Eran las dos de la tarde y L. y yo llegamos al punto. La Tío Pepe se encontraba ya con mucha clientela para entonces el pasado sábado 14 de diciembre. Y de hecho ocurrió que la zona que habíamos contemplado para la realización de nuestro evento estaba ocupada con una visita cantinera. En lo que se desocupaba nos sentamos en el lado opuesto, donde ya habíamos tenido una de nuestras noches en el Sályut.
El programa estaba dispuesto para iniciar a las dos de la tarde, pero en una ciudad como esta, en diciembre y además en el centro histórico, era muy complicado que pudiéramos comenzar a la hora con las actividades contempladas. ‘Yo y mi vehemencia y mis optimismos de la voluntad (Gramsci)’, pensé recriminatoriamente para mí al ver que éramos los únicos puntuales: ¿a quién se le ocurre obligar a la gente a someterse a un programa cultural con horarios fijos y toda la formalidad al uso un sábado de diciembre, comenzando además a las dos de la tarde? Pinches festivales culturales y literarios, habría dicho Filiberto González en cualquier parte de El complot mongol de Rafael Bernal. Pinches festivales culturales y literarios.
Así que tuvimos entonces que esperar más o menos una hora para poder situarnos en el lugar reservado y comenzar con nuestro Primer Nikolái Fest 2024. Pero la espera fue en todo caso valiocísima o digamos que perfecta, pues ocurre que llegaron dos visitas inesperadas, ellas sí casi puntuales, a nuestro encuentro.
Primero llegó E., proveniente ni más ni menos que de Guadalajara especial y exclusivamente para asistir al Festival, cosa que me impresionó muchísimo además de hacerme sentir responsable y honrado. Y es que resulta ser que él ya había estado en una conferencia que di hace muchos años –posiblemente cinco o más– sobre el Quijote en un instituto de la ciudad de León en el marco de un proyecto de facultad de filosofía en el que estuve involucrado. Desde entonces, E. me fue siguiendo la pista a través de redes sociales y no fue sino hasta que pasaron todos estos años para que haya logrado viajar de Guadalajara para acompañarnos.
Pero mi sorpresa, honra y sentido de la responsabilidad no se detuvieron ahí, pues resulta ser que a los pocos minutos llegaron también P. y su hijo D., provenientes en su caso de Morelos igualmente de forma especial y exclusiva para acompañarnos y para que D., de diez años apenas, me conociera, habiéndome visto hace algún tiempo en Youtube tras de lo cual comenzó a seguirme también en redes sociales cultivando un gran interés por conocerme. Su padre, por su parte, lo hizo en Cuernavaca hace mes y medio más o menos en el contexto de un par de charlas que di a un grupo de militantes de Morena del estado de Morelos, invitado por el instituto de formación política local.
II
El Primer Nikolái Fest 2024 fue organizado como celebración por haber alcanzado el primer año de encuentros mensuales del Club Literario Nikolái Nikoláievich Pseldónimov (abreviado como Club Nikolái), que a su vez pusimos en marcha entre varios amigos inspirados en –y homenajeando– la novela de David Toscana El peso de vivir en la tierra (Alfaguara, México, 2022), que ya he reseñado previamente reputándola como una de las novelas más extraordinarias, frescas, eruditas y ambiciosas que he leído en mucho tiempo, y en donde el personaje central –Nicolás, un regiomontano de la década de los setenta del siglo pasado en Monterrey transformado en Nikolái merced a la locura a la que lo llevó la lectura descontrolada de literaria rusa mediante la que había quedado apasionadamente cautivo de la obsesión por saber cómo tener un alma grande– tenía junto con otros amigos (a los que fue también rebautizando soviéticamente) un lugar de encuentro que no era otra cosa que una cantina cualquiera a la que, sovietizándola también, pasaron a llamarle Sályut en alusión a la estación espacial soviética, la primera de la historia, que llevaba ese nombre.
Así lo cuenta Toscana: ‘Entró en la primera cantina que halló. Los hombres se arracimaban en pequeñas mesas de madera. Detrás de la barra había un viejo con la dignidad del propietario que no trabaja y una mujer que lo hacía todo… “Deme vodka”, pidió a la mujer. Se dirigió adonde se hallaba un hombre que conversaba con su botella. Bien sabía que las tabernas son sitios para conocer a desconocidos que se vuelven relevantes… “Nikolái Nikoláievich Pseldónimov, consejero titular” (dijo Nicolás para presentarse)… El hombre (por su parte) dijo su nombre pero Nikolái no lo escuchó. Miraba a su alrededor en tanto recordaba aquella frase de Gorki en La madre: “A los hombres no les quedaba más que la taberna para estar a su gusto y no tenían otro goce que el alcohol”. “¿Me permite llamarle Guerásim?”, preguntó Nikolái… La mesera volvió con un vaso minúsculo. Nikolái miró la insignificancia que tenía delante. ¿Era lo que bebían los cosacos antes de hacerle la guerra a cualquier pueblo vecino? ¿Lo que perdía a los hombres y volvía desgraciadas a las mujeres? ¿Lo que dio fuerzas a los rusos para derrotar a Napoleón? Nadie que bebiera tan poquita cosa podría tener un alma grande…. Pasaron media hora sin hablar. A Nikolái ya le sofocaba el abrigo. Guerásim siguió hurtando vodka hasta que se quedaron sin nada de beber. Fue cuando el mareo y la sensación de ingravidez acabaron de alumbrar a Nikolái. “Estamos en la estación Sályut” (gritó). Se puso de pie. Con poca noción de lo que era habitar un mundo sin gravedad, comenzó a moverse lentamente. Utilizó la silla como escalón para trepar a la mesa. Ahí, de pie, con los brazos abiertos, dejó que el mareo lo bamboleara sin hacerle perder el equilibrio. Con voz sonora dijo: “Aquí el cosmonauta Pseldónimov. Saludos a los hombres allá abajo y paz a las naciones”’ (pp. 16 y 18).
De alguna manera ha sido esta la razón por la cual optamos por elegir una cantina tan entrañable y añeja para nuestras reuniones, que bien pudieron haberse realizado en un café como solía ocurrir en el Madrid de las tertulias del Café Gijón, en donde por cierto recuerdo haberme sentado al lado da Arturo Azuela sin saber quién era en el momento en el que como si nada le pregunté por su nombre al darme cuenta de su acento mexicano hace ya veinte o veinticinco años tal vez en un primer viaje que hice a España.
Cada noche de nuestras reuniones entonces y en todo caso son referidas como las “Noches en el Sályut”, y la Tío Pepe ha resultado ser para los efectos un lugar extraordinario. Acaso podamos decir que cada reunión es realizada con la severidad de una ceremonia mediante la que le quisiéramos salvar la vida a alguien sin importar que lo logremos o no, pero importando eso sí la convicción que a todos nos une en el sentido de que, como dice Penélope Córdova en el bello prólogo al bello libro de Marcos A. Medrano Los ajados (México, Hormiguero, 2024) ‘una de las cosas para las que sirve la literatura es para ver. Y ver sirve para evitar extinciones’. ‘Ya se va formando la tertulia –escribió por otro lado Ramón Gómez de la Serna en Pombo. Biografía del célebre café y de otros cafés famosos–. ¡No es una tertulia de todos los días, sino sólo de los sábados, todos un poco traslúcidos en esa luz preclara de Pombo, todos envueltos como en una incubadora de la conciencia, probos y leales!’. Pues eso: todos un poco traslúcidos en esa luz preclara de la Tío Pepe el último jueves de cada mes.
Ricardo Lugo Viñas, asiduo apasionado de cantinas capitalinas, dice por su parte en su texto “El Tío Pepe”, que forma parte a su vez de Últimos tragos. Antología de cantinas, abrevaderos y borracherías (Los bastardos de la uva, México, 2022) compilado por él mismo, lo siguiente:
El Tío Pepe es una de las cantinas más antiguas y mejor conservadas de México. Posee, casi a manera de lección de diccionario, cada uno de los elementos de una soberana institución báquica, a saber: PUERTAS BATIENTES… BARRA DE MADERA… ESTRIBO… CANALETA…VITRINAS… RESERVADOS… MESAS… ESPEJOS CARIADOS… BAÑOS… CONTRABARRA… Paulatinamente han ido hermoseando esta inveterada emborrachaduría, como buscando su afrancesado pasado perdido de clientes pomadosos. Por fortuna, entre los murmullos y el retintín de los vasos que van vaciándose a cada salud, aún surca en su interior un tufillo a rasposidad disoluta y una aureola bohemia taciturna… Como buenos anticuarios, cada dueño que ha tenido esta cantina le carga más y más la mano con su edad. Hoy se afirma que fue fundada en 1869 –cosa que francamente dudo–, lo que la convertiría en la más carcamal del país, título que otras se disputan. Lo cierto es que el Tío Pepe (que antes llevó los nombres de Salón Habana y Oriental, por estar en el Barrio Chino) ha existido ininterrumpidamente, y en el mismo lugar, durante tres siglos: desde las postrimerías del XIX hasta los sedientes y alboreos días de esta centuria que borracha camina… También personajes de ficción han atizado la garganta en este lugar. Diré tres (porque no me sé más): Filiberto García del Complot mongol, Carlos Denegri de El vendedor de silencio y William Lee, alter ego de W.S. Burroughs en su novela Yonqui. (pp. 106, 107 y 108).
III
Para efectos de clasificación, acaso podamos definir dos tipos límite de festivales cultural-literarios como modelos: los festivales circunscritos y los festivales abiertos. Los del primer tipo serían los festivales centrados (circunscritos) única y exclusivamente alrededor de un autor u obra determinada; los del segundo tipo son los que tienen una organización no centrada o circunscrita a autor u obra en específico, sino que están abiertos a una diversidad determinada de contenidos.
Acaso sea el Festival de Bayreuth en Alemania el modelo paradigmático del festival circunscrito, pues se trata como se sabe de un evento de música clásica organizado de manera exclusiva para interpretar la obra de Richard Wagner, habiendo sido él mismo el que, en 1876, concibió semejante y megalomaníaca empresa para poner en escena la tetralogía de El anillo del nibelungo y Parsifal.
En el terreno estricto de la literatura, el festival que se destaca al instante es el Bloomsday, evento realizado anualmente desde 1954 en la ciudad de Dublín todos los 16 de junio y dedicado a Leopold Bloom, personaje central del Ulises de Joyce. En el festival se da cita un conjunto de actividades que gravitan efectivamente de manera exclusiva alrededor de la obra y el autor referidos, en efecto, contando entre ellas la del disfrace de los asistentes según los atuendos de la época en que la novela fue escrita (cosa que por lo demás yo jamás me atrevería a hacer por un poco de sentido del pudor, digámoslo así), la imprescindible lectura en voz alta de fragmentos de la novela, recorridos a pie, tours por los pubs de Dublín y conferencias literarias o poéticas. Hasta donde podemos saber, el Bloomsday no ha perdido continuidad desde su primera edición, además de tener capítulos, como se dice, en otras ciudades en donde se realizan las mismas actividades.
El otro festival literario circunscrito que acaso pueda mencionarse, aunque no podamos saber si se ha logrado mantener la continuidad hasta el día de hoy (yo tengo la impresión de que ha dejado de realizarse), es el Congreso Internacional Witold Gombrowikz, organizado originariamente en Argentina en 2014 con algunas cuantas reediciones más, al parecer hasta 2018 más o menos, circunscrito de manera general a la figura del escritor polaco que vivió muchos años en Argentina, y de manera particular aunque no limitativa a su novela fundamental Ferdydurke, y en el que se han realizado actividades como la creación de la revista Witolda (desconocemos si se siga editando al día de hoy), la entrega del Premio Gombrowicz de Novela o la puesta en escena de su dramaturgia.
Por cuanto a los festivales abiertos, acaso sean las ferias del libro los modelos más representativos, llámense de Guadalajara, de Frankfurt o de Madrid, en el sentido de que los formatos y contenidos de todo lo que ahí ocurre están abiertos a una infinidad de posibilidades relacionadas principalmente, como es obvio, a los libros, pero con cientos y cientos de autores, géneros, obras y editoriales presentes y extensivos también, los formatos y contenidos en cuestión, a la música, el cine o el teatro.
Ahora bien, existe además, desde luego, la posibilidad de combinación de los dos tipos límite, que es lo que ocurre por ejemplo con el Festival Internacional Cervantino, que lleva nombre del primero tipo, es decir circunscrito (a Cervantes o en todo caso al Quijote) pero que en realidad es del segundo tipo, pues su abanico de contenidos está abierto a prácticamente todas las artes, géneros y procedencias, siendo además lo cierto que el adjetivo de cervantino ha pasado a ser nada más un rótulo o marca cuyo potencial histórico, universal y geopolítico está totalmente desaprovechado.
Este es el caso también para el Nikolái Fest para volver a lo nuestro, que sin perjuicio de tener un nombre e inspiración circunscrita al personaje (Nikolái Nikoláievich Pseldónimov) de una novela concreta (El peso de vivir en la tierra) de un autor concreto (David Toscana), su programa no está dedicado a ninguno de los tres elementos, sino que se toma solamente como punto de referencia en general, y específicamente como nombre de un club literario (el Club Nikolái en comento), y, por cuanto a la obra en específico, como ejemplo de novela mexicana contemporánea de extraordinaria calidad, catadura, poderío y belleza.
IV
Para las tres de la tarde ya habían llegado E. y Mario Raúl Guzmán, autor del primer libro que se iba a presentar (Dos granujas contra Revueltas y otros ensayos político-literarios), además de T. y una amiga que había venido con ella. Posteriormente llegaron Elizabeth Treviño, ponente de la charla especial y su acompañante. Conforme fueron pasando las horas se fueron sumando más miembros del club y otros invitados que afortunadamente lograron llegar para acompañarnos, habiendo logrado mantener una masa crítica de alrededor de veinte personas más o menos. Las cervezas, los tequilas y los bocadillos fluyeron sin cesar toda la tarde y hasta prácticamente la noche muy poco antes de cerrar.
Con el libro Dos granujas contra Revueltas y otros textos político-literarios yo tengo una historia bien particular. A las 3.30 de la tarde comenzamos con su presentación correspondiente con bastante puntualidad.
Ocurre que, durante una temporada a comienzos de año, pasaron semanas y semanas, incluso tal vez meses, en los que veía yo en la vitrina de la librería de viejo Jorge Cuesta (que visito cada semana) el libro de Mario Raúl pero sin serme permitido quitarle el celofán por no sé qué razón, y era eso lo que me detenía a comprármelo no sin dejarme con la intriga desde el primer día por el contenido de un libro que tiene el nombre de una de mis más grandes y apasionantes influencias como es la de José Revueltas.
Luego de varios intentos y de manosear el libro con la posibilidad limitativa de poder leer solamente la contraportada, decidí por fin comprármelo “pagando sin ver” aconteciendo de inmediato que, al abrirlo, tuve la primera sorpresa de sentir que el rostro de Mario Raúl (en la foto de la solapa) se me hacía bastante conocido.
Al avanzar con el texto de presentación advertí también que hablaba del parque Villa de Cortés como lugar de sus merodeos librescos, cosa que también me sorprendió porque la estación de metro que le corresponde a la colonia donde yo crecí, la Reforma Izataccíhuatl, es precisamente la de Villa de Cortés.
Más adelante hace mención Mario Raúl de la influencia tan importante que tuvo sobre él Mario Santiago y el grupo de los poetas infrarrealistas, cosa que supuso otra coincidencia sorpresiva porque, por no sé yo bien qué razón particular, venía leyendo por esos días Los detectives salvajes de Bolaño luego de varios intentos de comenzar la novela sin poder mantener la continuidad en la lectura, lo que implicaba a su vez una cierta presencia acaso fantasmal –digamos– alrededor mío de Mario Santiago. El texto de dedicatoria de Dos granujas contra Revueltas es muy bonito. Dice así:
En Leibnitz 31, a espaldas del Camino Real en la Anzures, Raúl Guzmán ensayó en la “Librería Contraste” el concepto del oficio librero que abrazó al ingresar, casi un adolescente, a la “Librería Cicerón”, muy cerca del actual Museo del Templo Mayor. “Contraste” es la librería más bella que he visto, pero la mejor es de la UNAM en Insurgentes Sur 299. Él la dirigió con ahínco y pasión y pleno conocimiento del mundo editorial. La mejor de la capital y acaso la mejor del país en los años setenta. Por aquel entonces la militancia política había quedado atrás; era ya un comunista desencantado, mas su amor por los libros latió mientras latió su corazón. La práctica diaria del oficio era su vocación de vida. Inolvidables mediodías de domingo en que mi hermano Iván Alejandro y yo lo acompañábamos a La Lagunilla, cuyos viejos libreros lo respetaban como a uno de los suyos. A él dedico este libro. (p. 11).
Tenía ante mí el libro de título referido a José Revueltas de un apasionado de las librerías de viejo como yo con un rostro que se me hacía muy conocido y que vivía en las cercanías del metro de mi colonia, organizado como recopilación de una cantidad nada despreciable de textos que en volumen sumaban un total de 623 páginas que me di a la tarea entonces de comenzar a leer, inmediatamente después de lo cual pensé en la posibilidad de presentarlo en el Espacio Cultural San Lázaro de la Cámara de Diputados, para lo que entonces y en correspondencia le escribí un correo a Mario Raúl por ahí de abril de este año que nunca respondió.
Hace tres semanas más o menos, en un evento conmemorativo del Partido Comunista Mexicano, una amiga me dijo que estaba por llegar un compañero que sabía mucho de libros al que había invitado, y que me daría mucho gusto conocerlo. El compañero no era otro que Mario Raúl Guzmán.
Dos granujas contra Revueltas y otros textos político-literarios es un libro donde se recogen de manera exhaustiva los artículos (un total de 73) escritos durante varias décadas (no recuerdo exactamente de cuándo es el más antiguo, pero podría tal vez remontarse a la década de los setenta del siglo pasado) en los que se aprecia una visión muy amplia de intereses universales centrados en este caso y de manera casi exclusiva en México, abordando un abanico temático que va de Cristina Rivera Garza a la biografía de Victor Manuel Villaseñor Memorias de un hombre izquierda, pasando por textos sobre el Dr. Atl (que es especialmente valioso y emocionante) o sobre impresores y libreros novohispanos (un texto exquisito que me hizo recordar a Alfonso Reyes), sin dejar de mencionar trabajos sobre economía y finanzas, la sociología en México, la evolución del sistema educativo nacional según la ANUIES, la biotecnología, la historia mínima del PRI, Lucio Cabañas, Ibargüengoitia o Montemayor o toda una sección de ácida crítica a López Obrador y el gobierno de la 4T que pecan tal vez, a mi modesto juico, de una corrosividad tan excesiva que se rompe con ella el equilibro platónico, gramsciano y vasconceliano que yo encontré en el libro en el que, de manera general, se pueden percibir resonancias de la universalidad de intereses con la que Vasconcelos concibió, con inequívoco optimismo de la voluntad (Gramsci otra vez), esa revista tan entrañable que fue El Maestro.
En definitiva, habiéndomelo leído todo, he pensado en un título alternativo para este libro que por todas las razones dichas me ha resultado tan querido, pues al ir avanzando yo sentí que Dos granujas contra Revueltas pudo haberse llamado también El lector errante o una forma de hacer pueblo. Ensayos político-literarios.
V
En el prefacio a La época barroca en el México colonial (FCE, 1986; 1ª edición en español de 1974; original en inglés de 1959), ambos -prefacio y libro- de su autoría, Irving A. Leonard dice lo siguiente: ‘Cuando los historiadores que se ocupan de Hispanoamérica se reúnen ocasionalmente sus discusiones versan sobre los orígenes de las repúblicas que se extienden al sur del hemisferio occidental. Con frecuencia se repite la idea de que, en comparación con la edad de los descubrimientos y las conquistas y el posterior periodo de agitación intelectual que preparó la separación política de España, el siglo XVII es una época “olvidada”, o “descuidada”. Parece una especie de descanso nocturno entre dos extenuantes jornadas de la historia; pero los estudiosos atentos a los acontecimientos del pasado consideran que en la historia realmente no hay tales pausas y que el proceso histórico prosigue aun durante estos momentos tranquilos; aún más, que las etapas de quietud pueden determinar poderosas, aunque sutiles transformaciones que moldean el carácter de un pueblo y condicionan los hechos subsecuentes. ‘ (p. 11).
El planteamiento de Leonard da en el clavo, o, para decirlo mejor y más dramáticamente: toca la llaga de la filosofía de la historia mexicana y en general americana de sello nacionalista, configurado en un primer momento en el siglo XIX mediante la instrumentalización realizada por las élites criollas que adoptarían el liberalismo británico y la ilustración francesa y afrancesada (ver para estos efectos Fracasología de María Elvira Roca Barea, de inestimable valor crítico-historiográfico) como puntos de apoyo para ejecutar las rupturas políticas en el contexto de la crisis de la monarquía española por la invasión napoleónica y que desembocarían en la construcción de nuestras repúblicas popular-nacionalistas consolidadas ideológicamente, en un segundo momento, en el primer tramo del siglo XX hasta la Segunda Guerra Mundial, encontrando sus más genuinas y orgánicas, vale decir canónicas expresiones en el cardenismo mexicano y, sobre todo -por mantener su impronta católica bien firme al no haber tenido ellos su guerra cristera-, el peronismo argentino.
Desde esta interpretación nacionalista convencional (otros dirán oficial) y de todo punto maniquea, infantil e infantilizadora, la etapa virreinal mal llamada colonial fue algo así como nuestra Edad Media: un paréntesis de obscuridad y opresión; una perpetua noche atroz en donde nada ocurrió salvo violaciones, vejaciones y adoctrinamiento católico a frágiles y puros pueblos originarios que se dedicaban armoniosamente al cultivo de las flores y la poesía “hasta la llegada maldita de los españoles”, que es repudiada y condenada como la fuente de todos nuestros males y nuestros pesares.
El virreinato sería visto entonces, volviendo con Leonard, como ‘una especie de descanso nocturno entre dos extenuantes jornadas de la historia; pero -atención con esto- los estudiosos atentos a los acontecimientos del pasado consideran que en la historia realmente no hay tales pausas y que el proceso histórico prosigue aun durante estos momentos tranquilos’.
Y más adelante continúa: ‘La ausencia general de acontecimientos sensacionales desvía nuestra atención hacia elementos históricos más pequeños, casi intangibles, y el estudioso se ve forzado a trabajar más bien en el clima de los sentimientos de la época, que entre la flora y la fauna de la evidencia registrada. No es fácil penetrar en la íntima realidad de una época cuyo espíritu anacrónico se empeña en esconder la sustancia tras de un elaborado frontispicio de intricado diseño. El relativo éxito de este esfuerzo decorativo obliga al investigador a buscar su camino, no tanto entre las relaciones que aportan los sucesos o los movimientos de ideas, como entre las actitudes que prevalecen, los principios y las creencias del período. Estos imponderables con frecuencia asoman en triviales incidentes y se presentan como detalles sin importancia. Tal estadio exteriormente inactivo, interiormente vivo de la evolución histórica de la Nueva España o México colonial, ha sido propiamente llamado “época barroca”.’ (pp. 12 y 13).
Todas estas líneas pueden ser perfectamente consideradas como preámbulo de encuadre a la magnífica charla que, luego de presentar Dos granujas, nos compartió Elizabeth Treviño del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM y parte del equipo de investigación coordinado por Marina Garone, que nos habló sobre la “Floresta latina y otros bosques neolatinos”.
La Floresta latina es un texto novohispano del siglo XVII, efectivamente, publicado concretamente en 1623 y que es, en esencia, en palabras de la propia Elizabeth ‘una breve antología poética de la cual se sabe muy poco. La conforman una serie de composiciones poéticas escritas en latín y castellano, todas de ingenios novohispanos, en su mayoría, desconocidos’ (‘Apuntes sobre el fenómeno editorial de la “Floresta latina” (México, 1623)’, Calíope. Revista de la Society for Renaissance and Baroque Hispanic Poetry, 28, 1, abril, 2023, consultada en internet en el portal de Dialnet).
En su charla, Elizabeth arrojó luz y aire frescos a la tertulia con brillo, sencillez erudita y aticismo, enderezando de manera tangencial y sutil y digamos que con elegancia alfonsina una poderosa crítica a la historiografía nacionalista referida líneas arriba según la cual de la “colonia” (entiéndase virreinato) lo único que puede decirse son condenas lapidarias y éticamente superiores pero esgrimidas desde una pedantería indignada que se nos presenta no obstante como el reflejo invertido de una ignorancia histórica supina y maniquea, de nivel de libro de texto de primaria, que bloquea de manera radical la posibilidad de comprender que la latinidad, según afirma Ernst Robert Curtius, es la plataforma que ofrece una perspectiva universal con la suficiente amplitud como para dimensionar, apreciar y comprender movimientos geo-culturales de grandes dimensiones espaciales y temporales (el latín, nos recuerda Curtius, fue la lengua cultural de los trece siglos que van de Virgilio a Dante) y que, a través del desdoblamiento geopolítico del imperio español católico-ignaciano hacia América enfrentado tanto con el imperio islámico otomano como, más veladamente, con el imperio germánico protestante-luterano, nos incorporó a un despliegue dialéctico de envergadura literalmente universal (con esto entramos, nos guste o no y para bien o para mal, en una dialéctica literalmente mundial o global).
VI
Luego del espléndido coloquio con Elizabeth sobre la Floresta, Sigüenza y Góngora, los impresores novohispanos o Sor Juana llegó el turno del jazz, para efectos de lo cual contamos con la presencia de la guitarra sublime de Djuvens Colas, jazzista de origen haitiano afincado desde hace varios años en México con una consistencia y soberanía musical e instrumental extraordinarias, que entre Miles Davis, Charlie Parker y el clásico Sunny de Bobby Hebb nos ofreció un cambio de tono y atmósfera con evocaciones de Wes Montgomery y George Benson lo mismo que de Jim Hall o Pat Metheny, acercando al Nikolái Fest a su fin para concluir solamente con el anuncio de que mi libro La extraña felicidad y otros textos literarios estaba a la venta para quien tuviera interés. ‘Véndeme uno’, me dijo mi querido Djuvens mientras, habiendo concluido su concierto, le ayudaba a recoger micros, pedestales y monitores.
Como venía solo y no podía cargar todo su material de trabajo lo acompañamos J.I. y yo al estacionamiento. Al salir con su camioneta y abrirnos la puerta para que metiéramos bocinas y demás cosas, se escuchaba estridente la guitarra poderosa de algún jazzista que venía escuchando Djuvens como seguramente hace todo el tiempo que ocupa para sus traslados. ‘¿A quién escuchas bro?’, le pregunté emocionado siguiendo el ritmo electrizante del solo de jazz guitar que todos escuchábamos. ‘A Metheny bro, a Metheny’, me respondió al instante con esa sonrisa generosa y contagiosa que lo caracteriza y con la que mi querido Dju recibe a todo el mundo.
VII
Eran más o menos las 8.30 o casi las 9 de la noche y la mayoría se había retirado luego de tremendo éxito logrado entre otras cosas gracias al encanto y pericia para la coordinación y socialización de mi amada L., que fungió como coordinadora general del evento y anfitriona de rigor y diligencia ejecutadas con arreglo a la consigna que cuenta que le recomendaba su padre Alice Toklas según Gertrude Stein, cuando le decía severo que ‘una anfitriona jamás debe disculparse por los fallos que puedan observarse en la recepción; si hay anfitriona, siempre y cuando haya una anfitriona, no puede haber fallos’ (Gertrude Stein, Autobiografía de Alice B. Toklas), lo que la convirtió también por la vía expedita de los hechos consumado en capitana sui generis de meseros además de jefa de ventas de mi libro y, por si todo lo anterior no fuera suficiente, fotógrafa del evento.
Quedábamos al final solamente E., J.I., ella y yo en una mesa, y en otra un poco alejada estaban unos amigos queridos que nos habían visitado del estado de México coordinados por R. Los invitamos a unirse con nosotros para los comentarios y las cervezas finales o “del estribo”, según se suele decir. Mientras me compraban varios libros de La extraña felicidad comenzamos a hablar de política como no podía por menos que faltar, transitando entonces tal vez, antes de irnos, a una atmósfera como la de Elcomplot mongol aunque sin pistolas pero igual en cuanto a intensidad y disposición estratégica de todo cuanto se dice, enderezándose las cosas hacia la consecución dialéctica –es decir, pensada siempre “contra alguien”– de objetivos políticos. Pinche política, habría dicho Filiberto González. Pinche política.
‘Es imprescindible organizar un Frente de Cultura Popular’, me dijo a bocajarro E.G., ‘y evitar siempre y en todo momento el culto a la personalidad’, añadió también según me parece recordar. ‘La situación política en el país nos es favorable estando en el poder, pero la lucha no puede detenerse y es necesario abrir con claridad explícita un frente de batalla cultural y de lucha de ideas’. ‘Hagámoslo’, le respondí. ‘Podemos articular distintos polos de acción: CDMX, Morelos y estado de México’.
Convenimos en poner manos a la obra y pedimos por fin la cuenta, que no obstante haber estado más de 7 u 8 horas ahí no fue tampoco tan abrumadora. El Primer Nikolái Fest 2024 llegaba a su fin y quedamos emplazados para la próxima reunión mensual en enero. A esa hora la calle, en el corazón del Barrio Chino, mantenía un estruendo y una vivacidad total. Entre puestos, gritos y fritangas orientales maniobramos J.I., L. y yo en dirección al estacionamiento para dar por concluida la jornada. Pinche barrio chino, habría dicho Filiberto González.
Aquí el cosmonauta Pseldónimov, diría por su parte Nikolái Nikoláievich. Saludos a los hombres allá abajo y paz a las naciones.
I
Eran las dos de la tarde y L. y yo llegamos al punto. La Tío Pepe se encontraba ya con mucha clientela para entonces el pasado sábado 14 de diciembre. Y de hecho ocurrió que la zona que habíamos contemplado para la realización de nuestro evento estaba ocupada con una visita cantinera. En lo que se desocupaba nos sentamos en el lado opuesto, donde ya habíamos tenido una de nuestras noches en el Sályut.
El programa estaba dispuesto para iniciar a las dos de la tarde, pero en una ciudad como esta, en diciembre y además en el centro histórico, era muy complicado que pudiéramos comenzar a la hora con las actividades contempladas. ‘Yo y mi vehemencia y mis optimismos de la voluntad (Gramsci)’, pensé recriminatoriamente para mí al ver que éramos los únicos puntuales: ¿a quién se le ocurre obligar a la gente a someterse a un programa cultural con horarios fijos y toda la formalidad al uso un sábado de diciembre, comenzando además a las dos de la tarde? Pinches festivales culturales y literarios, habría dicho Filiberto González en cualquier parte de El complot mongol de Rafael Bernal. Pinches festivales culturales y literarios.
Así que tuvimos entonces que esperar más o menos una hora para poder situarnos en el lugar reservado y comenzar con nuestro Primer Nikolái Fest 2024. Pero la espera fue en todo caso valiocísima o digamos que perfecta, pues ocurre que llegaron dos visitas inesperadas, ellas sí casi puntuales, a nuestro encuentro.
Primero llegó E., proveniente ni más ni menos que de Guadalajara especial y exclusivamente para asistir al Festival, cosa que me impresionó muchísimo además de hacerme sentir responsable y honrado. Y es que resulta ser que él ya había estado en una conferencia que di hace muchos años –posiblemente cinco o más– sobre el Quijote en un instituto de la ciudad de León en el marco de un proyecto de facultad de filosofía en el que estuve involucrado. Desde entonces, E. me fue siguiendo la pista a través de redes sociales y no fue sino hasta que pasaron todos estos años para que haya logrado viajar de Guadalajara para acompañarnos.
Pero mi sorpresa, honra y sentido de la responsabilidad no se detuvieron ahí, pues resulta ser que a los pocos minutos llegaron también P. y su hijo D., provenientes en su caso de Morelos igualmente de forma especial y exclusiva para acompañarnos y para que D., de diez años apenas, me conociera, habiéndome visto hace algún tiempo en Youtube tras de lo cual comenzó a seguirme también en redes sociales cultivando un gran interés por conocerme. Su padre, por su parte, lo hizo en Cuernavaca hace mes y medio más o menos en el contexto de un par de charlas que di a un grupo de militantes de Morena del estado de Morelos, invitado por el instituto de formación política local.
II
El Primer Nikolái Fest 2024 fue organizado como celebración por haber alcanzado el primer año de encuentros mensuales del Club Literario Nikolái Nikoláievich Pseldónimov (abreviado como Club Nikolái), que a su vez pusimos en marcha entre varios amigos inspirados en –y homenajeando– la novela de David Toscana El peso de vivir en la tierra (Alfaguara, México, 2022), que ya he reseñado previamente reputándola como una de las novelas más extraordinarias, frescas, eruditas y ambiciosas que he leído en mucho tiempo, y en donde el personaje central –Nicolás, un regiomontano de la década de los setenta del siglo pasado en Monterrey transformado en Nikolái merced a la locura a la que lo llevó la lectura descontrolada de literaria rusa mediante la que había quedado apasionadamente cautivo de la obsesión por saber cómo tener un alma grande– tenía junto con otros amigos (a los que fue también rebautizando soviéticamente) un lugar de encuentro que no era otra cosa que una cantina cualquiera a la que, sovietizándola también, pasaron a llamarle Sályut en alusión a la estación espacial soviética, la primera de la historia, que llevaba ese nombre.
Así lo cuenta Toscana: ‘Entró en la primera cantina que halló. Los hombres se arracimaban en pequeñas mesas de madera. Detrás de la barra había un viejo con la dignidad del propietario que no trabaja y una mujer que lo hacía todo… “Deme vodka”, pidió a la mujer. Se dirigió adonde se hallaba un hombre que conversaba con su botella. Bien sabía que las tabernas son sitios para conocer a desconocidos que se vuelven relevantes… “Nikolái Nikoláievich Pseldónimov, consejero titular” (dijo Nicolás para presentarse)… El hombre (por su parte) dijo su nombre pero Nikolái no lo escuchó. Miraba a su alrededor en tanto recordaba aquella frase de Gorki en La madre: “A los hombres no les quedaba más que la taberna para estar a su gusto y no tenían otro goce que el alcohol”. “¿Me permite llamarle Guerásim?”, preguntó Nikolái… La mesera volvió con un vaso minúsculo. Nikolái miró la insignificancia que tenía delante. ¿Era lo que bebían los cosacos antes de hacerle la guerra a cualquier pueblo vecino? ¿Lo que perdía a los hombres y volvía desgraciadas a las mujeres? ¿Lo que dio fuerzas a los rusos para derrotar a Napoleón? Nadie que bebiera tan poquita cosa podría tener un alma grande…. Pasaron media hora sin hablar. A Nikolái ya le sofocaba el abrigo. Guerásim siguió hurtando vodka hasta que se quedaron sin nada de beber. Fue cuando el mareo y la sensación de ingravidez acabaron de alumbrar a Nikolái. “Estamos en la estación Sályut” (gritó). Se puso de pie. Con poca noción de lo que era habitar un mundo sin gravedad, comenzó a moverse lentamente. Utilizó la silla como escalón para trepar a la mesa. Ahí, de pie, con los brazos abiertos, dejó que el mareo lo bamboleara sin hacerle perder el equilibrio. Con voz sonora dijo: “Aquí el cosmonauta Pseldónimov. Saludos a los hombres allá abajo y paz a las naciones”’ (pp. 16 y 18).
De alguna manera ha sido esta la razón por la cual optamos por elegir una cantina tan entrañable y añeja para nuestras reuniones, que bien pudieron haberse realizado en un café como solía ocurrir en el Madrid de las tertulias del Café Gijón, en donde por cierto recuerdo haberme sentado al lado da Arturo Azuela sin saber quién era en el momento en el que como si nada le pregunté por su nombre al darme cuenta de su acento mexicano hace ya veinte o veinticinco años tal vez en un primer viaje que hice a España.
Cada noche de nuestras reuniones entonces y en todo caso son referidas como las “Noches en el Sályut”, y la Tío Pepe ha resultado ser para los efectos un lugar extraordinario. Acaso podamos decir que cada reunión es realizada con la severidad de una ceremonia mediante la que le quisiéramos salvar la vida a alguien sin importar que lo logremos o no, pero importando eso sí la convicción que a todos nos une en el sentido de que, como dice Penélope Córdova en el bello prólogo al bello libro de Marcos A. Medrano Los ajados (México, Hormiguero, 2024) ‘una de las cosas para las que sirve la literatura es para ver. Y ver sirve para evitar extinciones’. ‘Ya se va formando la tertulia –escribió por otro lado Ramón Gómez de la Serna en Pombo. Biografía del célebre café y de otros cafés famosos–. ¡No es una tertulia de todos los días, sino sólo de los sábados, todos un poco traslúcidos en esa luz preclara de Pombo, todos envueltos como en una incubadora de la conciencia, probos y leales!’. Pues eso: todos un poco traslúcidos en esa luz preclara de la Tío Pepe el último jueves de cada mes.
Ricardo Lugo Viñas, asiduo apasionado de cantinas capitalinas, dice por su parte en su texto “El Tío Pepe”, que forma parte a su vez de Últimos tragos. Antología de cantinas, abrevaderos y borracherías (Los bastardos de la uva, México, 2022) compilado por él mismo, lo siguiente:
El Tío Pepe es una de las cantinas más antiguas y mejor conservadas de México. Posee, casi a manera de lección de diccionario, cada uno de los elementos de una soberana institución báquica, a saber: PUERTAS BATIENTES… BARRA DE MADERA… ESTRIBO… CANALETA…VITRINAS… RESERVADOS… MESAS… ESPEJOS CARIADOS… BAÑOS… CONTRABARRA… Paulatinamente han ido hermoseando esta inveterada emborrachaduría, como buscando su afrancesado pasado perdido de clientes pomadosos. Por fortuna, entre los murmullos y el retintín de los vasos que van vaciándose a cada salud, aún surca en su interior un tufillo a rasposidad disoluta y una aureola bohemia taciturna… Como buenos anticuarios, cada dueño que ha tenido esta cantina le carga más y más la mano con su edad. Hoy se afirma que fue fundada en 1869 –cosa que francamente dudo–, lo que la convertiría en la más carcamal del país, título que otras se disputan. Lo cierto es que el Tío Pepe (que antes llevó los nombres de Salón Habana y Oriental, por estar en el Barrio Chino) ha existido ininterrumpidamente, y en el mismo lugar, durante tres siglos: desde las postrimerías del XIX hasta los sedientes y alboreos días de esta centuria que borracha camina… También personajes de ficción han atizado la garganta en este lugar. Diré tres (porque no me sé más): Filiberto García del Complot mongol, Carlos Denegri de El vendedor de silencio y William Lee, alter ego de W.S. Burroughs en su novela Yonqui. (pp. 106, 107 y 108).
III
Para efectos de clasificación, acaso podamos definir dos tipos límite de festivales cultural-literarios como modelos: los festivales circunscritos y los festivales abiertos. Los del primer tipo serían los festivales centrados (circunscritos) única y exclusivamente alrededor de un autor u obra determinada; los del segundo tipo son los que tienen una organización no centrada o circunscrita a autor u obra en específico, sino que están abiertos a una diversidad determinada de contenidos.
Acaso sea el Festival de Bayreuth en Alemania el modelo paradigmático del festival circunscrito, pues se trata como se sabe de un evento de música clásica organizado de manera exclusiva para interpretar la obra de Richard Wagner, habiendo sido él mismo el que, en 1876, concibió semejante y megalomaníaca empresa para poner en escena la tetralogía de El anillo del nibelungo y Parsifal.
En el terreno estricto de la literatura, el festival que se destaca al instante es el Bloomsday, evento realizado anualmente desde 1954 en la ciudad de Dublín todos los 16 de junio y dedicado a Leopold Bloom, personaje central del Ulises de Joyce. En el festival se da cita un conjunto de actividades que gravitan efectivamente de manera exclusiva alrededor de la obra y el autor referidos, en efecto, contando entre ellas la del disfrace de los asistentes según los atuendos de la época en que la novela fue escrita (cosa que por lo demás yo jamás me atrevería a hacer por un poco de sentido del pudor, digámoslo así), la imprescindible lectura en voz alta de fragmentos de la novela, recorridos a pie, tours por los pubs de Dublín y conferencias literarias o poéticas. Hasta donde podemos saber, el Bloomsday no ha perdido continuidad desde su primera edición, además de tener capítulos, como se dice, en otras ciudades en donde se realizan las mismas actividades.
El otro festival literario circunscrito que acaso pueda mencionarse, aunque no podamos saber si se ha logrado mantener la continuidad hasta el día de hoy (yo tengo la impresión de que ha dejado de realizarse), es el Congreso Internacional Witold Gombrowikz, organizado originariamente en Argentina en 2014 con algunas cuantas reediciones más, al parecer hasta 2018 más o menos, circunscrito de manera general a la figura del escritor polaco que vivió muchos años en Argentina, y de manera particular aunque no limitativa a su novela fundamental Ferdydurke, y en el que se han realizado actividades como la creación de la revista Witolda (desconocemos si se siga editando al día de hoy), la entrega del Premio Gombrowicz de Novela o la puesta en escena de su dramaturgia.
Por cuanto a los festivales abiertos, acaso sean las ferias del libro los modelos más representativos, llámense de Guadalajara, de Frankfurt o de Madrid, en el sentido de que los formatos y contenidos de todo lo que ahí ocurre están abiertos a una infinidad de posibilidades relacionadas principalmente, como es obvio, a los libros, pero con cientos y cientos de autores, géneros, obras y editoriales presentes y extensivos también, los formatos y contenidos en cuestión, a la música, el cine o el teatro.
Ahora bien, existe además, desde luego, la posibilidad de combinación de los dos tipos límite, que es lo que ocurre por ejemplo con el Festival Internacional Cervantino, que lleva nombre del primero tipo, es decir circunscrito (a Cervantes o en todo caso al Quijote) pero que en realidad es del segundo tipo, pues su abanico de contenidos está abierto a prácticamente todas las artes, géneros y procedencias, siendo además lo cierto que el adjetivo de cervantino ha pasado a ser nada más un rótulo o marca cuyo potencial histórico, universal y geopolítico está totalmente desaprovechado.
Este es el caso también para el Nikolái Fest para volver a lo nuestro, que sin perjuicio de tener un nombre e inspiración circunscrita al personaje (Nikolái Nikoláievich Pseldónimov) de una novela concreta (El peso de vivir en la tierra) de un autor concreto (David Toscana), su programa no está dedicado a ninguno de los tres elementos, sino que se toma solamente como punto de referencia en general, y específicamente como nombre de un club literario (el Club Nikolái en comento), y, por cuanto a la obra en específico, como ejemplo de novela mexicana contemporánea de extraordinaria calidad, catadura, poderío y belleza.
IV
Para las tres de la tarde ya habían llegado E. y Mario Raúl Guzmán, autor del primer libro que se iba a presentar (Dos granujas contra Revueltas y otros ensayos político-literarios), además de T. y una amiga que había venido con ella. Posteriormente llegaron Elizabeth Treviño, ponente de la charla especial y su acompañante. Conforme fueron pasando las horas se fueron sumando más miembros del club y otros invitados que afortunadamente lograron llegar para acompañarnos, habiendo logrado mantener una masa crítica de alrededor de veinte personas más o menos. Las cervezas, los tequilas y los bocadillos fluyeron sin cesar toda la tarde y hasta prácticamente la noche muy poco antes de cerrar.
Con el libro Dos granujas contra Revueltas y otros textos político-literarios yo tengo una historia bien particular. A las 3.30 de la tarde comenzamos con su presentación correspondiente con bastante puntualidad.
Ocurre que, durante una temporada a comienzos de año, pasaron semanas y semanas, incluso tal vez meses, en los que veía yo en la vitrina de la librería de viejo Jorge Cuesta (que visito cada semana) el libro de Mario Raúl pero sin serme permitido quitarle el celofán por no sé qué razón, y era eso lo que me detenía a comprármelo no sin dejarme con la intriga desde el primer día por el contenido de un libro que tiene el nombre de una de mis más grandes y apasionantes influencias como es la de José Revueltas.
Luego de varios intentos y de manosear el libro con la posibilidad limitativa de poder leer solamente la contraportada, decidí por fin comprármelo “pagando sin ver” aconteciendo de inmediato que, al abrirlo, tuve la primera sorpresa de sentir que el rostro de Mario Raúl (en la foto de la solapa) se me hacía bastante conocido.
Al avanzar con el texto de presentación advertí también que hablaba del parque Villa de Cortés como lugar de sus merodeos librescos, cosa que también me sorprendió porque la estación de metro que le corresponde a la colonia donde yo crecí, la Reforma Izataccíhuatl, es precisamente la de Villa de Cortés.
Más adelante hace mención Mario Raúl de la influencia tan importante que tuvo sobre él Mario Santiago y el grupo de los poetas infrarrealistas, cosa que supuso otra coincidencia sorpresiva porque, por no sé yo bien qué razón particular, venía leyendo por esos días Los detectives salvajes de Bolaño luego de varios intentos de comenzar la novela sin poder mantener la continuidad en la lectura, lo que implicaba a su vez una cierta presencia acaso fantasmal –digamos– alrededor mío de Mario Santiago. El texto de dedicatoria de Dos granujas contra Revueltas es muy bonito. Dice así:
En Leibnitz 31, a espaldas del Camino Real en la Anzures, Raúl Guzmán ensayó en la “Librería Contraste” el concepto del oficio librero que abrazó al ingresar, casi un adolescente, a la “Librería Cicerón”, muy cerca del actual Museo del Templo Mayor. “Contraste” es la librería más bella que he visto, pero la mejor es de la UNAM en Insurgentes Sur 299. Él la dirigió con ahínco y pasión y pleno conocimiento del mundo editorial. La mejor de la capital y acaso la mejor del país en los años setenta. Por aquel entonces la militancia política había quedado atrás; era ya un comunista desencantado, mas su amor por los libros latió mientras latió su corazón. La práctica diaria del oficio era su vocación de vida. Inolvidables mediodías de domingo en que mi hermano Iván Alejandro y yo lo acompañábamos a La Lagunilla, cuyos viejos libreros lo respetaban como a uno de los suyos. A él dedico este libro. (p. 11).
Tenía ante mí el libro de título referido a José Revueltas de un apasionado de las librerías de viejo como yo con un rostro que se me hacía muy conocido y que vivía en las cercanías del metro de mi colonia, organizado como recopilación de una cantidad nada despreciable de textos que en volumen sumaban un total de 623 páginas que me di a la tarea entonces de comenzar a leer, inmediatamente después de lo cual pensé en la posibilidad de presentarlo en el Espacio Cultural San Lázaro de la Cámara de Diputados, para lo que entonces y en correspondencia le escribí un correo a Mario Raúl por ahí de abril de este año que nunca respondió.
Hace tres semanas más o menos, en un evento conmemorativo del Partido Comunista Mexicano, una amiga me dijo que estaba por llegar un compañero que sabía mucho de libros al que había invitado, y que me daría mucho gusto conocerlo. El compañero no era otro que Mario Raúl Guzmán.
Dos granujas contra Revueltas y otros textos político-literarios es un libro donde se recogen de manera exhaustiva los artículos (un total de 73) escritos durante varias décadas (no recuerdo exactamente de cuándo es el más antiguo, pero podría tal vez remontarse a la década de los setenta del siglo pasado) en los que se aprecia una visión muy amplia de intereses universales centrados en este caso y de manera casi exclusiva en México, abordando un abanico temático que va de Cristina Rivera Garza a la biografía de Victor Manuel Villaseñor Memorias de un hombre izquierda, pasando por textos sobre el Dr. Atl (que es especialmente valioso y emocionante) o sobre impresores y libreros novohispanos (un texto exquisito que me hizo recordar a Alfonso Reyes), sin dejar de mencionar trabajos sobre economía y finanzas, la sociología en México, la evolución del sistema educativo nacional según la ANUIES, la biotecnología, la historia mínima del PRI, Lucio Cabañas, Ibargüengoitia o Montemayor o toda una sección de ácida crítica a López Obrador y el gobierno de la 4T que pecan tal vez, a mi modesto juico, de una corrosividad tan excesiva que se rompe con ella el equilibro platónico, gramsciano y vasconceliano que yo encontré en el libro en el que, de manera general, se pueden percibir resonancias de la universalidad de intereses con la que Vasconcelos concibió, con inequívoco optimismo de la voluntad (Gramsci otra vez), esa revista tan entrañable que fue El Maestro.
En definitiva, habiéndomelo leído todo, he pensado en un título alternativo para este libro que por todas las razones dichas me ha resultado tan querido, pues al ir avanzando yo sentí que Dos granujas contra Revueltas pudo haberse llamado también El lector errante o una forma de hacer pueblo. Ensayos político-literarios.
V
En el prefacio a La época barroca en el México colonial (FCE, 1986; 1ª edición en español de 1974; original en inglés de 1959), ambos -prefacio y libro- de su autoría, Irving A. Leonard dice lo siguiente: ‘Cuando los historiadores que se ocupan de Hispanoamérica se reúnen ocasionalmente sus discusiones versan sobre los orígenes de las repúblicas que se extienden al sur del hemisferio occidental. Con frecuencia se repite la idea de que, en comparación con la edad de los descubrimientos y las conquistas y el posterior periodo de agitación intelectual que preparó la separación política de España, el siglo XVII es una época “olvidada”, o “descuidada”. Parece una especie de descanso nocturno entre dos extenuantes jornadas de la historia; pero los estudiosos atentos a los acontecimientos del pasado consideran que en la historia realmente no hay tales pausas y que el proceso histórico prosigue aun durante estos momentos tranquilos; aún más, que las etapas de quietud pueden determinar poderosas, aunque sutiles transformaciones que moldean el carácter de un pueblo y condicionan los hechos subsecuentes. ‘ (p. 11).
El planteamiento de Leonard da en el clavo, o, para decirlo mejor y más dramáticamente: toca la llaga de la filosofía de la historia mexicana y en general americana de sello nacionalista, configurado en un primer momento en el siglo XIX mediante la instrumentalización realizada por las élites criollas que adoptarían el liberalismo británico y la ilustración francesa y afrancesada (ver para estos efectos Fracasología de María Elvira Roca Barea, de inestimable valor crítico-historiográfico) como puntos de apoyo para ejecutar las rupturas políticas en el contexto de la crisis de la monarquía española por la invasión napoleónica y que desembocarían en la construcción de nuestras repúblicas popular-nacionalistas consolidadas ideológicamente, en un segundo momento, en el primer tramo del siglo XX hasta la Segunda Guerra Mundial, encontrando sus más genuinas y orgánicas, vale decir canónicas expresiones en el cardenismo mexicano y, sobre todo -por mantener su impronta católica bien firme al no haber tenido ellos su guerra cristera-, el peronismo argentino.
Desde esta interpretación nacionalista convencional (otros dirán oficial) y de todo punto maniquea, infantil e infantilizadora, la etapa virreinal mal llamada colonial fue algo así como nuestra Edad Media: un paréntesis de obscuridad y opresión; una perpetua noche atroz en donde nada ocurrió salvo violaciones, vejaciones y adoctrinamiento católico a frágiles y puros pueblos originarios que se dedicaban armoniosamente al cultivo de las flores y la poesía “hasta la llegada maldita de los españoles”, que es repudiada y condenada como la fuente de todos nuestros males y nuestros pesares.
El virreinato sería visto entonces, volviendo con Leonard, como ‘una especie de descanso nocturno entre dos extenuantes jornadas de la historia; pero -atención con esto- los estudiosos atentos a los acontecimientos del pasado consideran que en la historia realmente no hay tales pausas y que el proceso histórico prosigue aun durante estos momentos tranquilos’.
Y más adelante continúa: ‘La ausencia general de acontecimientos sensacionales desvía nuestra atención hacia elementos históricos más pequeños, casi intangibles, y el estudioso se ve forzado a trabajar más bien en el clima de los sentimientos de la época, que entre la flora y la fauna de la evidencia registrada. No es fácil penetrar en la íntima realidad de una época cuyo espíritu anacrónico se empeña en esconder la sustancia tras de un elaborado frontispicio de intricado diseño. El relativo éxito de este esfuerzo decorativo obliga al investigador a buscar su camino, no tanto entre las relaciones que aportan los sucesos o los movimientos de ideas, como entre las actitudes que prevalecen, los principios y las creencias del período. Estos imponderables con frecuencia asoman en triviales incidentes y se presentan como detalles sin importancia. Tal estadio exteriormente inactivo, interiormente vivo de la evolución histórica de la Nueva España o México colonial, ha sido propiamente llamado “época barroca”.’ (pp. 12 y 13).
Todas estas líneas pueden ser perfectamente consideradas como preámbulo de encuadre a la magnífica charla que, luego de presentar Dos granujas, nos compartió Elizabeth Treviño del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM y parte del equipo de investigación coordinado por Marina Garone, que nos habló sobre la “Floresta latina y otros bosques neolatinos”.
La Floresta latina es un texto novohispano del siglo XVII, efectivamente, publicado concretamente en 1623 y que es, en esencia, en palabras de la propia Elizabeth ‘una breve antología poética de la cual se sabe muy poco. La conforman una serie de composiciones poéticas escritas en latín y castellano, todas de ingenios novohispanos, en su mayoría, desconocidos’ (‘Apuntes sobre el fenómeno editorial de la “Floresta latina” (México, 1623)’, Calíope. Revista de la Society for Renaissance and Baroque Hispanic Poetry, 28, 1, abril, 2023, consultada en internet en el portal de Dialnet).
En su charla, Elizabeth arrojó luz y aire frescos a la tertulia con brillo, sencillez erudita y aticismo, enderezando de manera tangencial y sutil y digamos que con elegancia alfonsina una poderosa crítica a la historiografía nacionalista referida líneas arriba según la cual de la “colonia” (entiéndase virreinato) lo único que puede decirse son condenas lapidarias y éticamente superiores pero esgrimidas desde una pedantería indignada que se nos presenta no obstante como el reflejo invertido de una ignorancia histórica supina y maniquea, de nivel de libro de texto de primaria, que bloquea de manera radical la posibilidad de comprender que la latinidad, según afirma Ernst Robert Curtius, es la plataforma que ofrece una perspectiva universal con la suficiente amplitud como para dimensionar, apreciar y comprender movimientos geo-culturales de grandes dimensiones espaciales y temporales (el latín, nos recuerda Curtius, fue la lengua cultural de los trece siglos que van de Virgilio a Dante) y que, a través del desdoblamiento geopolítico del imperio español católico-ignaciano hacia América enfrentado tanto con el imperio islámico otomano como, más veladamente, con el imperio germánico protestante-luterano, nos incorporó a un despliegue dialéctico de envergadura literalmente universal (con esto entramos, nos guste o no y para bien o para mal, en una dialéctica literalmente mundial o global).
VI
Luego del espléndido coloquio con Elizabeth sobre la Floresta, Sigüenza y Góngora, los impresores novohispanos o Sor Juana llegó el turno del jazz, para efectos de lo cual contamos con la presencia de la guitarra sublime de Djuvens Colas, jazzista de origen haitiano afincado desde hace varios años en México con una consistencia y soberanía musical e instrumental extraordinarias, que entre Miles Davis, Charlie Parker y el clásico Sunny de Bobby Hebb nos ofreció un cambio de tono y atmósfera con evocaciones de Wes Montgomery y George Benson lo mismo que de Jim Hall o Pat Metheny, acercando al Nikolái Fest a su fin para concluir solamente con el anuncio de que mi libro La extraña felicidad y otros textos literarios estaba a la venta para quien tuviera interés. ‘Véndeme uno’, me dijo mi querido Djuvens mientras, habiendo concluido su concierto, le ayudaba a recoger micros, pedestales y monitores.
Como venía solo y no podía cargar todo su material de trabajo lo acompañamos J.I. y yo al estacionamiento. Al salir con su camioneta y abrirnos la puerta para que metiéramos bocinas y demás cosas, se escuchaba estridente la guitarra poderosa de algún jazzista que venía escuchando Djuvens como seguramente hace todo el tiempo que ocupa para sus traslados. ‘¿A quién escuchas bro?’, le pregunté emocionado siguiendo el ritmo electrizante del solo de jazz guitar que todos escuchábamos. ‘A Metheny bro, a Metheny’, me respondió al instante con esa sonrisa generosa y contagiosa que lo caracteriza y con la que mi querido Dju recibe a todo el mundo.
VII
Eran más o menos las 8.30 o casi las 9 de la noche y la mayoría se había retirado luego de tremendo éxito logrado entre otras cosas gracias al encanto y pericia para la coordinación y socialización de mi amada L., que fungió como coordinadora general del evento y anfitriona de rigor y diligencia ejecutadas con arreglo a la consigna que cuenta que le recomendaba su padre Alice Toklas según Gertrude Stein, cuando le decía severo que ‘una anfitriona jamás debe disculparse por los fallos que puedan observarse en la recepción; si hay anfitriona, siempre y cuando haya una anfitriona, no puede haber fallos’ (Gertrude Stein, Autobiografía de Alice B. Toklas), lo que la convirtió también por la vía expedita de los hechos consumado en capitana sui generis de meseros además de jefa de ventas de mi libro y, por si todo lo anterior no fuera suficiente, fotógrafa del evento.
Quedábamos al final solamente E., J.I., ella y yo en una mesa, y en otra un poco alejada estaban unos amigos queridos que nos habían visitado del estado de México coordinados por R. Los invitamos a unirse con nosotros para los comentarios y las cervezas finales o “del estribo”, según se suele decir. Mientras me compraban varios libros de La extraña felicidad comenzamos a hablar de política como no podía por menos que faltar, transitando entonces tal vez, antes de irnos, a una atmósfera como la de El complot mongol aunque sin pistolas pero igual en cuanto a intensidad y disposición estratégica de todo cuanto se dice, enderezándose las cosas hacia la consecución dialéctica –es decir, pensada siempre “contra alguien”– de objetivos políticos. Pinche política, habría dicho Filiberto González. Pinche política.
‘Es imprescindible organizar un Frente de Cultura Popular’, me dijo a bocajarro E.G., ‘y evitar siempre y en todo momento el culto a la personalidad’, añadió también según me parece recordar. ‘La situación política en el país nos es favorable estando en el poder, pero la lucha no puede detenerse y es necesario abrir con claridad explícita un frente de batalla cultural y de lucha de ideas’. ‘Hagámoslo’, le respondí. ‘Podemos articular distintos polos de acción: CDMX, Morelos y estado de México’.
Convenimos en poner manos a la obra y pedimos por fin la cuenta, que no obstante haber estado más de 7 u 8 horas ahí no fue tampoco tan abrumadora. El Primer Nikolái Fest 2024 llegaba a su fin y quedamos emplazados para la próxima reunión mensual en enero. A esa hora la calle, en el corazón del Barrio Chino, mantenía un estruendo y una vivacidad total. Entre puestos, gritos y fritangas orientales maniobramos J.I., L. y yo en dirección al estacionamiento para dar por concluida la jornada. Pinche barrio chino, habría dicho Filiberto González.
Aquí el cosmonauta Pseldónimov, diría por su parte Nikolái Nikoláievich. Saludos a los hombres allá abajo y paz a las naciones.
[Fotos de Lorena Moreno | IG: @lorenamoreno_foto]
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