Club Nikolái

Novena noche en el Sályut

Miércoles 4 de septiembre, 2024. Tuvo que pasar una hora o tal vez incluso un poco más para que lográramos entrar en materia aquella noche de miércoles en la Tío Pepe. Así que fue por ahí de las 8 y media más o menos cuando comenzamos con los comentarios de la novela que para la ocasión volvía a reunir al Club Nikolái: El Ruletista, de Mircea Cartarescu, sugerida por J.

En la víspera de la reunión, T. nos había compartido sus impresiones con la advertencia previa de que lo leyéramos bajo la condición de que el libro estuviera ya terminado, cosa que no aplicaba entonces para mí, que volví a llegar sin el texto leído. ‘Es una literatura oscura’, dice en sus primeras líneas. ‘Necesitamos algo más alentador en estos momentos grises’. El libro es bastante corto; es casi un cuento en realidad. Lo terminaré pronto.

La grisura a la que se refería T. tiene que ver tal vez con el hecho de que muchos de quienes formamos parte del Club Nikolái, funcionarios públicos prácticamente en su totalidad, quedaremos sometidos a un número determinado de vaivenes derivados de los cambios que están por llegar en nuestros diferentes lugares de trabajo, cosa normal por lo demás en períodos de transiciones mayores de gobierno, que es lo que está ocurriendo con el arribo a la presidencia de Claudia Sheinbaum el próximo 1 de octubre.

La expectativa generada por Cartarescu era muy alta en todo caso. E. por ejemplo, y por su parte, no pudo llegar tampoco, pero nos compartió también un comentario para tomarlo en cuenta en la tertulia: ‘Buenas noches, disculpen que no pude acompañarlos –nos dijo–, ya me habían dado el día en mi escuela pero llegó demasiado trabajo y me fue imposible salir. Les comento que es bastante lo que nos dicen en el libro sobre el autor, y su obra para mí sí es muy representativa de lo onírico, pero ya es poco lo que podría decir. Me encantó la lectura y tuve un par de «déjá vu» (no pude poner al revés el segundo acento): la mención de la «Teratología», que vi de niño en una película viejísima, tal vez de los años treinta. Era una película de terror llamada «El laberinto». Y la otra es la escena en la que el Ruletista se iba a disparar con un revólver que contenía los seis cartuchos en la recámara pero que no logra realizarlo por el incidente del temblor y el choque: estoy casi seguro de que vi esa escena igualmente en un programa de televisión cuando era niño o adolescente, o sea que hace como trescientos años.’

Yo no había leído nada de Cartarescu, pero sí sabía de él, pues hace algunos meses o tal vez un año vi una entrevista que le realizaron en el programa de la televisión universitaria de Guadalajara “Café Chejov”, que suelo revisar de vez en vez y que recomiendo bastante. El programa consta de una serie de entrevistas –organizadas en varias temporadas. Llevarán cinco o seis tal vez– a escritores con los que se habla exclusivamente sobre el cuento como forma narrativa, en obvia referencia a Chejov, que para eso fue un maestro exquisito y canónico.

Pero además de “Café Chejov”, también me había hablado de Cartarescu la esposa de un querido amigo mío, que es rumana y me lo mencionó como primera respuesta cuando le pregunté por el nombre de algún escritor representativo de la literatura contemporánea de su país. Tiempo después me regalaron los dos, de hecho, su novela Nostalgia, que puede que no tarde mucho en comenzar a leer.

Tengo en mente tres referencias rumanas adicionales: Eugéne Ionesco, a quien nunca he leído en realidad pues la dramaturgia es, la verdad sea dicha, algo un poco alejado de mis intereses. En mi biblioteca tengo, desde luego, las obras completas de Shakespeare, el teatro completo de Max Aub como parte de sus obras completas y La vida del drama de Eric Bentley, que tengo solamente por puro interés esquemático-historiográfico.

Por otro lado, está sin duda alguna Emile Cioran, que leí bastante durante un período muy temprano de mi formación como lector (estamos hablando de hace como veinte años) y de quien recuerdo En las cimas de la desesperación, El ocaso del pensamiento e Historia y utopía. Es un autor depresivo, pesimista, de lucidez amarga y observaciones penetrantes pero que laceran. Recuerdo que en aquellos años de juventud me pareció sorprendente lo que leía. No sé si tenga interés en volver con él ahora que lo estoy recordando. Puede que sí. Ya veremos. Es cosa curiosa, por lo demás, que tanto Ionesco como Cioran –al igual que Milan Kundera– desarrollaron buena parte de su vida y obra como emigrados en Francia.

El último rumano que tengo en mi radar es Norman Manea. Otro exiliado más pero en este caso con radicación en Estados Unidos. He tenido que buscar en Google el nombre del libro que tengo en mi biblioteca (que de hecho recuerdo perfecto el lugar y estantería donde está acomodado), llamado El sobre negro. Lo comencé a leer hace mucho tiempo, sin terminarlo aún. He visto por ahí que forma parte de la nómina de la revista de la oligarquía liberal Letras Libres.

Hay conexión con El peso de vivir en la tierra, dijo entonces T. cuando por fin entramos en materia para comentar El Ruletista de Cartarescu. Y continuó diciéndonos que al principio pensó que se trataba de una suerte de novela autobiográfica ambientada en una  atmósfera balcánica o de Europa del Este en todo caso, con esas imágenes que tal vez pudieran ser asociadas a la visualidad del cine de Kieslowski, Angelopoulos o incluso de Tarkovski, pienso ahora yo por mi parte una vez que he puesto sobre la mesa a Manea o a Kundera.

La novela te arrastra con una lógica narrativa que acaso pudiera conectarse con el dispositivo dramático de la ruleta como el “espectáculo del riesgo”, continuaba T., que dio otra referencia cinematográfica pero no ya tanto por sus resonancias balcánicas o tarkovskianas, sino por los elementos circenses y oníricos de Jodorowsky, de quien mencionó la película de Santa sangre.

J.I. destacó también la naturaleza onírica del lenguaje y el hecho de que el narrador está por morir, además de que lo que él encontró en Cartarescu son los ecos de Dorian Gray y de Ante la ley de Kafka.

F. encontró fascinante la temática por la inverosimilitud de lo que iba ocurriendo al desplegarse la narración con una tensión dramática extraordinaria, haciendo una puntualización bien interesante: la historia pasa del mundo clandestino, moralmente inaceptable, a un espectáculo de élites, lo que permite tomar como tema de análisis las conexiones de la obscuridad y lo prohibido con la sordidez decadente de las élites sociales.

El Ruletista hace de sí mismo entonces, continuaba F., el centro alrededor del cual gravita “el show del hombre que nunca muere” situado como motor de generación de un morbo interminable y que se auto-reproduce ad infinitum.

El texto de El Ruletista es ciertamente breve: 45 páginas de un libro en formato de bolsillo que, no obstante su brevedad y pequeñez en cuanto a su tamaño, fue igual de caro producirlo que el de Székely, Tentación, de mucho mayores dimensiones, según nos comentó por su parte J., encargada de la edición en el Consejo Editorial de la Cámara de Diputados.

Hace falta que leamos ahora algo menos sórdido, menos balcánico tal vez –en caso de que lo balcánico, como nota distintiva, esté conectado con ambientes e historias llenas de neblina y una cierta lobreguez–, concluimos luego de varios comentarios en ese sentido.

Pareciera que el personaje de El Ruletista tenía mala suerte, o por lo menos eso era lo que decía. Pero la verdad de las cosas es que se trató de un hombre con mucha suerte sin saberlo me parece a mí, hasta que se le acabó, me dijo más o menos al final L. tomándome la mano una vez que salimos de la Tío Pepe en una noche un tanto y posiblemente, por qué no, tarkovskiana. Si no recuerdo mal, había una cierta humedad en las calles, señal de que había llovido un poco.