Como venimos comentando en los artículos recientes, la década de los 40 del siglo pasado tiene una importancia histórica de primer orden para comprender la dialéctica política tanto al interior del Estado mexicano como en su antagonismo geopolítico con Estados Unidos desde entonces hasta ahora, y esto aplica también para el caso del sistema de educación superior.
El punto de inflexión fue al mismo tiempo la cima o remate de la Revolución mexicana, cuando el general Lázaro Cárdenas nacionaliza la industria petrolera en 1938 y cuatro años antes (1934) determina en el artículo 3º constitucional que la educación será socialista, además de que habría de excluir toda doctrina religiosa y combatiría el ‘fanatismo y los prejuicios, para lo cual la escuela organizará sus enseñanzas y actividades en forma que permita crear en la juventud un concepto racional y exacto del universo y de la vida social’ (revisar la evolución del artículo 3º constitucional en la página de la Cámara de Diputados).
El doble escándalo socialista y nacionalizador (habrá que analizar después el significado filosófico del concepto e idea de socialismo) produjo un repliegue de los sectores del catolicismo político y la burguesía empresarial para luego acometer, a partir de la llegada de Miguel Alemán a la presidencia en el 46, una ofensiva estratégica de largo plazo, sobre todo en el terreno educativo, efectivamente. Comenzaba el proyecto del desarrollo estabilizador y era necesario tomar cartas en el asunto contra el proyecto de educación superior del cardenismo: el Instituto Politécnico Nacional, fundado en 1936.
Lo primero fue cambiar el artículo 3º constitucional en 1946 mismo, al que se le retiró ipso facto la satánica palabra de socialismo para pasar a disponer de una manera mucho más modesta y edulcorada que ´la educación que imparta el Estado tenderá a desarrollar armónicamente todas las facultades del ser humano y fomentará en él, a la vez, el amor a la patria’ y etcétera (Ibid.).
Pero además tuvo lugar una jugada estratégica de largo alcance por parte de grupos empresariales fundamentales de ese entonces, que fue la de fincar las bases de proyectos de educación superior llamados a tener una influencia decisiva en las décadas por venir y hasta el día de hoy, que fueron el Instituto de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM: el famoso Tec de Monterrey), fundado en 1943 por Eugenio Garza Sada y que hoy, con todos los respetos, es difícil saber si se trata de un club social y de esparcimiento de los hijos de las clases pudientes de México, adoctrinados en el globalismo elitista y cosmpolita, más que una universidad en sentido estricto, la Universidad Iberoamericana, fundada por la Compañía de Jesús también en 1943 a los pocos años de lo cual, habiendo iniciado primero con instalaciones en la zona de San Ángel de la ciudad de México, logró edificar su emblemático campus en la colonia Campestre Churubusco en un terreno donado por los empresarios Raúl Bailléres y Carlos Trouyet, siendo el primero, además y por otro lado, el fundador, en 1946, del Instituto Tecnológico de México, después autónomo (el famoso ITAM), que es tenido por sus egresados –cosa que a veces, dicho sea también con todos los respetos, los hace un poco demasiado soberbios y pedantes– como la mejor escuela de formación de élites dirigentes de México.
Y es que ese era el objetivo en los tres casos en cuestión: formar a las clases dirigentes de México tanto en el sector empresarial como en el gubernamental, siendo este último el sector al que se habría de concentrar el ITAM, que a partir de la década de los 70 –luego de la crisis estudiantil del 68– se quiso convertir, tal fue el proyecto de Francisco Gil Díaz, en el MIT mexicano.
En economía, más que el MIT fue la Escuela de Chicago neoliberal y monetarista la que se introdujo en México a través de las aulas del ITAM. De haber ganado José Antonio Meade la presidencia en 2018 (cosa que era de todo punto imposible) hubieran logrado cumplir el objetivo establecido por Raúl Bailléres en su fundación en 1946, que era el de controlar, en cincuenta años y de manera total, el poder en México.
Como venimos comentando en los artículos recientes, la década de los 40 del siglo pasado tiene una importancia histórica de primer orden para comprender la dialéctica política tanto al interior del Estado mexicano como en su antagonismo geopolítico con Estados Unidos desde entonces hasta ahora, y esto aplica también para el caso del sistema de educación superior.
El punto de inflexión fue al mismo tiempo la cima o remate de la Revolución mexicana, cuando el general Lázaro Cárdenas nacionaliza la industria petrolera en 1938 y cuatro años antes (1934) determina en el artículo 3º constitucional que la educación será socialista, además de que habría de excluir toda doctrina religiosa y combatiría el ‘fanatismo y los prejuicios, para lo cual la escuela organizará sus enseñanzas y actividades en forma que permita crear en la juventud un concepto racional y exacto del universo y de la vida social’ (revisar la evolución del artículo 3º constitucional en la página de la Cámara de Diputados).
El doble escándalo socialista y nacionalizador (habrá que analizar después el significado filosófico del concepto e idea de socialismo) produjo un repliegue de los sectores del catolicismo político y la burguesía empresarial para luego acometer, a partir de la llegada de Miguel Alemán a la presidencia en el 46, una ofensiva estratégica de largo plazo, sobre todo en el terreno educativo, efectivamente. Comenzaba el proyecto del desarrollo estabilizador y era necesario tomar cartas en el asunto contra el proyecto de educación superior del cardenismo: el Instituto Politécnico Nacional, fundado en 1936.
Lo primero fue cambiar el artículo 3º constitucional en 1946 mismo, al que se le retiró ipso facto la satánica palabra de socialismo para pasar a disponer de una manera mucho más modesta y edulcorada que ´la educación que imparta el Estado tenderá a desarrollar armónicamente todas las facultades del ser humano y fomentará en él, a la vez, el amor a la patria’ y etcétera (Ibid.).
Pero además tuvo lugar una jugada estratégica de largo alcance por parte de grupos empresariales fundamentales de ese entonces, que fue la de fincar las bases de proyectos de educación superior llamados a tener una influencia decisiva en las décadas por venir y hasta el día de hoy, que fueron el Instituto de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM: el famoso Tec de Monterrey), fundado en 1943 por Eugenio Garza Sada y que hoy, con todos los respetos, es difícil saber si se trata de un club social y de esparcimiento de los hijos de las clases pudientes de México, adoctrinados en el globalismo elitista y cosmpolita, más que una universidad en sentido estricto, la Universidad Iberoamericana, fundada por la Compañía de Jesús también en 1943 a los pocos años de lo cual, habiendo iniciado primero con instalaciones en la zona de San Ángel de la ciudad de México, logró edificar su emblemático campus en la colonia Campestre Churubusco en un terreno donado por los empresarios Raúl Bailléres y Carlos Trouyet, siendo el primero, además y por otro lado, el fundador, en 1946, del Instituto Tecnológico de México, después autónomo (el famoso ITAM), que es tenido por sus egresados –cosa que a veces, dicho sea también con todos los respetos, los hace un poco demasiado soberbios y pedantes– como la mejor escuela de formación de élites dirigentes de México.
Y es que ese era el objetivo en los tres casos en cuestión: formar a las clases dirigentes de México tanto en el sector empresarial como en el gubernamental, siendo este último el sector al que se habría de concentrar el ITAM, que a partir de la década de los 70 –luego de la crisis estudiantil del 68– se quiso convertir, tal fue el proyecto de Francisco Gil Díaz, en el MIT mexicano.
En economía, más que el MIT fue la Escuela de Chicago neoliberal y monetarista la que se introdujo en México a través de las aulas del ITAM. De haber ganado José Antonio Meade la presidencia en 2018 (cosa que era de todo punto imposible) hubieran logrado cumplir el objetivo establecido por Raúl Bailléres en su fundación en 1946, que era el de controlar, en cincuenta años y de manera total, el poder en México.
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