Papeles sin clasificar

Sobre La extraña felicidad y otros textos literarios

Carlos Martínez

[Texto leído en la 37 Feria Universitaria del Libro de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo el 23 de agosto de 2024. Pachuca, Hgo.]

La extraña felicidad y otros textos literarios, de Ismael Carvallo, es un libro que, a primera vista, para quien conocemos al autor, supone, como una especie de presagio, un orden perfectamente establecido dentro de las coordenadas en las que, sabemos, el autor se desplaza con autoridad y sin dificultades. Sin embargo, la pasión, su pasión, por la historia, por la política, por la filosofía, abandonan su curso habitual para instalarse en los terrenos del comentario literario, siempre enmarcado en el contexto histórico cultural de las obras y los autores que se comentan, sin por ello dejar de atender la atmósfera personal, personalísima, tan plagada de atmósferas, de circunstancias, de recuerdos inscritos, vividos, en bibliotecas, cafés y universidades inglesas y españolas, aunque la mayoría  de ellos en el Ateneo de Madrid, aquel lugar en el que, en sus palabras, Ismael “se hizo viejo”, o bien en las librerías antiguas de la Ciudad de México.

Pero este libro es también, simultáneamente, y para quien pueda verlo, una guía que, sin pretensiones académico intelectuales, y sin pedantería, revela una auténtica “fenomenología de la elegancia” que se decanta sutilmente en cada una de sus páginas. Quien asiste a la lectura de La extraña felicidad, encuentra, detrás de la erudición propia del autor, un libro de confesiones que mira hacia dos horizontes para atravesar, libre de toda mácula, tanto el camino de la crítica como el de la creación literaria. Ambas, acciones que, en grado distinto, sacan a flote una sensibilidad extraña, tan extraña como esa felicidad a la que alude el título de la obra.

Otra característica que resalta en las páginas de este libro, es que Ismael, este joven antiguo, como se tiene anotado, por cierto, en el libro, es dueño de una envidiable capacidad para recordar, al grado de  prácticamente “ver”, cada escena en las que su memoria recrea, por ejemplo, el día en que supo de Jorge Semprún y tomó nota de  la recomendación que Silvia Fukuoka, una de sus amigas, entrañable al parecer, le hizo de la lectura de Viviré con su nombre, morirá con el mío, aunque fuera tiempo después cuando, gracias a Lukács, se encontrara con el largo viaje que supondría la lectura inmediata, en la biblioteca del Ateneo, de El largo viaje, de Semprún. 

El libro de Ismael, llamadlo, por cierto, Ismael, es asimismo un libro de conversaciones, en las que salen a la superficie, tanto su admiración por los autores que comenta, como su agradecimiento con aquellos amigos, ahí están Fernando Muñoz y Norberto Fuentes, por citar a algunos, que le hicieron una recomendación acaso azarosa o, sospecho, meramente circunstancial, pero que en sus manos, en su horizonte, se convirtió, gracias a su obsesiva pasión por la sistematización, en un modo de vida por el que se derrama, y aquí recurriré a una cita de García Ponce incluida en el libro: “un orden secreto que, bajo la apariencia exterior del desorden, nos va conduciendo a las metas que oscuramente buscamos”.

La lectura de la parte final del libro, al que el autor denomina Me regalaron el quehacer de un hombre, creación; me hizo pensar, inevitablemente, en Walter Benjamin, en sus libros Calle de dirección única, y en El libro de los pasajes, este último construido exclusivamente de citas que el autor alemán fue montando para expresar acaso un sistema. En Calle de dirección única, sin embargo, las narraciones son elaboradas a partir de las señales, carteles, anuncios, objetos, que Benjamin encuentra en los escaparates de una calle, para detonar, a través de la mirada atenta, ideas que revelan un sentido oculto para quien los observa con detenimiento.

La creación de Ismael, en esta parte final del libro, también revela un sentido, uno que acaso el tampoco conocía, pero por el que, intuyo, se deja arrastrar hasta convertirlo en una declaratoria. Distinto a Benjamin, los detonadores de la creación de Ismael no son los objetos, sino las ideas, las palabras, a veces abundantes, a veces escasas, que le llegan por vía de autores como Malcom Lowry, José Revueltas, Tomas Pynchon, Herman Melville, Clarice Lispector o Juan García Ponce, por decir algunos.

Finalmente, pienso que La extraña felicidad y otros textos literarios, de Ismael Carvallo, es como un asidero que sirve para que los cada vez más escasos lectores puedan escapar a un mundo bien ordenado en el que domina, más que una doxa, un sistema bien delimitado de pensamiento que, a su vez, nos introduce en un sistema más amplio y complejo de ideas e inteligencia agudas, a saber, el que el propio autor ordena con base en la filosofía de segundo grado de Gustavo Bueno y en la influencia de sus lecturas de André Malraux y muchos más.

Para concluir, acudo a una idea, no sin antes trastocar una frase que se encuentra en este libro, y que dirijo a un probable autor abrumado y aturdido por las novedades varias de libros sin sentido, y es que salgas corriendo de ahí y busques algo, lo primero que encuentres, de Harold Bloom, o de Ismael Carvallo y te salves.

Carlos Martínez | 37 FUL de la UAEH