 de septiembre de 480.
IX. Considerada como la mayor batalla naval de la historia antigua, la batalla de Salamina supuso también el fin de las Guerras Médicas bajo el sello ateniense, haciendo que Atenas pasara a ser el epicentro hegemónico del mundo mediterráneo, configurando en torno suyo lo que terminó denominándose el “imperio ateniense”, premisa geopolítica del antagonismo que vino inmediatamente después.
C. Segundo movimiento. Dialéctica interna: Atenas contra Esparta.
I. El resultado político natural del triunfo ateniense en Salamina era la solidificación de su control mediterráneo. La premisa de la segunda fase dialéctica del mundo político griego quedaba dispuesta. Herodoto lo sabía muy bien, cuando escribe que ‘yo debo decir una cosa desagradable para la gran mayoría de los griegos, pero la diré de cualquier forma; y es que sin la victoria militar de los atenienses, Grecia no habría podido nunca salvar su libertad’.
II. ¿Por qué dice Herodoto esto y lo dice con tanta claridad? Para explicarle a los griegos, que padecían en esos momentos el predominio ateniense, que no se podía ni se debía olvidar cuánto se le debía a los atenienses. La lucha con el enemigo exterior fue seguida en Grecia, dice Hegel, de guerras intestinas.
III. La guerra de Esparta contra Atenas estalla en el 431 a.C., duró veintisiete años, y fue combatida con una consigna de parte de Esparta: ‘restituir la libertad a los griegos oprimidos por los atenienses’, esto es, a aquélla parte del mundo griego que estaba bajo el imperio de Atenas. Fueron las Guerras del Peloponeso (431-404 a.C.) como segundo movimiento. El testimonio fue consignado por Tucídides (460-395 a.C.) en Historia de la guerra del Peloponeso.
IV. Con el intento de mantener a raya la amenaza persa, se forja una liga de hegemonía ateniense, alrededor del 478 y 477, la Liga Délica, formada por las ciudades jonias de la costa occidental del Asia Menor, el Helesponto y la Propóntide. A la postre, decir liga Délica era decir imperio ateniense. Contra él fue que se enderezó la liga de estados dirigida por Esparta (Liga del Peloponeso), que terminó venciendo a Atenas.
V. Del lado ateniense, Pericles (495-429), Cleón, Nicias (470-413) y Alcibíades (450-404), del lado espartano (Peloponeso), Arquídamo II, Brásidas y Lisandro. Para Hegel, Pericles tenía una profunda conciencia del carácter sustancial de su patria: y la grandeza de su espíritu consiste en esa conciencia. ‘En la oración fúnebre a los caídos en el primer año de la guerra del Peloponeso, no alaba a los atenienses por su valor y patriotismo, sino porque lucharon y cayeron en pro de una ciudad como aquella; de suerte que la causa defendida era lo que Pericles consideraba grande (Lecciones sobre la filosofía de la historia universal).
VI. Dividida por los historiadores en tres fases (guerra arquidámica, del 431 al 421, segunda guerra, del 415 al 413, y la guerra Decelia, del 413 al 404), la serie de conflictos internos concluye con la toma de Atenas por Lisandro en el 404.
VII. La caída de Atenas supuso un cambio radical en el mapa de la Antigua Grecia, habiéndose destruido muchas de las ciudades fundamentales de ese período como Tebas, Argos, y Esparta y Atenas mismas. Tras sui caída, Atenas habría de ser gobernada por el régimen oligárquico de los Treinta Tiranos. Es el contexto de la crisis política en medio de la cual cristaliza, con Platón, la forma académica de la filosofía (Fundación de la Academia alrededor del 388 a.C.). El segundo movimiento de configuración del mundo político griego exponía en su fundamento su estructura racional, así como los perfiles perdurables de su carácter histórico.
VIII. ‘En suma’, dice Hegel otra vez, ‘los momentos de la esencia ateniense fueron la independencia de los individuos y una cultura animada por el espíritu de la belleza…Por iniciativa de Pericles fueron levantados aquellos monumentos eternos de la escultura, cuyas escasas reliquias asombran a la posteridad. Ante este pueblo fueron representados los dramas de Esquilo y Sófocles, y más tarde los de Eurípides, que ya no tienen, sin embargo, el mismo carácter plástico y ético y en los cuales el principio de la decadencia empieza a manifestarse. A este pueblo fueron dirigidos los discursos de Pericles. De este pueblo nació un círculo de hombres que han sido los clásicos de todos los siglos; a ellos pertenecen, además de los citados, Tucídides, Sócrates y Platón y también Aristóteles, que conservó toda la gravedad política de su pueblo, en la época de la decadencia, y escribió y creó siempre con el pensamiento puesto en el bien de la patria. Vemos, pues, en los atenienses una gran actividad, movilidad y desarrollo de la individualidad, dentro del círculo de un espíritu ético. Este desarrollo espiritual de la individualidad es sin duda el carácter fundamental de Atenas… La unidad de este espíritu, que aparece manifiesta en las resoluciones sobre los negocios públicos, fue creada por los estadistas y sus arengas públicas. Entre ellos descuella Pericles, el político más grandes de la Edad antigua y moderna, verdadero carácter plástico’. (Lecciones).
D. Tercer movimiento. La síntesis macedónica.
I. Ubicada desde tiempo atrás en la periferia del orbe helénico, Macedonia estaba llamada a figurar como tercer plataforma fundamental de cuyo contacto con el mundo griego post-peloponesio habría de darse la síntesis política suprema.
II. No era una ciudad-estado, sino más bien una monarquía, a la cabeza de la cual arribaría, en 359, un líder que hoy se llamaría carismático (Weber): Filipo II (382-336). Reinó por veintitrés años, transformando a Macedonia en el más poderoso de los estados griegos. En agosto de 338, en Queronea, Beocia, al noroeste de Tebas, vencería a la alianza de ciudades griegas encabezada por Atenas y Tebas, afirmándose como la potencia sin rival del mundo griego. Daba inicio el tercer movimiento de configuración del mundo político griego.
III. Y siendo imposible mantenerse inerte ante el antagonismo con el mundo persa, Filipo declaró la guerra, también, al imperio persa, con la intención de vengar el sacrilegio de Jerjes. Sería la guerra definitiva, que pondría fin, para siempre, a su poder.
IV. Pero Filipo muere asesinado en 336. El hombre que heredó el trono fue su hijo, Alejandro III, conocido por la historia como Alejando Magno (356-323). La gran invasión panhelénica a oriente habría de llevarlo como timonel. El escenario de la conquista griega de Asia lleva su nombre. En 330, entraba en Persépolis, capital persa. Llegaría hasta Afganistán y Bactria.
V. ‘La subjetividad interior –dice Hegel-, que Sócrates había proclamado, apareció en el mundo exterior, como algo real y verdadero, en una individualidad política que llegó a dominar sobre toda Grecia… El rey extranjero Filipo de Macedonia asumió la venganza de la ofensa inferida al oráculo y ocupó el lugar de este, haciéndose dueño de Grecia. Filipo sometió a los Estados helénicos y despertó en ellos la conciencia de que su independencia había terminado, de que ya no podían mantenerse independientes. La dureza, la violencia, la falacidad política, toda esa odiosidad que se ha reprochado tan frecuentemente a Filipo no recae ya sobre el joven Alejandro. Este no necesitó hacerse culpable de etas cosas; en cambio tuvo los medios para llevar a cabo los planes de su padre, que había tenido que procurarse esos medios por mezquinas tretas políticas, poniendo así un instrumento perfecto en la mano de su hijo… Por otra parte, Alejandro tuvo por maestro a Aristóteles, el pensador más profundo y enciclopédico de la Antigüedad, el pensador más profundo de todos los pensadores, incluyendo acaso también los de la Edad Moderna. Él condujo a Alejandro –y esto es histórico- a través de la más profunda metafísica, que muchos actuales profesores de metafísica no pueden entender. Así Alejandro, espíritu genial, fue también interiormente libre; su ánimo se elevó al elemento del pensamiento; su naturaleza quedó perfectamente purificada y libertada de los otros vínculos de la opinión, de la rudeza, de las vacuas representaciones… Alejandro ha sido el más bello héroe individual. Él fue casa de que el mundo griego se difundiera por todo el Asia’. (Lecciones).
VI. Con Alejandro la soberanía helenística se hizo teocrática. Es una práctica que heredarían, también, los emperadores de Roma. Pero sobre todas las cosas, el problema político que dejó formulado (que podría denominarse “el problema de Alejandro”) fue el de la necesidad de configurar un orden universal, un imperium, construido como una totalidad atributiva, uniendo pueblos de los orígenes más variados y donde la participación en el todo era lo que confería coherencia y consistencia a cada una de las partes. Para Plutarco, Alejandro había puesto en práctica el universalismo político del estoico Zenón. El problema habría de aparecer una y otra vez en occidente, en los momentos políticos fundamentales, cuando la necesidad del orden político se manifestaba en el seno de las crisis de disolución. De alguna manera, la forma en que se la ha dado respuesta al problema de Alejandro determina, en gran medida, la historia política interna de occidente, y la historia filosófica de la filosofía política.
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Notas sobre la configuración del orbe político greco-helenístico.
‘Troya, Alejandro y Roma no fueron, sin embargo, más que el principio. En los siglos que siguieron a la extinción del Imperio romano, la geografía cultural, política y religiosa de Europa y de Asia cambiaron, al irrumpir en ambas regiones nuevos pueblos, con nuevas identidades: tribus germánicas nómadas en Occidente; pueblos mongoles, turcos y árabes en Oriente. Pero cada oleada sucesiva, cuando se remansaba, reanudaba la antigua lucha entre un Occidente en cambio constante y un Oriente igual de amorfo. En Troya se había encendido una llama que ardería sin cesar a lo largo de los siglos, en la que a los troyanos les sucedieron los persas, a los persas los fenicios, a los fenicios los partos, a los partos los sasánidas, a los sasánidas los árabes y a los árabes los turcos otomanos.’
Anthony Pagden, Mundo en guerra. 2500 años de conflicto entre Oriente y Occidente (RBA, Barcelona, 2008, p. 17).
Las leyes eternas del espíritu en su determinación y la subjetividad, que vive en ellas con libertad consciente de sí misma, son lo que aquí nos importa sobre todo. En el mundo oriental la sustancia ética y el sujeto se encuentran frente a frente. Aquella es conocida como natural o abstracta; lo ético ejerce un poder despótico sobre el sujeto y se actualiza mediante la voluntad de uno solo, frente al cual los otros sujetos carecen de libertad. Pero los sujetos pueden igualmente atenerse a sí mismos; hacerlo es entonces someterse a los fines particulares, a las pasiones, a la arbitrariedad, a la falta de eticidad. Estos dos contrarios existen en el mundo oriental. En el griego están armoniosamente unidos; la eticidad es una con el sujeto, cuyos fines se han convertido en virtudes. Lo ético aparece como el Estado, en el cual tiene su existencia lo universal. El Estado se alza también, sin duda, frente al individuo; pero el fin del individuo mismo es esa esencia que llamamos Estado. El Estado es su propio interés; en él posee el individuo la libertad consciente de sí, la cual implica que el individuo venere aquello a que obedece y que, poseyendo su voluntad propia, esta no tenga otro contenido que lo objetivo, el Estado.
G.W.F. Hegel, Lecciones sobre la filosofía de la historia universal. El mundo griego.
Herodoto sabe, sin embargo, lo mismo que sus lectores, que es su libertad para debatir y su igualdad ante la ley lo que hace a los griegos tan buenos soldados. Clístenes los había hecho libres y había sido como consecuencia de su libertad como habían ido, en frase de Herodoto, fortaleciéndose más y más y como habían demostrado, si fuese necesario demostrarlo,
‘qué noble cosa es la igualdad ante la ley [isonomía], no en un aspecto sólo sino en todos; porque mientras habían estado oprimidos por tiranos no habían tenido mayores éxitos en la guerra que el resto de sus vecinos, en realidad, pero, una vez que se habían sacudido el yugo, habían demostrado ser los mejores soldados del mundo’ (Historias).
Los esclavos “eludirían siempre su deber en el campo de batalla”, porque combaten contra su voluntad y su interés y en beneficio de algún otro. En cambio, los hombres libres, incluso cuando están luchando por su ciudad, luchan sólo por sí mismos. La libertad ha aumentado siempre, de este modo, en Occidente, porque servía a los intereses del poder.
Anthony Pagden, Mundo en guerra. 2500 años de conflicto entre Oriente y Occidente (RBA, Barcelona, 2008, pp. 44 y 45).
A. Preámbulo.
I. El mundo político griego alcanza su densidad histórica entre tres siglos (del VI al IV a.C., aprox.), y con arreglo a la dialéctica que se da entre tres grandes plataformas geopolíticas: la persa, la ateniense y la macedónica. Del enfrentamiento de las tres surgirá la base matricial de lo que es occidente.
II. En una primera fase tienen lugar las Guerras Médicas (490-479 a.C.), que supusieron el enfrentamiento entre el mundo persa y el de las ciudades-estado griegas. En una segunda fase, tiene lugar la Guerra del Peloponeso (431-404 a.C.), que fue algo así como una pugna al interior del mundo griego (Atenas contra Esparta) que desembocaría en la emergencia del poder macedónico (Filipo II, Alejandro), que somete a las ciudades griegas y al mundo persa por igual, llevando a su cúspide esa dialéctica general mediante el establecimiento de lo que la historiografía conoce como el mundo helenístico.
B. Primer movimiento. Dialéctica externa: con el imperio persa.
I. Desde mediados del siglo VI hasta que Alejandro Magno quemó la capital persa de Persépolis en 330 a.C., la historia griega se desarrolló a la sombra del Imperio persa. Era el estado más poderoso y mayor del mundo antiguo, aunque, desde ciertos criterios, tanto su ascensión como su duración fueron relativamente rápidos. El pueblo al que denominamos persa era en principio una tribu pequeña asentada en un territorio situado entre del golfo pérsico y los desiertos centrales de Irán, llamado en la antigüedad Persis (moderno Fars), del que tomaron su nombre. Formaban parte durante mucho tiempo del imperio de los medos, al que pagaban tributo. Es total el consenso relativo al hecho de que en este enfrentamiento greco-persa se concentra el antagonismo estructural entre oriente y occidente.
II. El acontecimiento que concentra ese antagonismo fueron las Guerras Médicas: una serie de conflictos que se prolongan intermitentemente entre 490 y 479 a.C. El testimonio que se tiene procede de las Historias de Herodoto (484-426 a.C.).
III. Del bando persa hay varios caudillos. Al compás de su sucesión habría de darse la marcha del enfrentamiento con el mundo griego. Los caudillos fueron Ciro (Ciro II El Grande), que vive entre el 600/575 al 530 a.C., y reina entre 559 y 529; Darío (Darío I El Grande), que vive entre 549 y 486, y gobierna entre 522 y 486; y Jerjes, que vive entre 519 y 466, y reina desde 486 hasta su muerte.
IV. Cuando Darío (522) asciende al poder persa es cuando se activa, en realidad, el conflicto, que es descrito por Herodoto como un drama de desigual enfrentamiento entre asiáticos y griegos, más débiles pero más hábiles, y que al final alcanzarían la victoria. Algunos historiadores hacen residir ese triunfo insólito en un conjunto de virtudes de exclusiva factura griega (isonomía, fusión del individuo con la finalidad del Estado), que son las que estaban llamadas a quedar establecidas como base de nuestra tradición filosófico-política.
V. Tres fueron las batallas decisivas: Maratón (septiembre de 490), Termópilas (agosto de 480) y Salamina (septiembre de 480). En cada una de ellas se destaca el correspondiente caudillo griego: Clístenes en Maratón, Leónidas el espartano en las Termópilas y Temístocles en Salamina. El conflicto inicial, acaecido en los albores del siglo V (499), tuvo lugar por la rebelión de los jonios (griegos asiáticos), griegos de Chipre y anatolios contra sus gobernadores persas. La cadena de guerras, rebeliones e invasiones no se detendría hasta Salamina.
VI. En Maratón, el triunfo griego había sido evidente, como lo dejaba ver la diferencia entre las bajas persas, del orden de los 6,400 hombres, y las atenienses, que fueron 162. Ahí concluía la primera de las Guerras Médicas. Muerto Darío en 486, es sustituido por su hijo Jerjes, que luego de conquista Egipto vuelve a la carga.
VII. En 480, Jerjes fue apoderándose, una a una, de las pequeñas ciudades griegas: los estados del Peloponeso, Esparta, Corinto y hasta Atenas. En agosto, el rey espartano Leónidas intenta ponerle freno Aunque muere en el intento y fracasa, el simbolismo de la batalla de las Termópilas tenía garantizada la posteridad como emblema del valor de las causas perdidas.
VIII. Luego de su triunfo en las Termópilas, Jerjes logró entrar en el Ática, encontrando Atenas, no obstante, casi desierta. El resto de la población había huido a la isla de Salamina, donde una flota de 380 navíos aliados estaba a la espera para el evacúo, es decir, para la huida. Pero un comandante ateniense, Temístocles, propuso que los griegos se quedaran allí, y combatir en los estrechos. Así lo harían, logrando el desconcierto de la flota persa, que poco a poco fueron hundiéndose. Era el 22 de septiembre de 480.
IX. Considerada como la mayor batalla naval de la historia antigua, la batalla de Salamina supuso también el fin de las Guerras Médicas bajo el sello ateniense, haciendo que Atenas pasara a ser el epicentro hegemónico del mundo mediterráneo, configurando en torno suyo lo que terminó denominándose el “imperio ateniense”, premisa geopolítica del antagonismo que vino inmediatamente después.
C. Segundo movimiento. Dialéctica interna: Atenas contra Esparta.
I. El resultado político natural del triunfo ateniense en Salamina era la solidificación de su control mediterráneo. La premisa de la segunda fase dialéctica del mundo político griego quedaba dispuesta. Herodoto lo sabía muy bien, cuando escribe que ‘yo debo decir una cosa desagradable para la gran mayoría de los griegos, pero la diré de cualquier forma; y es que sin la victoria militar de los atenienses, Grecia no habría podido nunca salvar su libertad’.
II. ¿Por qué dice Herodoto esto y lo dice con tanta claridad? Para explicarle a los griegos, que padecían en esos momentos el predominio ateniense, que no se podía ni se debía olvidar cuánto se le debía a los atenienses. La lucha con el enemigo exterior fue seguida en Grecia, dice Hegel, de guerras intestinas.
III. La guerra de Esparta contra Atenas estalla en el 431 a.C., duró veintisiete años, y fue combatida con una consigna de parte de Esparta: ‘restituir la libertad a los griegos oprimidos por los atenienses’, esto es, a aquélla parte del mundo griego que estaba bajo el imperio de Atenas. Fueron las Guerras del Peloponeso (431-404 a.C.) como segundo movimiento. El testimonio fue consignado por Tucídides (460-395 a.C.) en Historia de la guerra del Peloponeso.
IV. Con el intento de mantener a raya la amenaza persa, se forja una liga de hegemonía ateniense, alrededor del 478 y 477, la Liga Délica, formada por las ciudades jonias de la costa occidental del Asia Menor, el Helesponto y la Propóntide. A la postre, decir liga Délica era decir imperio ateniense. Contra él fue que se enderezó la liga de estados dirigida por Esparta (Liga del Peloponeso), que terminó venciendo a Atenas.
V. Del lado ateniense, Pericles (495-429), Cleón, Nicias (470-413) y Alcibíades (450-404), del lado espartano (Peloponeso), Arquídamo II, Brásidas y Lisandro. Para Hegel, Pericles tenía una profunda conciencia del carácter sustancial de su patria: y la grandeza de su espíritu consiste en esa conciencia. ‘En la oración fúnebre a los caídos en el primer año de la guerra del Peloponeso, no alaba a los atenienses por su valor y patriotismo, sino porque lucharon y cayeron en pro de una ciudad como aquella; de suerte que la causa defendida era lo que Pericles consideraba grande (Lecciones sobre la filosofía de la historia universal).
VI. Dividida por los historiadores en tres fases (guerra arquidámica, del 431 al 421, segunda guerra, del 415 al 413, y la guerra Decelia, del 413 al 404), la serie de conflictos internos concluye con la toma de Atenas por Lisandro en el 404.
VII. La caída de Atenas supuso un cambio radical en el mapa de la Antigua Grecia, habiéndose destruido muchas de las ciudades fundamentales de ese período como Tebas, Argos, y Esparta y Atenas mismas. Tras sui caída, Atenas habría de ser gobernada por el régimen oligárquico de los Treinta Tiranos. Es el contexto de la crisis política en medio de la cual cristaliza, con Platón, la forma académica de la filosofía (Fundación de la Academia alrededor del 388 a.C.). El segundo movimiento de configuración del mundo político griego exponía en su fundamento su estructura racional, así como los perfiles perdurables de su carácter histórico.
VIII. ‘En suma’, dice Hegel otra vez, ‘los momentos de la esencia ateniense fueron la independencia de los individuos y una cultura animada por el espíritu de la belleza…Por iniciativa de Pericles fueron levantados aquellos monumentos eternos de la escultura, cuyas escasas reliquias asombran a la posteridad. Ante este pueblo fueron representados los dramas de Esquilo y Sófocles, y más tarde los de Eurípides, que ya no tienen, sin embargo, el mismo carácter plástico y ético y en los cuales el principio de la decadencia empieza a manifestarse. A este pueblo fueron dirigidos los discursos de Pericles. De este pueblo nació un círculo de hombres que han sido los clásicos de todos los siglos; a ellos pertenecen, además de los citados, Tucídides, Sócrates y Platón y también Aristóteles, que conservó toda la gravedad política de su pueblo, en la época de la decadencia, y escribió y creó siempre con el pensamiento puesto en el bien de la patria. Vemos, pues, en los atenienses una gran actividad, movilidad y desarrollo de la individualidad, dentro del círculo de un espíritu ético. Este desarrollo espiritual de la individualidad es sin duda el carácter fundamental de Atenas… La unidad de este espíritu, que aparece manifiesta en las resoluciones sobre los negocios públicos, fue creada por los estadistas y sus arengas públicas. Entre ellos descuella Pericles, el político más grandes de la Edad antigua y moderna, verdadero carácter plástico’. (Lecciones).
D. Tercer movimiento. La síntesis macedónica.
I. Ubicada desde tiempo atrás en la periferia del orbe helénico, Macedonia estaba llamada a figurar como tercer plataforma fundamental de cuyo contacto con el mundo griego post-peloponesio habría de darse la síntesis política suprema.
II. No era una ciudad-estado, sino más bien una monarquía, a la cabeza de la cual arribaría, en 359, un líder que hoy se llamaría carismático (Weber): Filipo II (382-336). Reinó por veintitrés años, transformando a Macedonia en el más poderoso de los estados griegos. En agosto de 338, en Queronea, Beocia, al noroeste de Tebas, vencería a la alianza de ciudades griegas encabezada por Atenas y Tebas, afirmándose como la potencia sin rival del mundo griego. Daba inicio el tercer movimiento de configuración del mundo político griego.
III. Y siendo imposible mantenerse inerte ante el antagonismo con el mundo persa, Filipo declaró la guerra, también, al imperio persa, con la intención de vengar el sacrilegio de Jerjes. Sería la guerra definitiva, que pondría fin, para siempre, a su poder.
IV. Pero Filipo muere asesinado en 336. El hombre que heredó el trono fue su hijo, Alejandro III, conocido por la historia como Alejando Magno (356-323). La gran invasión panhelénica a oriente habría de llevarlo como timonel. El escenario de la conquista griega de Asia lleva su nombre. En 330, entraba en Persépolis, capital persa. Llegaría hasta Afganistán y Bactria.
V. ‘La subjetividad interior –dice Hegel-, que Sócrates había proclamado, apareció en el mundo exterior, como algo real y verdadero, en una individualidad política que llegó a dominar sobre toda Grecia… El rey extranjero Filipo de Macedonia asumió la venganza de la ofensa inferida al oráculo y ocupó el lugar de este, haciéndose dueño de Grecia. Filipo sometió a los Estados helénicos y despertó en ellos la conciencia de que su independencia había terminado, de que ya no podían mantenerse independientes. La dureza, la violencia, la falacidad política, toda esa odiosidad que se ha reprochado tan frecuentemente a Filipo no recae ya sobre el joven Alejandro. Este no necesitó hacerse culpable de etas cosas; en cambio tuvo los medios para llevar a cabo los planes de su padre, que había tenido que procurarse esos medios por mezquinas tretas políticas, poniendo así un instrumento perfecto en la mano de su hijo… Por otra parte, Alejandro tuvo por maestro a Aristóteles, el pensador más profundo y enciclopédico de la Antigüedad, el pensador más profundo de todos los pensadores, incluyendo acaso también los de la Edad Moderna. Él condujo a Alejandro –y esto es histórico- a través de la más profunda metafísica, que muchos actuales profesores de metafísica no pueden entender. Así Alejandro, espíritu genial, fue también interiormente libre; su ánimo se elevó al elemento del pensamiento; su naturaleza quedó perfectamente purificada y libertada de los otros vínculos de la opinión, de la rudeza, de las vacuas representaciones… Alejandro ha sido el más bello héroe individual. Él fue casa de que el mundo griego se difundiera por todo el Asia’. (Lecciones).
VI. Con Alejandro la soberanía helenística se hizo teocrática. Es una práctica que heredarían, también, los emperadores de Roma. Pero sobre todas las cosas, el problema político que dejó formulado (que podría denominarse “el problema de Alejandro”) fue el de la necesidad de configurar un orden universal, un imperium, construido como una totalidad atributiva, uniendo pueblos de los orígenes más variados y donde la participación en el todo era lo que confería coherencia y consistencia a cada una de las partes. Para Plutarco, Alejandro había puesto en práctica el universalismo político del estoico Zenón. El problema habría de aparecer una y otra vez en occidente, en los momentos políticos fundamentales, cuando la necesidad del orden político se manifestaba en el seno de las crisis de disolución. De alguna manera, la forma en que se la ha dado respuesta al problema de Alejandro determina, en gran medida, la historia política interna de occidente, y la historia filosófica de la filosofía política.
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