De las distintas maneras que hay para acercarse a un libro a la hora de adquirirlo en una primera aproximación –es decir, sin entrar todavía en la revisión del contenido de sus interiores propiamente, ya sea mediante la lectura de los primeros párrafos si se trata de un texto de ficción, ya sea revisando el índice y la bibliografía si se trata de un ensayo–, la de la lectura de solapas y contraportada puede ser sin duda alguna de gran utilidad.
También están las fajas y la sobresaturación un poco burda ciertamente de comentarios elogiosos de lectores o personalidades famosas que lo recomiendan y que son puestas por todos lados: en las solapas, en la contraportada, en las fajas, en las guardas y hasta en las páginas interiores iniciales, que es una práctica común, sobre todo, en las ediciones norteamericanas que para mí le dan un toque de vulgaridad muy característico cuando se abusa de ellas. Normalmente, por insoportables, las ignoro.
Pero cuando no se abusa de ellas es muy cierto que cumplen una función detonadora o propiciadora muy puntual y efectiva, que es lo que por ejemplo ha ocurrido literalmente conmigo con la cita que se inserta en la portada misma del libro de Geoff Dyer Pero hermoso. Un libro de jazz (Random House, México, 2014), en donde se le dice al posible comprador que se trata de “El único libro de jazz que le recomendaría a mis amigos”, afirmación de Keith Jarret que hizo –y creo que muchos me sabrán entender muy bien– que me lo comprara por internet prácticamente al instante.
Se trata en todos estos casos de los paratextos, que son el conjunto de elementos que rodean a un texto determinado mediante el que se hace posible realizar una primera aproximación, acercamiento o comprensión inmediata sobre su contenido.
Recuerdo haber leído no sé dónde que Juan José Arreola era el encargado de la redacción de los paratextos sinópticos de muchas de las ediciones del Fondo de Cultura Económica, y que era una labor que disfrutaba muchísimo siéndole posible hacer derroche a discreción de su capacidad de síntesis de una manera magistral. Alí Chumacero también lo fue, si no recuerdo mal, y vaya que la suya fue una facultad que alcanzó los registros de la perfección cuando se trataba de resumir o reseñar una obra determinada. Para los efectos recomiendo muchísimo su delicioso y bello libro Los momentos críticos (1987, FCE).
Y es que, cuando son escritos con pulcritud y tocan la médula, esos resúmenes sinópticos de contraportada o de solapa vienen a ser fundamentales, a veces aún más incluso que los prólogos, para resumir y encapsular el sentido, contenido y “magia” –permítaseme la palabra– del texto que están presentando al ánimo del posible lector.
Se trata de un ejercicio en donde, parafraseando a José Revueltas en lo tocante a su concepto sobre la necesidad de tener una alta capacidad dialéctica para la redacción de cuentos –que, a diferencia de la novela, por su brevedad exigen al máximo del arte de la síntesis–, el glosador pule milimétricamente su facultad óptica para despejar en pocas líneas la materia nuclear de la obra de que se trate, entendiendo a la materia desde un punto de vista materialista según el cual se trata de la invariante de un grupo de transformaciones, es decir, de aquello que no varía, que no se mueve y que refracta el sentido y significado fundamental de algo independientemente de las variaciones de su forma.
Pues bien: acabo de terminar prácticamente de corrido, en un aproximado de cuatro horas más o menos distribuidas en unas tres sentadas a lo largo de dos días, un libro exquisito y perfecto en grado sumo cuya materia está constituida precisamente por todos los paratextos que, efectivamente, escribió Leonardo Sciascia (1921-1989) para la editorial Sellerio de Palermo desde su fundación en 1969 –el sello fue creado por Elvira Giorgianni y Enzo Sellerio– hasta su muerte en 1989.
El título es Leonardo Sciascia, escritor y editor. La felicidad de hacer libros, editado en 2022 por Libros del Kultrum de Guadalajara España en su colección Hip gnosis, en una impresión bella y limpia en color blanco ahuesado tanto en exteriores como en interiores y por cierto que con tres comentarios elogiosos puestos en la solapa. Uno más hubiera sido ya un abuso según lo que acabo de explicar. La edición está a cargo de Salvatore Silvano Nigro, el prólogo es de Giovanna Giordano y la traducción al español es de Celia Filipetto.
El libro reúne en 335 páginas el conjunto de todos esos textos de Sciascia, insertando entre medio algunas cuantas imágenes, no muchas, con los originales manuscritos o a máquina de las sinopsis en cuestión, algunas ilustraciones usadas para algunos de los libros y una foto al principio en la que aparece departiendo con Borges. Los textos están acomodados en función de las colecciones para las que correspondientemente fueron redactados.
Llegué a Leonardo Sciascia hace mucho tiempo, cuando vivía en Madrid, a través de Manuel Vázquez Montalbán, en cuya obra me crucé por ahí por vez primera con una referencia hacia él. Después, además de leer algunos libros suyos directamente, me leí también los textos de Federico Campbell sobre Sciascia.
Pero no soy capaz en realidad de ofrecer todavía un juicio mínimamente coherente sobre su obra, pues la verdad no es mucho lo que he podido avanzar de todos los libros que me fui comprando en su momento y que, como ocurre con tantos otros autores, tengo por ahí apilados en espera del tiempo y la ocasión para leérmelos en condiciones.
Pero lo que sí puedo decir es que en esta obra, leída de principio a fin eso sí, lo que se observa es una capacidad extraordinaria de Sciascia para encapsular en pocas líneas la esencia de los textos y obras publicadas, poniendo en ejercicio una facultad dialéctica, de abstracción y de síntesis de gran madurez y lucidez en la que se refracta a su vez una visión panorámica y erudita sobre la historia en general y sobre la siciliana en particular, además de un gusto literario muy selecto y exigente que fue utilizado por Sciascia no ya nada más en tanto que redactor de paratextos sino como curador principalísimo de las colecciones de Sellerio, es decir, como editor en toda regla y como apasionado hacedor de libros.
Esto es lo que dice a los efectos Salvatore Silvano:
Las solapas de Sciascia son pequeñas crónicas crítico-literarias de gran probidad intelectual que, en su concentración, convierten en sencilla una maraña de itinerarios y senderos. Y ya se sabe: “Ser sencillo es cualquier cosa menos sencillo”, escribió Alfred Polgar en su delicioso Manual del crítico. Sciascia sabía cómo aceptar la vejación del espacio limitado de la solapa, hacer de la sobriedad y la esencialidad una virtud, incluso entre preciosismos eruditos y recursos informativos, con una prosa escueta y exacta, sabiamente geométrica al esbozar dentro del movimiento de la página, la trama del libro y las tramas de las alusiones, las ascendencias, los diálogos, el interés para los nuevos lectores en su situación histórica particular. Escritas en silencio, con calma, con su propia y sutil medida rítmica, de pronto se convierten en un destello tan incisivo como el cincel de un maestro lapidario… Las solapas tienden a establecer referencias entre los libros de la colección con el fin de levantar el proyecto, de hacer, precisamente, una colección. (p. 318)
La joya sublime de la que hablo pudo llegar hasta nosotros gracias al afortunado descubrimiento arqueológico en 2005 de una primera edición de 2003 de este libro con el sello de Sellerio, que tuvo lugar en un quiosco modesto al pie de un templo en Segesta, Sicilia, a la que años después (2019) el editor Salvatore Silvano añadió más documentos: ‘solapas, cuartas de forros, marcapáginas, catálogos, consignas para vendedores –se nos dice en la contraportada de nuestra edición de Libros del Kultrum precisamente– tan exiguas y tan completas a un tiempo; paratextos todos enhebrados con exquisita concisión que hacen de estos brevísimos ensayos las credenciales imprescindibles para aproximarnos a la biografía de los libros seleccionados por tan discreto apologeta’.
Aquí unas muestras de lo que hacía nuestro apasionado hacedor de libros:
Para presentar a El espadachín de Turguénev en su edición de 1980, Sciascia escribió lo siguiente para la solapa correspondiente:
Escrito entre 1846 y 1847, este relato de Turguénev puede considerarse el ejemplo más evidente de la afirmación de Ortega de que la consistencia de una obra literaria o artística radica en la suma de los puntos de vista de quienes han disfrutado y disfrutan de ella. En efecto, Lo spadaccino es, a un tiempo, el relato escrito por Turguénev hace más de ciento treinta años, tal como lo leyeron sus contemporáneos –el retrato de un imbécil redomado– pero es también el relato que leemos nosotros: turbio, lleno de alusiones y ambigüedades, de pasiones y vocaciones indescifrables y sumamente descifrables, de instintos indescifrados y sumamente descifrados. (p. 82)
Y para presentar por otro lado el Libro de las relaciones espirituales de Santa Teresa de Ávila, escribió en la solapa de la edición de 1982 que
Una corriente de literatura a lo divino atraviesa la España del siglo XVI. Su fuente está en el Cantar de los cantares, que, un siglo después, Voltaire definió como “una canción digna de un cuerpo de guardia de granaderos” (hay que admitir que sin demasiada finura); pero para Jun de la Cruz y Teresa de Ávila, la divinización del Cantar es un proceso exegético por completo obvio y se convierte en punto de partida para una conversión a lo divino de cada elemento literario profano, especialmente, de la poesía amorosa de ascendencia petrarquista. Estos dos grandes espíritus, dice Dámaso Alonso, en su operación de transformación de la literatura española de profana en religiosa, deberían inducirnos a una “historia de la literatura española a lo divino”. Síntesis y símbolo de dicha hipótesis podría ser también el Éxtasis de Santa Teresa de Bernini. (p. 113)
Y aquí otra solapa más, en este caso para hablar de un libro de sí mismo, Kermesse, de 1982, en donde dice que
Hace seis años, en el campo, mirando el sol poniente desaparecer detrás de unas nubes que parecían los trazos de una pluma –algo apagado, algo estrábico, como enjaulado– alguien dijo: «Ojo de cabra, mañana llueve». Hacía años que no oía la expresión. La anoté en un papelito; y así fui haciendo desde entonces, cada vez que oía o encontraba en la memoria otras igual de originales y lejanas. Papelito tras papelito, las voces se hicieron libro: todo lo delgado que se quiera (y cuanto se quiera), pero para mí es importante. Desde cierto punto de vista tal vez se lo pueda considerar, como ahora se dice en la academia, un trabajo científico: para mí lo es, pero de esa «ciencia cierta» que es el amor al lugar donde se ha nacido, a las personas, a las cosas, a las palabras de las que se ha impregnado nuestra vida en la infancia y la adolescencia. (p. 110)
La lista de estos paratextos de Sciascia es amplísima. Y van de solapas o marcapáginas para libros de Luciano Canfora lo mismo que para otros de Max Aub, Gógol o Dostoievski, Stevenson, Sciascia mismo o Martín Luis Guzmán así como presentaciones de colecciones o de catálogos. Todos ellos son sumamente breves y concisos al tiempo que exquisitos, cuestión que hace que su lectura fluya con gran ductilidad y sin que te sea posible percibir la manera tan rápida con la que se te va veloz el tiempo al hacerlo, razones por las cuales, entre otras tantas más, Leonardo Sciascia, escritor y editor. La felicidad de hacer libros es un libro definitivamente perfecto.
De las distintas maneras que hay para acercarse a un libro a la hora de adquirirlo en una primera aproximación –es decir, sin entrar todavía en la revisión del contenido de sus interiores propiamente, ya sea mediante la lectura de los primeros párrafos si se trata de un texto de ficción, ya sea revisando el índice y la bibliografía si se trata de un ensayo–, la de la lectura de solapas y contraportada puede ser sin duda alguna de gran utilidad.
También están las fajas y la sobresaturación un poco burda ciertamente de comentarios elogiosos de lectores o personalidades famosas que lo recomiendan y que son puestas por todos lados: en las solapas, en la contraportada, en las fajas, en las guardas y hasta en las páginas interiores iniciales, que es una práctica común, sobre todo, en las ediciones norteamericanas que para mí le dan un toque de vulgaridad muy característico cuando se abusa de ellas. Normalmente, por insoportables, las ignoro.
Pero cuando no se abusa de ellas es muy cierto que cumplen una función detonadora o propiciadora muy puntual y efectiva, que es lo que por ejemplo ha ocurrido literalmente conmigo con la cita que se inserta en la portada misma del libro de Geoff Dyer Pero hermoso. Un libro de jazz (Random House, México, 2014), en donde se le dice al posible comprador que se trata de “El único libro de jazz que le recomendaría a mis amigos”, afirmación de Keith Jarret que hizo –y creo que muchos me sabrán entender muy bien– que me lo comprara por internet prácticamente al instante.
Se trata en todos estos casos de los paratextos, que son el conjunto de elementos que rodean a un texto determinado mediante el que se hace posible realizar una primera aproximación, acercamiento o comprensión inmediata sobre su contenido.
Recuerdo haber leído no sé dónde que Juan José Arreola era el encargado de la redacción de los paratextos sinópticos de muchas de las ediciones del Fondo de Cultura Económica, y que era una labor que disfrutaba muchísimo siéndole posible hacer derroche a discreción de su capacidad de síntesis de una manera magistral. Alí Chumacero también lo fue, si no recuerdo mal, y vaya que la suya fue una facultad que alcanzó los registros de la perfección cuando se trataba de resumir o reseñar una obra determinada. Para los efectos recomiendo muchísimo su delicioso y bello libro Los momentos críticos (1987, FCE).
Y es que, cuando son escritos con pulcritud y tocan la médula, esos resúmenes sinópticos de contraportada o de solapa vienen a ser fundamentales, a veces aún más incluso que los prólogos, para resumir y encapsular el sentido, contenido y “magia” –permítaseme la palabra– del texto que están presentando al ánimo del posible lector.
Se trata de un ejercicio en donde, parafraseando a José Revueltas en lo tocante a su concepto sobre la necesidad de tener una alta capacidad dialéctica para la redacción de cuentos –que, a diferencia de la novela, por su brevedad exigen al máximo del arte de la síntesis–, el glosador pule milimétricamente su facultad óptica para despejar en pocas líneas la materia nuclear de la obra de que se trate, entendiendo a la materia desde un punto de vista materialista según el cual se trata de la invariante de un grupo de transformaciones, es decir, de aquello que no varía, que no se mueve y que refracta el sentido y significado fundamental de algo independientemente de las variaciones de su forma.
Pues bien: acabo de terminar prácticamente de corrido, en un aproximado de cuatro horas más o menos distribuidas en unas tres sentadas a lo largo de dos días, un libro exquisito y perfecto en grado sumo cuya materia está constituida precisamente por todos los paratextos que, efectivamente, escribió Leonardo Sciascia (1921-1989) para la editorial Sellerio de Palermo desde su fundación en 1969 –el sello fue creado por Elvira Giorgianni y Enzo Sellerio– hasta su muerte en 1989.
El título es Leonardo Sciascia, escritor y editor. La felicidad de hacer libros, editado en 2022 por Libros del Kultrum de Guadalajara España en su colección Hip gnosis, en una impresión bella y limpia en color blanco ahuesado tanto en exteriores como en interiores y por cierto que con tres comentarios elogiosos puestos en la solapa. Uno más hubiera sido ya un abuso según lo que acabo de explicar. La edición está a cargo de Salvatore Silvano Nigro, el prólogo es de Giovanna Giordano y la traducción al español es de Celia Filipetto.
El libro reúne en 335 páginas el conjunto de todos esos textos de Sciascia, insertando entre medio algunas cuantas imágenes, no muchas, con los originales manuscritos o a máquina de las sinopsis en cuestión, algunas ilustraciones usadas para algunos de los libros y una foto al principio en la que aparece departiendo con Borges. Los textos están acomodados en función de las colecciones para las que correspondientemente fueron redactados.
Llegué a Leonardo Sciascia hace mucho tiempo, cuando vivía en Madrid, a través de Manuel Vázquez Montalbán, en cuya obra me crucé por ahí por vez primera con una referencia hacia él. Después, además de leer algunos libros suyos directamente, me leí también los textos de Federico Campbell sobre Sciascia.
Pero no soy capaz en realidad de ofrecer todavía un juicio mínimamente coherente sobre su obra, pues la verdad no es mucho lo que he podido avanzar de todos los libros que me fui comprando en su momento y que, como ocurre con tantos otros autores, tengo por ahí apilados en espera del tiempo y la ocasión para leérmelos en condiciones.
Pero lo que sí puedo decir es que en esta obra, leída de principio a fin eso sí, lo que se observa es una capacidad extraordinaria de Sciascia para encapsular en pocas líneas la esencia de los textos y obras publicadas, poniendo en ejercicio una facultad dialéctica, de abstracción y de síntesis de gran madurez y lucidez en la que se refracta a su vez una visión panorámica y erudita sobre la historia en general y sobre la siciliana en particular, además de un gusto literario muy selecto y exigente que fue utilizado por Sciascia no ya nada más en tanto que redactor de paratextos sino como curador principalísimo de las colecciones de Sellerio, es decir, como editor en toda regla y como apasionado hacedor de libros.
Esto es lo que dice a los efectos Salvatore Silvano:
Las solapas de Sciascia son pequeñas crónicas crítico-literarias de gran probidad intelectual que, en su concentración, convierten en sencilla una maraña de itinerarios y senderos. Y ya se sabe: “Ser sencillo es cualquier cosa menos sencillo”, escribió Alfred Polgar en su delicioso Manual del crítico. Sciascia sabía cómo aceptar la vejación del espacio limitado de la solapa, hacer de la sobriedad y la esencialidad una virtud, incluso entre preciosismos eruditos y recursos informativos, con una prosa escueta y exacta, sabiamente geométrica al esbozar dentro del movimiento de la página, la trama del libro y las tramas de las alusiones, las ascendencias, los diálogos, el interés para los nuevos lectores en su situación histórica particular. Escritas en silencio, con calma, con su propia y sutil medida rítmica, de pronto se convierten en un destello tan incisivo como el cincel de un maestro lapidario… Las solapas tienden a establecer referencias entre los libros de la colección con el fin de levantar el proyecto, de hacer, precisamente, una colección. (p. 318)
La joya sublime de la que hablo pudo llegar hasta nosotros gracias al afortunado descubrimiento arqueológico en 2005 de una primera edición de 2003 de este libro con el sello de Sellerio, que tuvo lugar en un quiosco modesto al pie de un templo en Segesta, Sicilia, a la que años después (2019) el editor Salvatore Silvano añadió más documentos: ‘solapas, cuartas de forros, marcapáginas, catálogos, consignas para vendedores –se nos dice en la contraportada de nuestra edición de Libros del Kultrum precisamente– tan exiguas y tan completas a un tiempo; paratextos todos enhebrados con exquisita concisión que hacen de estos brevísimos ensayos las credenciales imprescindibles para aproximarnos a la biografía de los libros seleccionados por tan discreto apologeta’.
Aquí unas muestras de lo que hacía nuestro apasionado hacedor de libros:
Para presentar a El espadachín de Turguénev en su edición de 1980, Sciascia escribió lo siguiente para la solapa correspondiente:
Escrito entre 1846 y 1847, este relato de Turguénev puede considerarse el ejemplo más evidente de la afirmación de Ortega de que la consistencia de una obra literaria o artística radica en la suma de los puntos de vista de quienes han disfrutado y disfrutan de ella. En efecto, Lo spadaccino es, a un tiempo, el relato escrito por Turguénev hace más de ciento treinta años, tal como lo leyeron sus contemporáneos –el retrato de un imbécil redomado– pero es también el relato que leemos nosotros: turbio, lleno de alusiones y ambigüedades, de pasiones y vocaciones indescifrables y sumamente descifrables, de instintos indescifrados y sumamente descifrados. (p. 82)
Y para presentar por otro lado el Libro de las relaciones espirituales de Santa Teresa de Ávila, escribió en la solapa de la edición de 1982 que
Una corriente de literatura a lo divino atraviesa la España del siglo XVI. Su fuente está en el Cantar de los cantares, que, un siglo después, Voltaire definió como “una canción digna de un cuerpo de guardia de granaderos” (hay que admitir que sin demasiada finura); pero para Jun de la Cruz y Teresa de Ávila, la divinización del Cantar es un proceso exegético por completo obvio y se convierte en punto de partida para una conversión a lo divino de cada elemento literario profano, especialmente, de la poesía amorosa de ascendencia petrarquista. Estos dos grandes espíritus, dice Dámaso Alonso, en su operación de transformación de la literatura española de profana en religiosa, deberían inducirnos a una “historia de la literatura española a lo divino”. Síntesis y símbolo de dicha hipótesis podría ser también el Éxtasis de Santa Teresa de Bernini. (p. 113)
Y aquí otra solapa más, en este caso para hablar de un libro de sí mismo, Kermesse, de 1982, en donde dice que
Hace seis años, en el campo, mirando el sol poniente desaparecer detrás de unas nubes que parecían los trazos de una pluma –algo apagado, algo estrábico, como enjaulado– alguien dijo: «Ojo de cabra, mañana llueve». Hacía años que no oía la expresión. La anoté en un papelito; y así fui haciendo desde entonces, cada vez que oía o encontraba en la memoria otras igual de originales y lejanas. Papelito tras papelito, las voces se hicieron libro: todo lo delgado que se quiera (y cuanto se quiera), pero para mí es importante. Desde cierto punto de vista tal vez se lo pueda considerar, como ahora se dice en la academia, un trabajo científico: para mí lo es, pero de esa «ciencia cierta» que es el amor al lugar donde se ha nacido, a las personas, a las cosas, a las palabras de las que se ha impregnado nuestra vida en la infancia y la adolescencia. (p. 110)
La lista de estos paratextos de Sciascia es amplísima. Y van de solapas o marcapáginas para libros de Luciano Canfora lo mismo que para otros de Max Aub, Gógol o Dostoievski, Stevenson, Sciascia mismo o Martín Luis Guzmán así como presentaciones de colecciones o de catálogos. Todos ellos son sumamente breves y concisos al tiempo que exquisitos, cuestión que hace que su lectura fluya con gran ductilidad y sin que te sea posible percibir la manera tan rápida con la que se te va veloz el tiempo al hacerlo, razones por las cuales, entre otras tantas más, Leonardo Sciascia, escritor y editor. La felicidad de hacer libros es un libro definitivamente perfecto.
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