Una comparación para terminar. Se ha dicho muchas veces que El Príncipe de Maquiavelo es mi libro de cabecera. Error. El origen de esta convicción debe hallarse en el sonrojo que causa su lectura entre los pequeñoburgueses que se dedican a estudiarme. Maquiavelo es lo más lejos que llegan en sus atrevimientos políticos. Pero Maquiavelo era más esnob que otra cosa y El Príncipe se me vuelve lectura de segunda categoría con aquel libro de Lenin y su final prodigioso que es la frontera misma entre la literatura y las exigencias de una existencia que no se da reposo y que de alguna manera este libro –La autobiografía– hace ahora el camino a la inversa, luego de haber vivido la Revolución vengo a sus páginas a escribirlas. De El Príncipe tomo todo. Todo Maquiavelo. Es el hombre que me dice, oye, todas estas cosas morales son hojuelas de otoño y hay que besar ancianitas aunque te repugne hacerlo. Pero al tipo que usted golpeó una vez es su enemigo para siempre. No lo olvide. El príncipe es un hombre realista. Un verdadero político tiene que quitarse los estereotipos de la cabeza. De eso se trata. Por otra parte hay un mensaje subliminal. Lo difícil que es ser sincero. Escribir con sinceridad. Cuando lo leí por primera vez, me dije: por fin alguien me dice algo que yo quería oír, que necesitaba oír: quítate los estereotipos de la cabeza. Sobre todo si éstos son de índole moral.
Pero había algo más en Lenin. Fue el arrebato, porque no se valía de las necesidades para dotar sus argumentos de alguna justificación moral. Fue el incendio. Fue la iluminación. Lenin es pura mecánica aplicada, puro instrumento, puro enseñarte a usar los recursos. Mi mayor descubrimiento de aquellas lecturas, y lo digo después de muchos años de haberlas realizado, y viéndolas hoy en su conjunto, era que todas las revoluciones resultaban posibles si uno sabía identificar las causas que las provocaban. Las revoluciones. Causa y efecto. Que en el caso que nos ocupa sería la ecuación causas y utilización de ellas. Fue la lección decisiva y predominante porque ha alimentado mi carácter en todas las tempestades y me ha dado la única coraza moral de mi proyecto. No se puede estar en contra de la Revolución. De lo que se tiene que estar en contra es de las causas que provocan las revoluciones. La Revolución existe, luego se la obedece.
Norberto Fuentes.
La autobiografía de Fidel Castro. I. El paraíso de los otros. Páginas 266 y 267. El libro referido es, obvio, El Estado y la revolución.
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