Filosofía política

Los independientes: los verdaderos populistas

Se trata, hasta donde sabemos, de los señores Jaime Rodríguez Calderón, actual gobernador de Nuevo León; Armando Ríos Piter, senador de la República; el comunicador Pedro Ferriz de Con; además de las señoras Margarita Zavala, ex primera dama, y la neozapatista María de Jesús Patricio Martínez.

Todos son aspirantes a la presidencia de la República como candidatos “independientes”, además de otro tanto de aspirantes -como Pedro o Jorge o Raúl Kumamoto, no recuerdo- que, por la misma vía, buscan acceder al Congreso de la Unión. Son todos ellos, también, unos populistas en toda regla. Los verdaderos populistas. Y aquí lo vamos a explicar.

El asunto es como sigue. La iniciativa de candidaturas ciudadanas o independientes forma parte de un conjunto de modificaciones al sistema político mexicano, impulsado desde hace varios años (alrededor más o menos del año 2009), aprobada al fin en 2012 por el Congreso nacional y publicada formalmente en febrero de 2014 en el Diario Oficial de la Federación. El fin perseguido era -y es- el de efectuar una serie de ajustes procedimentales (tecnológicos) para alcanzar una “verdadera o real democracia”, que permita, a su vez, la “verdadera y real participación ciudadana” en los asuntos públicos.

La necesidad se desprende de una constatación difícil, ciertamente, de contradecir: los partidos políticos se han arrogado el monopolio de la representación. Muchos dirán indignados o desencantados (como José Woldenberg quizá) que tienen “secuestrada a la democracia” (désele el sentido que quieran a afirmación tan solemne como confusa), obstruyendo y perturbando la libre concurrencia de los ciudadanos en política, obligando a que, para hacerlo, figure como trámite indispensable la militancia partidista, cuestión que ni siquiera es garantía para la obtención de candidaturas, porque por encima de la militancia (a nivel de tropa, digamos) se levantan los grupos internos de poder en los partidos: las coaliciones dominantes, la burocracia misma, los núcleos duros o las oligarquías analizadas magistralmente por Roberto Michels en un libro, Los partidos políticos, que por cierto valdría mucho la pena analizar nuevamente, tomando nota sobre todo de su subtítulo: Un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna. Es un libro rotundo como roca, original de 1911 ni más ni menos.

Creo que tenemos claro todos el problema, digamos, que supone el conchabamiento endogámico de los grupos de poder al interior de los partidos. A la mente me vienen al instante los rostros de infinidad de mediocres que nomás no sueltan el partido, y que llevan décadas martirizándonos con sus rostros y sus sonrisas, que a veces se van modificando no ya tanto por el tiempo, sino por las cirugías estéticas, de una manera un tanto esperpéntica y siniestra. Es ante circunstancia tan característica que, en efecto, se habría conceptuado, supongo yo, la figura de los candidatos independientes como dispositivo de rejuego político.

En el 2do Congreso de Filosofía de la Facultad de Filosofía de León -que tuvo lugar hace unos días- hubo colegas para quienes, en primer lugar, la de los independientes tendría que ser vista, más que otra cosa, como un movimiento táctico para “darle la vuelta” o “puentear” al sistema de partidos en vigencia, precisamente. Para otros se trataría más bien de reconocerlos como positiva expresión de las posibilidades que la democracia nos pone de frente.

Pero ocurre no obstante que lo que es confuso, y por tanto errado y engañoso, más que la solución, es el diagnóstico. ¿Por qué? Porque parte del supuesto de que es posible aislar trayectorias individuales para situarse por encima de la dialéctica de los grupos en tanto que partes formales de la política. Y eso no es posible porque, así como en geometría, en política (y en las sociedades en general) el individuo tiene la misma relación con el grupo que el punto con la recta (en el sentido de que el punto es una intersección de rectas, y la recta una sucesión de puntos).

O de otra manera: de independientes no tienen nada los “independientes”: son grupos, en efecto, los que están detrás de cada uno de ellos. Y esos grupos pueden ser de muy diverso tipo, o de obscuro propósito y no menos obscura procedencia (¿empresas trasnacionales?, ¿las petroleras?, ¿multimillonarios locales o nacionales o internacionales?, ¿algún gobierno extranjero?, ¿la CIA?). Ésta es la cuestión.

Y si en algún momento tuvieron funcionalidad histórica los partidos políticos (y el partido por excelencia del siglo XX fue el Partido Comunista, como afirmara contundente, como siempre, Montanelli) fue precisamente en su papel de instrumentos de intermediación política en función de la cual la diversidad de intereses sociales, económicos o religiosos (es decir, la diversidad de grupos) eran sometidos a una crítica o clasificación teórico-ideológica para reconducirlos operativamente como módulos, es decir como partes del Estado.

Pero el concepto de independiente impide poner en práctica esa función, además de que se nos ofrece como la más demagógica de las alternativas: porque supone, en el límite, que no es un grupo, sino un individuo, sin partido y en solitario, el que tiene la solución.

Y por eso los independientes, además de demagogos, son los verdaderos populistas, siempre que nos mantengamos en la tesis de que, como en su momento hemos dicho aquí, el populismo es una forma de democracia directa que aparece como crítica a la vez que como solución de la insolvencia de los mecanismos indirectos de representación (como la de los partidos políticos precisamente). Ante la “crisis de los partidos”, el candidato independiente populista (una Zavala, un Ríos Piter, un Kumamoto) nos dice entonces: como los partidos políticos ya no te representan, yo, y solamente yo, sí lo hago.

Ismael Carvallo Robledo / Director de la Facultad de Filosofía de León

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