Desde la anterior campaña presidencial (2012), el entonces candidato López Obrador propuso difundir la Cartilla Moral de Alfonso Reyes, de 1944, como material de reflexión y estudio sobre asuntos apremiantes de virtud cívica y moral. Una vez alcanzada la presidencia, mandó a imprimir y distribuir a nivel nacional ese texto tan perfecto y acabado.
Al calor de la polémica generada por su distribución, apareció una iniciativa alterna de cartilla, escrita por Enrique Dussel, uno de los promotores de una suerte de Escuela del Resentimiento neo-tercermundista de peligrosas consecuencias ideológicas, pues no descansa en su afán por interpretarnos como pueblo de oprimidas, colonizadas, vencidas y dolientes víctimas; como una nación de perdedores en definitiva, y que, según declaraciones, consideró a la cartilla de Reyes como “antigua, conservadora y machista”, ante los efectos de lo cual redactó entonces el texto Hacia una nueva cartilla ético política.
Vamos a dedicar un comentario a cada una de estas cartillas, adelantando la tesis de que estamos –por decirlo de algún modo– ante un texto enquiciado, el de Reyes, y otro desquiciado, el de Dussel. Para nuestra tranquilidad, el presidente ha optado por el primero de los textos para el propósito en cuestión. En todo caso, debemos explicarnos con detalle. Empecemos con Alfonso Reyes.
La Cartilla Moral fue parte de la campaña nacional contra el analfabetismo del presidente Ávila Camacho, a instancias de cuyo secretario de Educación, Jaime Torres Bodet, fue que se pensó en complementar la Cartilla alfabetizadora con una Cartilla Moral. En el texto, Reyes destila de manera sintética, breve y sutil las claves de las dos tradiciones vertebradoras de occidente: la greco-helenística y la cristiana. Estos son los quicios que encuadran el texto Alfonsino, que acomoda con arreglo a doce lecciones.
En las tres primeras, nos explica las razones por la cuales el hombre debe educarse para el bien, que en Platón se conecta con la sabiduría y la educación (pues al mal se llega por ignorancia), y en el cristianismo con la caridad y la redención (pues al mal se llega por inclinación). Expone luego los principios del dualismo antropológico, y los de la voluntad, la civilización y la cultura.
A continuación, y replicando quizás el esquema de los círculos de Dante para la interpretación de la experiencia humana como itinerario, define siete círculos de respeto, que se nos dan históricamente en forma de criterios universales o como mandamientos religiosos: respeto a la persona, a la familia, a la sociedad natural, a la sociedad política o Estado, a la patria, a la especie humana y a la naturaleza. La última lección tiene un aroma estoico («Universo, mudanza, la vida, firmeza») y romano, pues define el respeto por todo lo que escapa a la voluntad humana en los órdenes material, sentimental e intelectual.
Extrañamente, la Cartilla Moral no se distribuyó en aquéllos entonces. Tuvo que llegar López Obrador a la presidencia para hacerlo posible. El acierto, nos parece, no pudo haber sido mayor.
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Desde la anterior campaña presidencial (2012), el entonces candidato López Obrador propuso difundir la Cartilla Moral de Alfonso Reyes, de 1944, como material de reflexión y estudio sobre asuntos apremiantes de virtud cívica y moral. Una vez alcanzada la presidencia, mandó a imprimir y distribuir a nivel nacional ese texto tan perfecto y acabado.
Al calor de la polémica generada por su distribución, apareció una iniciativa alterna de cartilla, escrita por Enrique Dussel, uno de los promotores de una suerte de Escuela del Resentimiento neo-tercermundista de peligrosas consecuencias ideológicas, pues no descansa en su afán por interpretarnos como pueblo de oprimidas, colonizadas, vencidas y dolientes víctimas; como una nación de perdedores en definitiva, y que, según declaraciones, consideró a la cartilla de Reyes como “antigua, conservadora y machista”, ante los efectos de lo cual redactó entonces el texto Hacia una nueva cartilla ético política.
Vamos a dedicar un comentario a cada una de estas cartillas, adelantando la tesis de que estamos –por decirlo de algún modo– ante un texto enquiciado, el de Reyes, y otro desquiciado, el de Dussel. Para nuestra tranquilidad, el presidente ha optado por el primero de los textos para el propósito en cuestión. En todo caso, debemos explicarnos con detalle. Empecemos con Alfonso Reyes.
La Cartilla Moral fue parte de la campaña nacional contra el analfabetismo del presidente Ávila Camacho, a instancias de cuyo secretario de Educación, Jaime Torres Bodet, fue que se pensó en complementar la Cartilla alfabetizadora con una Cartilla Moral. En el texto, Reyes destila de manera sintética, breve y sutil las claves de las dos tradiciones vertebradoras de occidente: la greco-helenística y la cristiana. Estos son los quicios que encuadran el texto Alfonsino, que acomoda con arreglo a doce lecciones.
En las tres primeras, nos explica las razones por la cuales el hombre debe educarse para el bien, que en Platón se conecta con la sabiduría y la educación (pues al mal se llega por ignorancia), y en el cristianismo con la caridad y la redención (pues al mal se llega por inclinación). Expone luego los principios del dualismo antropológico, y los de la voluntad, la civilización y la cultura.
A continuación, y replicando quizás el esquema de los círculos de Dante para la interpretación de la experiencia humana como itinerario, define siete círculos de respeto, que se nos dan históricamente en forma de criterios universales o como mandamientos religiosos: respeto a la persona, a la familia, a la sociedad natural, a la sociedad política o Estado, a la patria, a la especie humana y a la naturaleza. La última lección tiene un aroma estoico («Universo, mudanza, la vida, firmeza») y romano, pues define el respeto por todo lo que escapa a la voluntad humana en los órdenes material, sentimental e intelectual.
Extrañamente, la Cartilla Moral no se distribuyó en aquéllos entonces. Tuvo que llegar López Obrador a la presidencia para hacerlo posible. El acierto, nos parece, no pudo haber sido mayor.
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