La brevedad de los días Libros

El libro único del mundo

[Sobre La marca del editor de Roberto Calasso, Anagrama, México, 2015, 174 pp.]

I

La conexión apasionada con los libros puede darse de muchas maneras. La mía comenzó a través de una suerte de misterio ambiental al que tuve acceso cuando era niño y acompañaba a mi padre a la antigua librería Gandhi de Miguel Ángel de Quevedo, que nada tiene que ver con la de la actualidad, sin duda más moderna, más funcional y más grande desde luego, pero que ha perdido ese misterio cautivador, ese aura tal vez que se me quedó grabado y que, sin yo poder saberlo entonces, estaba llamado a marcar mi vida para siempre. Una vez abandonado el modelo original de Miguel Ángel de Quevedo de aquellos tiempos, la Gandhi dejó de ser para mí un lugar especial o con significado biográfico.

Como antecedente habría que mencionar también la compra que mi padre hacía de las colecciones enteras de Isaac Asimov y Emilio Salgari, que nos regalaba de niños animado por algún afán de ejemplaridad paterna para con sus hijos en el intento de inculcarnos el hábito de la lectura. Jamás leímos mis hermanos y yo un solo libro de esas colecciones, uno sólo siquiera, cosa que ahora que lo pienso me genera un poco de sentimiento de culpa aunque es lo cierto también que, habiendo acumulado ya un aproximado de 20 mil libros en mi biblioteca, es muy legítimo considerar que la he saldado con creces.

Nadie podía saberlo entonces, y mucho menos mi padre –que sólo quería que tuviéramos acaso un cierto interés por la lectura–, pero ese afán de ejemplaridad paterna germinó para hacer de mí un bibliómano integral y consumado: yo he sido el único que le hizo caso.

Y lo hice para volver a la Gandhi años después de esa primera infancia, ya con veinte años más o menos, cuando aún mantenía ese encanto de librería vieja con cafetería en la planta superior en donde todavía se podía fumar, y a donde me iba varias veces por semana, sábados incluidos, a leer y a estudiar de manera autodidacta teoría política, historia o filosofía, siendo emblemáticas las horas que le dediqué a leerme con pasión cada uno de los tomos de las obras completas de Jesús Reyes Heroles de tapa dura color verde botella, y que me resultaron entonces como verdaderos acontecimientos intelectuales.

II

Con el paso de los años vino luego, como una suerte de segundo movimiento configurador, la desmesura de las librerías de viejo: de Donceles, de Miguel Ángel de Quevedo, de avenida Universidad, de Álvaro Obregón, de la avenida Monterrey, de donde fuera: yo las olía a todas, obsesionado por irme comprando obras completas del autor que en determinado momento me tuviera absorbido: José Revueltas, Vasconcelos, Max Aub, Reyes Heroles, Ortega, Lezama Lima, Marx, Gramsci, Hegel, Miguel Otero Silva, Pérez Galdós, Goethe, Tolstoi, Dostoievski, Torrente Ballester, Roberto Arlt, Alfonso Reyes, Luis Cabrera, Martín Luis Guzmán, y un etcétera interminable que vino a convertirse en un motor invisible mediante el que mi biblioteca terminaría convirtiéndose en el resumen de mi vida.

Por lo general, mi rutina en las librearías de viejo consistía en una secuencia que más o menos constaba de lo siguiente: ir antes que todo a la letra M de Literatura para ver qué había de André Malraux que yo no tuviera con una posterior revisión de la sección de Ensayo literario, tras de lo cual me desplazaba a la sección de Marxismo y Economía política pasándome luego a las de Filosofía, Historia Universal y Biografías para terminar con la revisión de alguna sección especial según la especialidad o peculiaridad que en todas y cada una de las librerías de la ciudad de México fui detectando y con las que me fui familiarizando, sabiendo muchas veces cuál era la librería en la que seguramente estaba el libro que yo tenía interés en conseguir.

En esta segunda etapa o momento configurador comencé a poner mucha mayor atención en el trabajo de los sellos editoriales, de las portadas, las contratapas, las solapas, los interiores, el cuidado general del libro como pieza u obra de arte, en el diseño editorial en general.

Fue entonces cuando, por ejemplo, me volví devoto de Carlos Barral como editor por cuanto a lo que hizo tanto en Seix Barral como en Barral Editores, del mismo modo en que comencé a aficionarme a editoriales como Bruguera, Destino Áncora y Delfín, la primera Alfaguara, la fabulosa Monte Ávila de Venezuela o la mexicana Joaquín Mortiz, así como me hice también devoto y aficionado al mismo tiempo del magistral proyecto intelectual que José Aricó coordinó bajo el nombre de Biblioteca de Pensamiento Socialista de Siglo XXI Editores.

Había pasado entonces a un tercer momento de configuración de mi pasión por los libros, que es el que tiene que ver con todo el proceso general que está detrás y hace posible la aparición del libro como objeto fundamental de la cultura y de la historia.

Había entrado de lleno en la fase propia del mundo del editor, que es de lo que trata el bello libro de Roberto Calasso La marca del editor (Anagrama, Colección Argumentos, México, 2015).

III

Roberto Calasso (1941 – 2021) fue uno de los editores italianos más importantes del siglo XX y de la Europa contemporánea en general, habiendo trabajado desde su fundación (1962) en la editorial Adelphi que capitanearon en un primer momento Luciano Foá, Roberto Bazlen, Alberto Zevi y Roberto Oliveti, al poco tiempo de lo cual pasó primero a ocupar Calasso el cargo de director editorial (1971) para saltar luego a la presidencia misma en 1999 y a tener la mayoría accionaria en 2015, convirtiéndose en realidad –yo así lo consideré siempre– en la cara y símbolo eterno de la emblemática Adelphi Edizioni del mismo modo en que Jorge Herralde lo es en relación a Anagrama, que es por cierto la editorial que tiene los derechos de publicación de Calasso y que es también a la que siempre lo asocio por cuanto a su presencia editorial en lengua española.

La marca del editor reúne un total de once ensayos breves en donde Calasso ilumina aspectos clave de su visión del mundo editorial, como por ejemplo (Los libros únicos) el que tiene que ver con la definición de los criterios fundamentales a partir de los que se fueron confeccionando las colecciones insignia de Adelphi: Clásicos y Biblioteca Adelphi, uno de los cuales era el de que se tratara de libros únicos, que según Calasso son aquellos en los que ‘rápidamente se reconoce que al autor le ha pasado algo y ese algo ha terminado por depositarse en un escrito’ (p. 14): tal es la directriz a la que debe de aferrarse un editor para afirmarse y definirse.

Por otro lado está el criterio visual a la hora de definir las portadas, en donde lo que ocurre es un ejercicio de écfrasis invertida en el sentido de que el ejercicio retórico de traducir a palabras las obras de arte visuales se voltea para trasladar el sentido de un texto a la imagen de la portada.

En general el libro tiene un aroma histórico a través del cual Calasso profundiza sobre el papel y función del editor en una sociedad que es sumamente injusta con él pues es muy difícil que alguien pueda sobrevivir como editor (el caso de Balzac y sus fracasos son de rango canónico) además de señalar lo poco que ha cambiado ese papel en quinientos años, apuntando la centralidad que a estos efectos tuvo Aldo Manuzio (1449 – 1515) como pionero del ejercicio editorial como forma histórico-cultural en la que cobra una importancia capital la elección y la secuencia de los títulos que se publican, habiendo sido el primero en publicar lo que hoy llamaríamos una “primera novela”, el anónimo Hypnerotomachia Poliphili (Batalla de amor en sueño), publicado en 1499, así como también el primer libro “de bolsillo”, que fue una edición de Sófocles de 1502 que él quiso definir como parva forma: pequeña forma.

En el siglo XX europeo-continental, los Manuzio nacionales fueron correspondientemente Giulio Einaudi (Italia), Peter Suhrkamp (Alemania) y Gaston Gallimard (Francia), a los que dedica Calasso notas breves para dimensionar su relevancia y trascendencia sin haber querido hablar –por no sé yo bien qué razón– de sus contrapartes españolas: yo pensaría en principio en los fundadores de Espasa-Calpe Nicolás María de Urgoiti y José Espasa Anguera, los Barral y los Grijalbo vendrían después. De Hispanoamérica no habla nada en absoluto, cosa que tampoco tenía obligación de hacer.    

El libro es magnífico, lo terminé en una tarde de sábado. De entre los muchos detalles que comenta, destaca el análisis que en su momento hicieron las Brigadas Rojas sobre el trabajo contrarrevolucionario de Adelphi Edizioni, cosa que agradó o sorprendió más bien a Calasso en el sentido de que, aún desde su radicalismo un poco exacerbado, dieron en el clavo al detectar un sentido y una organicidad integradora en el catálogo en proceso a través del cual les había sido posible advertir ya para entonces una arquitectura.

‘La producción de Adelphi –se decía en el número de junio de 1979 de la revista Controinformazione– es culta, su propuesta es seductora, se penetración es sutil. Sorprende la capacidad de rehabilitación total con que se abraza a autores excelentes –por su profundidad literaria y filosófica– a cuyo atractivo se rinden devotamente incluso los propios revolucionarios. En la cadena de producción de Adelphi, cada autor es un eslabón, un elemento, un segmento.’ (pp. 59 y 60).

Ante lo que anota Calasso: ‘Más allá de la formulación grotesca –la “cadena de producción” se desarrollaba por entonces a lo largo de un pasillo de pocos metros en la calle Brentano–, el anónimo sectario había captado algo que los críticos oficiales no habían conseguido percibir todavía: la conexión, no evidente a primera vista y sin embargo intensa, que subyacía a los títulos adelphianos, y particularmente entre los de la Biblioteca.’ (p. 60)    

Las Brigadas Rojas sabían de lo que hablaban: así fuera desde una perspectiva crítica y severa, habían detectado la importancia y funcionalidad histórico-cultural, efectivamente, de la marca del editor a través de la cual es dable albergar la ambición balzaquiana –yo así vi siempre a Calasso– de llegar a hacer algún día el libro único del mundo. 

Publicación original de El mollete literario, suplemento literario de El Independiente