Los días terrenales

Trump 2.0, MAGA y México II. Steve Bannon

Wikipedia lo despacha como de “extrema derecha” o “ultraconservador”. Váyase a saber cuál es la frontera que demarca lo que es “extremo” o “ultra” de lo que no lo es. Sospecho que eso es lo que no se tiene claro, razón por la cual estas etiquetas sirven cada vez menos.

Para mí Steve Bannon (1953) es un nacionalista populista de genuina hechura estadounidense: católico de ascendencia irlandesa de padres trabajadores de Richmond Virginia que votaron toda la vida por el partido Demócrata, defendían los derechos civiles, se consideraron patriotas clásicos y educaron a su familia en el sentido común de la secuencia “familia – escuela – trabajo”, cosa que, en principio, no tendría por qué considerarse de “extrema derecha” o fascista salvo que seas una anarquista progre, woke, postmoderno y post-marxista, pantano ideológico en el que ha desembocado la izquierda de hoy en día, compuesta por seguidores del Papa Francisco, defensores o promotores ético-poéticos de micro-huertos urbanos y de la Agenda 2030, y de los toros y las flores y la diversidad y la equidad, y entusiastas “buenistas” del bodrio cursi e infantil de El laberinto del fauno de Guillermo del Toro.

Su vida profesional tuvo también una trayectoria muy norteamericana: sirvió por varios años en la marina de Estados Unidos para pasar a trabajar luego en el mundo de las altas finanzas en Goldman Sachs, llegando a conocer sus entrañas desde dentro luego de lo cual se dedicó a los medios de información y la política, habiendo sido de los principales promotores, asesores y altos funcionarios de Donald Trump.

La definición que Bannon hace del populismo es clave, con resonancias tanto de Aristóteles como de Maquiavelo y Gramsci. Es una definición no liberal sino radicalmente demócrata y popular, según la cual el populismo es un anti-elitismo, considerando a la élite como una degeneración de la aristocracia que desemboca en una oligarquía que se apropia del gobierno, de las instituciones y del poder público para beneficio propio (Aristóteles), vaciando de contenido el sistema democrático al desconectarse del pueblo soberano.

Para apuntalar su postura, Bannon recupera por un lado la figura de Louis Brandeis para autodefinirse como populista nacionalista “neo-brandeisiano”. Brandeis (1856-1941) fue un juez de Kentucky que llegó a ser conocido como el “Abogado del Pueblo”, que planteaba que el mayor mal para una sociedad son los monopolios privados, mas no los públicos, además de hacer suyas, por el otro, las tesis de Varoufakis –de orientación marxista– sobre el problema que supone la mutación del capitalismo de nuestro tiempo en un “tecnofeudalismo”.

Bannon es impulsor a nivel global del movimiento populista conservador, efectivamente, pero aquí conservador hay que conceptuarlo como negación de los tres elementos clave de la matriz del neoliberalismo socialdemócrata: el anti-progresismo, el anti-elitismo y el anti-globalismo, atribuyéndole a las élites euroatlánticas la responsabilidad por la debacle económica y cultural de Estados Unidos y de occidente en general.

Respecto de la crisis de 2008, ha dicho que la élite financiera global puso de rodillas al capitalismo desde dentro con una eficacia y letalidad que ni Marx, Lenin, Stalin y el Ché Guevara juntos hubieran imaginado poder lograr.

Respecto de la crisis cultural occidental, Bannon dice que la clave está en los dos proyectos de sociedad que colisionaron en 1969 en EE.UU.: el alunizaje del Apolo 11 en julio como símbolo de una sociedad que se esfuerza y prospera, pero en franca retirada, y el festival de Woodstock en agosto, símbolo del hippismo libertino llamado a desembocar en el progresismo postmoderno y neoliberal de hoy tal como puede verse en el expediente de la Universidad de Harvard, ejemplo integral de cómo una universidad de alto nivel puede convertirse en una fábrica de lunáticos woke en toda regla, sin sentido de la realidad.

Según Bannon, hablando en términos de Maquiavelo, Donald Trump es el tribuno de la plebe que surgió para detener la decadencia.

Publicación original de El Independiente