El concepto se lo acabo de leer a Francisco Umbral en un libro que recién me llegó en edición de tapa dura del Fondo de Cultura Económica, titulado Los placeres y los días (Madrid, 2001), y me ha parecido interesante para explicar muchos de los textos que tengo escritos bajo el formato de columnas en diversidad de periódicos.
Paco Umbral cumplió una función bien especial en mi formación española o madrileña, que fue la que tuvo lugar presencialmente de 2001 a 2004 más o menos y que después se mantuvo a distancia como sistema de coordenadas intelectuales y formativas por un aproximado de diez o doce años más.
Era todo un personaje Paco Umbral, que irradiaba una personalidad rotunda e impositiva que servía como variable de contrapunto en relación con el cual me era posible, como lector, entablar un diálogo intelectual con él, haciendo entonces que su presencia me fuera de algún modo entrañable. Se me hacía un personaje valleinclanesco en toda regla: antiguo, castizo, malhumorado siempre, pero de un mal humor que luego te sacaba extrañamente la carcajada. Era algo que solamente en España puede darse pienso yo.
No son muchos los que lo conocen en México, pero en el sistema cultural español es una referencia ineludible. La anécdota de “mi libro” en la televisión es ya canónica (búsquese así tal cual el video para que me entiendan). Cuando estaba por allá no me perdía una sola de sus columnas en El Mundo, que leía en el Ateneo de Madrid en los descansos entre mis horas de estudio.
Qué lugar tan increíble era y es el Ateneo. No he vuelto a encontrar algo que se le parezca. A mí me cambió para siempre, pues definió una forma de estar en el mundo de cuyo molde no me he salido nunca. Digamos que yo estoy buscando siempre al Ateneo, un Ateneo en donde, sin lujos y sin poses, puedes hablar de literatura, de filosofía, de historia o de política como facetas fundamentales de la personalidad humana según la entendieron los griegos y también Antonio Gramsci.
Yo he procurado siempre, en todo caso, volver a Paco Umbral de una u otra forma. En estos momentos, además del libro del FCE, estoy leyéndome La noche que llegué al Café Gijón. Son textos breves pero eruditos, agudos y digamos que no demasiado exigentes, de lectura fácil –para hacerla durante una pausa de trabajo o de estudio, en efecto– pero iluminadores de puntos de vista que luego pueden ser de gran utilidad al detonar una u otro ruta de análisis o discusión, o de acercar a tu atención a algún autor desconocido.
El “periodismo de arte” es un transformado del concepto de “prosa de arte”, nos dice Umbral, que Fernando Lázaro Carreter acuñó para referirse a la de Valle-Inclán, precisamente, o la de Gabriel Miró. Es una cosa ‘que se pone al servicio de la actualidad, o la crea, con todos los atributos de la información, pero con una prosa subjetiva, lo que implica también un pensamiento subjetivo (libre).’ (Los placeres y los días, p. 13).
Esto aplica muy bien para las cosas que he escrito durante mucho tiempo, y que tiene que ver con el concepto correlativo de “columna” (columna de opinión), en el sentido de que, en medio de la sobresaturación de noticias e información de la que día a día se hace acopio en el sistema de medios que sea, la columna de periodismo de arte (o de opinión) viene a cumplir una función de soporte arquitectónico al que se acerca el lector en búsqueda de criterio, consistencia y sistematismo, que es lo que yo procuro poner en ejercicio en todo lo que escribo y analizo haciendo que mis textos tengan siempre un estatuto sistemático de naturaleza filosófica desde la que abordo cualquier cosa, la que sea. Ahora sé con Paco Umbral que también le podría llamar a esto que hago periodismo de arte en el sentido dicho, y en cuya saga incluye él a Baudelaire, Larra, Pasolini, Calvino o Albert Camus.
Recuerdo bien que en una entrevista, Paco Umbral dijo que, lejos de lo que todo el mundo pensaba, él sí admiraba a los políticos –o por lo menos a un tipo de político–, pues para él eran la última figura trágica que nos quedaba por virtud de ser tan inmensa la cantidad de personas cuyo destino depende, nos guste o no, de lo que hacen y deciden, lo que a su vez me recuerda lo que Trotsky más o menos decía en el sentido de que, aunque a ti no te importe la política, tú sí le importas a ella. Por eso la política es una tarea solemne pienso yo.
El concepto se lo acabo de leer a Francisco Umbral en un libro que recién me llegó en edición de tapa dura del Fondo de Cultura Económica, titulado Los placeres y los días (Madrid, 2001), y me ha parecido interesante para explicar muchos de los textos que tengo escritos bajo el formato de columnas en diversidad de periódicos.
Paco Umbral cumplió una función bien especial en mi formación española o madrileña, que fue la que tuvo lugar presencialmente de 2001 a 2004 más o menos y que después se mantuvo a distancia como sistema de coordenadas intelectuales y formativas por un aproximado de diez o doce años más.
Era todo un personaje Paco Umbral, que irradiaba una personalidad rotunda e impositiva que servía como variable de contrapunto en relación con el cual me era posible, como lector, entablar un diálogo intelectual con él, haciendo entonces que su presencia me fuera de algún modo entrañable. Se me hacía un personaje valleinclanesco en toda regla: antiguo, castizo, malhumorado siempre, pero de un mal humor que luego te sacaba extrañamente la carcajada. Era algo que solamente en España puede darse pienso yo.
No son muchos los que lo conocen en México, pero en el sistema cultural español es una referencia ineludible. La anécdota de “mi libro” en la televisión es ya canónica (búsquese así tal cual el video para que me entiendan). Cuando estaba por allá no me perdía una sola de sus columnas en El Mundo, que leía en el Ateneo de Madrid en los descansos entre mis horas de estudio.
Qué lugar tan increíble era y es el Ateneo. No he vuelto a encontrar algo que se le parezca. A mí me cambió para siempre, pues definió una forma de estar en el mundo de cuyo molde no me he salido nunca. Digamos que yo estoy buscando siempre al Ateneo, un Ateneo en donde, sin lujos y sin poses, puedes hablar de literatura, de filosofía, de historia o de política como facetas fundamentales de la personalidad humana según la entendieron los griegos y también Antonio Gramsci.
Yo he procurado siempre, en todo caso, volver a Paco Umbral de una u otra forma. En estos momentos, además del libro del FCE, estoy leyéndome La noche que llegué al Café Gijón. Son textos breves pero eruditos, agudos y digamos que no demasiado exigentes, de lectura fácil –para hacerla durante una pausa de trabajo o de estudio, en efecto– pero iluminadores de puntos de vista que luego pueden ser de gran utilidad al detonar una u otro ruta de análisis o discusión, o de acercar a tu atención a algún autor desconocido.
El “periodismo de arte” es un transformado del concepto de “prosa de arte”, nos dice Umbral, que Fernando Lázaro Carreter acuñó para referirse a la de Valle-Inclán, precisamente, o la de Gabriel Miró. Es una cosa ‘que se pone al servicio de la actualidad, o la crea, con todos los atributos de la información, pero con una prosa subjetiva, lo que implica también un pensamiento subjetivo (libre).’ (Los placeres y los días, p. 13).
Esto aplica muy bien para las cosas que he escrito durante mucho tiempo, y que tiene que ver con el concepto correlativo de “columna” (columna de opinión), en el sentido de que, en medio de la sobresaturación de noticias e información de la que día a día se hace acopio en el sistema de medios que sea, la columna de periodismo de arte (o de opinión) viene a cumplir una función de soporte arquitectónico al que se acerca el lector en búsqueda de criterio, consistencia y sistematismo, que es lo que yo procuro poner en ejercicio en todo lo que escribo y analizo haciendo que mis textos tengan siempre un estatuto sistemático de naturaleza filosófica desde la que abordo cualquier cosa, la que sea. Ahora sé con Paco Umbral que también le podría llamar a esto que hago periodismo de arte en el sentido dicho, y en cuya saga incluye él a Baudelaire, Larra, Pasolini, Calvino o Albert Camus.
Recuerdo bien que en una entrevista, Paco Umbral dijo que, lejos de lo que todo el mundo pensaba, él sí admiraba a los políticos –o por lo menos a un tipo de político–, pues para él eran la última figura trágica que nos quedaba por virtud de ser tan inmensa la cantidad de personas cuyo destino depende, nos guste o no, de lo que hacen y deciden, lo que a su vez me recuerda lo que Trotsky más o menos decía en el sentido de que, aunque a ti no te importe la política, tú sí le importas a ella. Por eso la política es una tarea solemne pienso yo.
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