Recuerdo que el antecedente que yo tenía de un nombre así era el de Pizza Express Jazz Club de Londres, en donde hace muchos años, habrán de ser ya veintitantos, escuché a Scott Hamilton en una ocasión, y en otra más a Michael Brecker.
Fue durante el año que pasé de estudiante de posgrado en la Universidad de Warwick en Coventry, ciudad bastante anodina y fea a hora u hora y media en tren de Londres, a donde solía ir de vez en vez los fines de semana ya sea para irme al Jazz Café de Camden Town, donde escuché al James Taylor Quartet en una ocasión y a McCoy Tyner en otra, y que además tenían unas “jam sessions” dominicales a medio día sencillamente fantásticas, o ya sea para irme al Pizza Express Jazz Club, efectivamente. El Ronnie Scott’s que conocí no fue el de Londres, sino el de Birmingham. Ahí escuché a Christian McBride.
Con Scott Hamilton la impresión fue muy grande, porque yo eduqué mi oído siendo niño con sus discos, que mi padre tenía. Cuando escuché a Hamilton aquella vez tuve un flash back que me hizo sentir en la sala de mi casa en cualquier sábado o domingo por la mañana de mi infancia.
Pues bien: desde hace varios años sabía de la existencia de Pizza Jazz Café de la colonia Portales Oriente en CDMX (Eje 7 Sur 46, para ser más exactos), solamente que no había podido darme una vuelta durante mucho tiempo. Había leído en algún momento, eso sí, que la Portales se estaba comenzando a caracterizar por la movida jazzera que tenía lugar ahí, siendo Jazzorca, por ejemplo, uno de los lugares emblemáticos para los efectos. Pues bueno: Pizza Jazz Café está casi exactamente enfrente de Jazzorca.
Ocurre entonces que una vez que me mudé hace unos meses a dos cuadras de ahí fue que comencé a visitar este lugar con mayor regularidad. Es un club de jazz en toda regla sencillamente genial, con mucha personalidad y carácter, y una comida magnífica. No es un restaurante propiamente como tal (es decir, con variedad de platillos): es más bien una pizzería de barrio genuina y sin pretensiones nucleada alrededor de una pasión fundamental y constitutiva por el jazz, que es lo que le imprime su sello haciéndolo un lugar simplemente insustituible y entrañable.
Este lunes pasamos a cenarnos una pizza, disfrutando del extraordinario desfile de músicos participantes de las jam sessions que tienen organizadas todos los lunes, habiéndome quedado sorprendido por el talento de tantos músicos sumamente jóvenes a quienes casi ya no conozco excepción hecha de algunos pocos, como ocurrió con mi querido Eray Farrera que me encontré por ahí y que saludé con mucho gusto y cariño.
Dispuesto en la acera del Eje 7 convertida en peatonal por estar debajo del puente con el que se pasa por encima de Tlalpan, Pizza Jazz Café es un sitio relativamente pequeño regenteado por mi querido amigo Adrián Escamilla, saxofonista y jazzista él mismo formado en la Escuela Superior de Música como licenciado en Fagot y al que le cambió la vida haber escuchado a Bill Evans, según cuenta en una entrevista. Se trata de un local rectangular con las mesas a mano derecha acomodadas en fila y el horno y barra de atención a mano izquierda, con el escenario al fondo del sitio en donde se acomodan los músicos según corresponda.
Si hay algo que yo detesto son los restaurantes de lujo y toda la parafernalia petulante, snob y vanidosa que gira alrededor de ellos, con todo mundo sintiéndose culto hablando de vinos, de platillos o de chefs, y ganadores (“winners”) si llegan en autos de alta gama al valet parking. Si hay algo con lo que a mí me pierden por completo es convocándome a comidas o cenas en lugares así.
Pizza Jazz Café, en cambio, es un lugar que gira alrededor del talento y el amor al jazz, con una carta de pizzas de alta calidad eso sí, que vale mucho la pena probar. Quienes puedan hacerlo visiten este lugar entrañable nomás puedan porque no se van a arrepentir.
Recuerdo que el antecedente que yo tenía de un nombre así era el de Pizza Express Jazz Club de Londres, en donde hace muchos años, habrán de ser ya veintitantos, escuché a Scott Hamilton en una ocasión, y en otra más a Michael Brecker.
Fue durante el año que pasé de estudiante de posgrado en la Universidad de Warwick en Coventry, ciudad bastante anodina y fea a hora u hora y media en tren de Londres, a donde solía ir de vez en vez los fines de semana ya sea para irme al Jazz Café de Camden Town, donde escuché al James Taylor Quartet en una ocasión y a McCoy Tyner en otra, y que además tenían unas “jam sessions” dominicales a medio día sencillamente fantásticas, o ya sea para irme al Pizza Express Jazz Club, efectivamente. El Ronnie Scott’s que conocí no fue el de Londres, sino el de Birmingham. Ahí escuché a Christian McBride.
Con Scott Hamilton la impresión fue muy grande, porque yo eduqué mi oído siendo niño con sus discos, que mi padre tenía. Cuando escuché a Hamilton aquella vez tuve un flash back que me hizo sentir en la sala de mi casa en cualquier sábado o domingo por la mañana de mi infancia.
Pues bien: desde hace varios años sabía de la existencia de Pizza Jazz Café de la colonia Portales Oriente en CDMX (Eje 7 Sur 46, para ser más exactos), solamente que no había podido darme una vuelta durante mucho tiempo. Había leído en algún momento, eso sí, que la Portales se estaba comenzando a caracterizar por la movida jazzera que tenía lugar ahí, siendo Jazzorca, por ejemplo, uno de los lugares emblemáticos para los efectos. Pues bueno: Pizza Jazz Café está casi exactamente enfrente de Jazzorca.
Ocurre entonces que una vez que me mudé hace unos meses a dos cuadras de ahí fue que comencé a visitar este lugar con mayor regularidad. Es un club de jazz en toda regla sencillamente genial, con mucha personalidad y carácter, y una comida magnífica. No es un restaurante propiamente como tal (es decir, con variedad de platillos): es más bien una pizzería de barrio genuina y sin pretensiones nucleada alrededor de una pasión fundamental y constitutiva por el jazz, que es lo que le imprime su sello haciéndolo un lugar simplemente insustituible y entrañable.
Este lunes pasamos a cenarnos una pizza, disfrutando del extraordinario desfile de músicos participantes de las jam sessions que tienen organizadas todos los lunes, habiéndome quedado sorprendido por el talento de tantos músicos sumamente jóvenes a quienes casi ya no conozco excepción hecha de algunos pocos, como ocurrió con mi querido Eray Farrera que me encontré por ahí y que saludé con mucho gusto y cariño.
Dispuesto en la acera del Eje 7 convertida en peatonal por estar debajo del puente con el que se pasa por encima de Tlalpan, Pizza Jazz Café es un sitio relativamente pequeño regenteado por mi querido amigo Adrián Escamilla, saxofonista y jazzista él mismo formado en la Escuela Superior de Música como licenciado en Fagot y al que le cambió la vida haber escuchado a Bill Evans, según cuenta en una entrevista. Se trata de un local rectangular con las mesas a mano derecha acomodadas en fila y el horno y barra de atención a mano izquierda, con el escenario al fondo del sitio en donde se acomodan los músicos según corresponda.
Si hay algo que yo detesto son los restaurantes de lujo y toda la parafernalia petulante, snob y vanidosa que gira alrededor de ellos, con todo mundo sintiéndose culto hablando de vinos, de platillos o de chefs, y ganadores (“winners”) si llegan en autos de alta gama al valet parking. Si hay algo con lo que a mí me pierden por completo es convocándome a comidas o cenas en lugares así.
Pizza Jazz Café, en cambio, es un lugar que gira alrededor del talento y el amor al jazz, con una carta de pizzas de alta calidad eso sí, que vale mucho la pena probar. Quienes puedan hacerlo visiten este lugar entrañable nomás puedan porque no se van a arrepentir.
Comparte: