GAP Andrés Molina Enríquez

No siempre en la vida

‘No siempre en la vida se tiene la suerte de combatir. Yo y muchos lo hicimos por ti, junto a ti y gracias a ti. Y vencimos. He ahí tu gran lección de vida. ¡Gracias!’, fueron las palabras que ayer publiqué una vez concluida la última mañanera del hoy ya expresidente Andrés Manuel López Obrador, a quien se las dediqué intentando encapsular en unas líneas el sentido y significado de la influencia y legado que ha dejado sobre mí y sobre millones, y en la historia de México para todos los tiempos por venir.

Escribo estas líneas una vez concluida la ceremonia de transmisión de poder en la persona de Claudia Sheinbaum Pardo, en virtud de la cual su autoridad sobre nuestro movimiento ha sido reafirmada con la investidura formal de su asunción constitucional ante el Congreso de la Unión como Jefa del Estado y Comandante Suprema de las Fuerzas Armadas de la Nación.

Hace doce años, durante su segundo intento por alcanzar la presidencia, escribí que López Obrador era el líder político más importante de nuestro tiempo desde un punto de vista dialéctico, en el sentido de que –me cito–  ‘el antagonismo que él ha dibujado, es decir, la dialéctica de poder que en torno suyo se ha activado es, dentro del marco constitucional mexicano, la que más altos registros y la que mayor tensión histórica ha alcanzado en la escala de configuración política del Estado mexicano de nuestro presente’.

La presidenta Sheinbaum ha recordado recién, en su discurso de investidura, que en su juicio de desafuero de 2006 Andrés Manuel les dijo a quienes en ese momento lo escuchaban para votar contra él que ‘ustedes me van a juzgar, pero no olviden que todavía falta que a ustedes, y a mí, nos juzgue la historia’.  

El balance al día de hoy, dijo más o menos la presidenta, y suscribo punto por punto su afirmación, es que la historia lo tiene ya como uno de los grandes de México, medible solamente con Cárdenas, Juárez y Morelos, lo que a su vez supone que podemos sentirnos afortunados de estar presenciando en tiempo real la hechura dramática de la historia.

Pero hay algo que tal vez no he comentado en todos estos años, y es el hecho de que López Obrador es la encarnación del pensamiento y la acción política trágicos, realizados a partir de dos acciones simples pero fundamentales: hablar y caminar en función de la detección y el señalamiento para los demás de un conflicto. De “el conflicto”. Primero ante unos pocos, luego ante unos cuantos, después ante millones. Y venció. Y vencimos.

Es una figura trágica precisamente por su capacidad para encender la pasión política de las masas (que es la clave de los grandes tribunos y líderes de la historia caracterizados en El Príncipe de Maquiavelo según Antonio Gramsci) y para situarse, al hacerlo, en el vértice del conflicto constitutivo de la política y de lo político, y la tragedia es en efecto ‘una forma de presentación del conflicto que, partiendo de reconocer tanto su inevitabilidad como su carácter refractario a cualquier forma de “negociación”, opta por exhibirlo, por “ponerlo en escena”, en toda su desnuda crudeza, en toda su insoportable irresolubilidad’ (Eduardo Rinesi, Política y tragedia. Hamlet entre Hobbes y Maquiavelo, 2005). ‘Tú sólo entras en la historia a través de la tragedia’, escribió por su parte mi amigo Norberto Fuentes hablando sobre la vida y acción de Fidel Castro. Pues eso.

Las lágrimas que a muchos no nos ha sido posible contener ante su despedida se debe a la forma trágica en la que López Obrador activó la pasión política, nuestra pasión política, para hacernos actuar y lanzarnos al combate y crearnos una tragedia y formar y templar con ello nuestro carácter, permitiéndonos, además, comprobar junto con él lo que supone e implica vencer. He ahí su gran lección de vida. Luchamos, combatimos y vencimos.

No hay nadie vivo en el mundo que admire tanto como a él. Y es que no siempre en la vida se tiene la suerte de combatir. No siempre en la vida.