COLUMNA INVITADA

Un mundo especial frente al ordinario


Conrado J. Arranz Mínguez

[Esta es una ampliación —o una interpretación algo libre reescrita un mes después— de las notas que empleé el 18 de abril de 2024 en la presentación de La extraña felicidad y otros textos literarios de Ismael Carvallo, en la librería Jorge Cuesta.]

Buenas tardes, muchísimas gracias por venir a la presentación, por dedicarnos parte de su tiempo. En primer lugar, quiero agradecer a Ismael por invitarme a leer este volumen, porque, aunque no lo crean, en mitad de los deberes cotidianos (académicos, administrativos e incluso de investigación), la llegada de una lectura así supone un balón de oxígeno que rompe la cotidianidad y te sumerge de inmediato en espacios, que por no previstos, se vuelven impredecibles también. Desde luego, saber que los textos provienen de Ismael es una garantía de calidad, porque los que lo conocemos sabemos que no nos va a dejar indiferentes, que sus formas de conectar pensamiento, ideas y acción son extraordinarias. También quiero agradecer mucho a la Librería Jorge Cuesta, por cedernos este maravilloso espacio que, para mí, también es importante porque recuerdo que aquí vine a mi primera presentación de libro en México, allá por inicios de 2012 o quizá 2013 debía ser, a uno de la admirada escritora guerrerense Brenda Ríos.

Prometo que no ocuparé mucho tiempo, primero, para poder escuchar la palabra del autor, verdadero protagonista de este encuentro, porque hacer un libro se ha convertido en una proeza, en un acto revolucionario, incluso hasta paradójicamente en uno de contracultura; y después, para que podamos conversar y convivir más, que además esa es la invitación que nos hace Ismael al juntar a tremendos escritores en este libro y bajo esta fórmula: una invitación al diálogo.

Ayer asistía en Filológicas de la UNAM al homenaje de un escritor y crítico literario recientemente fallecido, y uno de los invitados destacó que el último libro de este iniciaba con una cita de George Steiner, que me recordó mucho al libro que recién acaba yo de leer de mi amigo Ismael Carvallo —este que hoy presentamos aquí—. Dice Steiner, en este epígrafe, y según la memoria de aquel invitado: “La crítica literaria debería surgir de una deuda de amor”. Y, al escucharla, me di cuenta de que, de alguna forma, Ismael, sabiéndolo o no, parte de esta premisa para desarrollar su libro, porque sus textos emanan pasión incluso desbordada de búsqueda a través del amor hacia la literatura, especialmente por todo lo que le ha dado, por las formas que ha tenido de encadenar lecturas, por los momentos que la literatura le ha brindado luz para entender un fenómeno particular y poderlo asir mejor y vincularlo o ponerlo al servicio de la acción, porque pienso que así son —por supuesto, muy sintetizados— los procesos de lectura de Ismael.

En algún momento, el propio Ismael —o no recuerdo si Norberto Fuentes— se refieren a que, de alguna forma, el libro es una suerte de varia invención, la manera que encontró Góngora para referirse a esos escritos no tan ordenados pero que surgían de pasiones vitales, ¿ven?, de esa suerte de deuda de amor a la que se refería Steiner con la crítica. Uno de los grandes cultivadores de esa varia invención en México fue, sin duda, don Alfonso Reyes. Y uno de los motores, no sólo creativos, sino también humanos y empíricos para Reyes fue sin duda el de la amistad, recordemos la dedicatoria al inicio de aquellos Cartones de Madrid, que decía algo así como “A mis amigos de México y España, amistad” y bueno esto lo llevó al extremo, a la acción, a constituirse como un sólido puente entre estas dos grandes naciones y países multiculturales en sí mismos, a pensar siempre de manera conectada. Y traigo a colación estos cartones por dos razones. La primera porque Madrid, que es mi ciudad azarosa de nacimiento —igual que Múnich lo es de Ismael— es una ciudad nodal en la trayectoria vital que dibuja Ismael, quizá la más importante, sobre todo vista a partir del Ateneo. Hace poco leí un libro sobre la generación Nepantla —aquella generación hija del exilio republicano español pero prácticamente nacida en México y que quedó así, en medio— y uno de sus miembros más destacados se proyectaba y decía que el ser humano traza una trayectoria vital propia que no necesariamente se corresponde con su propia vida, es decir, que, de alguna forma, literaturizamos nuestra historia, sobre todo cuando escribimos de forma autorreferencial. Y si acudimos a aquella importante obra de Campbell, El viaje o El camino del héroe (The Hero’s Journey), Madrid, el Ateneo, constituirían esa fase de iniciación para Ismael, aquella que le abriría las puertas hacia un mundo especial frente al otro ordinario. La segunda de las razones por las que traigo a colación a Reyes, y a ese énfasis a la amistad, es porque así justifico comenzar los comentarios de la exposición por el autor y no por la obra. Así, me gustaría dividir mi intervención en tres apartados o, más bien, responder a tres preguntas:

1. ¿Qué tipo de crítico literario (y de creador) es Ismael Carvallo?

2. ¿Qué tipo de obra es La extraña felicidad?

3. ¿Qué tipo de lectores somos nosotros?

¿Qué tipo de crítico literario es Ismael Carvallo?

Lo primero que me gustaría destacar es que se trata de un crítico de las emociones, que oscila entre el logos y el pathos. En algún momento toma una frase y esta se repite en varias partes del libro, como una máxima: “A la historia sólo se puede entrar a partir de la tragedia”. Y una de las sensaciones que le quedan al lector es la ansiedad del escritor por encontrar la emoción que se desprende de un libro, por destilar su esencia vital, y esa emoción no es sólo por el libro mismo —normalmente—, sino también por la vida del escritor, por su contexto político. Creo, pensándolo bien, que esas emociones se desprenden mucho del diálogo, porque, aunque el libro —o de forma primaria la red, recordemos que son textos publicados en un blog— está concebido a partir de actos en soliloquio —la lectura y una escritura crítica, de reflexión—; en realidad, Ismael no puede olvidar nunca su verdadera esencia que es la construcción a partir de la dialéctica, y ahí estamos directa o indirectamente sus amigos, o los autores, o el mundo, o la inmensidad cósmica o quien se deje convencer para continuar la plática, el saber. Con todos ellos contrasta opiniones, preguntas, reflexiones. Por tanto, en sus críticas literarias, en su transmisión de emoción, Ismael no está solo ni aun queriendo estarlo. Y con eso me acerco a la segunda cualidad, que yo creo que define mucha de la esencia de Ismael en este libro.

Ismael es un crítico simbiótico. Su capacidad de mímesis, que en sí misma es una característica esencial del fenómeno literario, como bien han estudiado muchos críticos de la literatura, por ejemplo, Erich Auerbach, es absoluta, y eso es ya literario de por sí. Sea cual fuere el plano de estudio diacrónico o sincrónico de la obra literaria que Ismael tiene como referencia, él se encuentra dentro de ella e intentando leer la realidad a partir de esa mímesis, y no sólo la realidad contextual del autor al crear la obra, sino también la nuestra, la actual… la obra literaria no es sólo pasado, es también presente, se reactualiza con nosotros, los lectores. Y a la par también hay en este libro un viaje del héroe Ismael como lector en formación, volvemos a Campbell, hay un ser humano que emprende un viaje, una aventura en Europa, que encuentra el llamado o relevación, que se va fortaleciendo a medida que afronta pruebas y desafíos, que regresa, y tras otras pruebas o desafíos como los de Tabasco, se reafirma para emprender una labor humanista y política, como la que hoy lleva a cabo en el Espacio Cultural de la Cámara de Diputados, un espacio que se ha llenado de actividades, de diálogos, y que, a pesar de todo el trabajo que esto ha de dar, el héroe lector continúa, es imparable: necesita escribir también. El viaje del héroe lector de Ismael deviene estético en gran medida por la literatura. Ismael lector y héroe de su propia vida es héroe también dentro de la lectura y de la obra literaria que se tiene entre manos, es todo de una simbiosis perfecta. Y recordemos que “simbiosis” proviene del griego y significa “medios de subsistencia”, la literatura como medio de subsistencia: esa es otra de las ideas nodales que se expresan a lo largo de las páginas del libro en múltiples ocasiones: Ismael, el crítico simbiótico.

Ismael es también un crítico generoso (y, por qué no, algo hiperbólico). Quiere que el lector también disfrute de leer, es decir, procura trasladar las emociones de lectura hasta tal punto que nos mueve a seguir también su propio mapa oculto, que, por qué no, podría comenzar con este libro, a partir de la selección de algunas de las que aparecen por aquí, porque ese es el hilo también del que parte Ismael: las lecturas vienen a partir de referencias de la misma lectura o de una recomendación o de alguien que casi sin querer desliza un nombre desconocido para Ismael o de un encuentro fortuito en la balda de una librería como la Jorge Cuesta. Y de ahí parte la voracidad de Ismael, “no he leído a Aub: ah, bueno, pues me lo leo todo, y entonces ya reflexiono dónde encuentro mi eco”. De hecho, Ismael traza de manera clara los itinerarios de lectura que ha seguido, y cómo llegó al libro o por qué, y en muchos de ellos hay una suerte de acceso a lo desconocido, a un espacio mágico que está ahí esperando al lector a entrar. Y si le gusta no se detiene hasta abarcarlo todo, por completo, aunque sólo sea para nombrarlo, para nombrarse también a partir de él.

Por último, Ismael es un crítico creador, un crítico que se autobiografía a la par que lee —y esto ya nos aproxima a la siguiente pregunta—. Al final, yo creo que la obra literaria es texto y pretexto para Ismael; yo no creo que esté tan tajantemente clara la diferencia entre la primera parte y la segunda del libro, que se supone que es más creativa. Por eso creo que es un grandísimo acierto ese título de “y otros textos literarios”, porque los primeros también lo son: hay una clara vocación estética con la palabra a la hora de aproximarse a la crítica, hay una necesidad incluso filosófica de pensar conceptos y circundar alrededor de ellos.

¿Qué tipo de libro es La extraña felicidad?

A mí no me cabe ninguna duda de que lo primero que constituye este libro, aunque no sea del todo clara la sensación, es el juego, no un juego en el sentido de una comedia como género, sino un juego de espejos, dispuesto para crear reflejos y que requiere la “habilidad o astucia para conseguir algo”.

¿Qué conseguiremos de este libro? Este juego tiene como fin el autoconocimiento a partir de los otros; y esos otros, en última instancia, son los libros. Pero estamos todos inmiscuidos: el autor (Ismael) que hace crítica y se refleja a sí mismo (y ejerce la acción, porque éstas siempre van unidas) a través de los otros autores; estos otros autores conocidos a partir de sus libros, pero apegados siempre a su contexto histórico y cierta recurrencia a que muchas de las obras literarias expuestas tienen también un carácter autobiográfico o elementos autorreferenciales, muy apegadas al estilo del propio autor, de Ismael; y, por último, los lectores que nos preguntamos de qué manera resuenan en nosotros las reflexiones de Ismael reflexionando sobre los autores.

Un juego de espejos, dialéctico, en el que muchas veces uno, como lector, encuentra dificultades para saber bien en qué espejo se mira y qué puede encontrar en él. Y esto de la autobiografía está en el fondo mismo de las concepciones del hecho literario que tiene Ismael, porque en algún momento afirma: “la obra literaria / la literatura es una disposición de materiales de la experiencia”.

La extraña felicidad y otros textos literarios es un libro que nos pone frente al abismo exacto de la lectura: ¿qué es hoy leer?, lo que estamos leyendo ahora ¿es una lectura actual?; incluso ¿merece la pena leer, aunque se nos esté cayendo el mundo a pedazos, aunque cada vez sea más difícil encontrarnos los seres humanos?, ¿aunque necesitemos masacrar a todo aquello que se pone frente a nosotros y no comprendemos? Incluso ese abismo de lectura —de angustia por la lectura— antes de que todo se acabe está ahí. Por ejemplo, dice en la página 35: “La segunda parte, a donde todavía no llego, pues no hay tiempo suficiente, nunca”.

Y así vivimos todos, robando tiempo para poder leer, tiempo que deberíamos estar ganando sólo para eso, para podernos sentar tranquilos a leer, en cualquier lugar, mientras este mundo sigue su curso y pensamos cuál es nuestro lugar en él. Para Ismael, la lectura hay que vivirla, hay que sentirla “cuerpo”, nos tiene que fundar algo dentro y convertirse en historia futura.

De la segunda parte, “Creación”, aparte de lo dicho, claro, hay una vocación literaria más clara de Ismael, hay una búsqueda de circularidad, incluso un lenguaje mucho más poético en el que priman repeticiones de palabras o recursos retóricos que tienen que ver con la repetición, como los paralelismos, o las gradaciones, o las anáforas o epíforas, o la apuesta por un lenguaje más connotado, potencialmente creador de imágenes, pero el campo semántico es exactamente el mismo que en la primera parte: la búsqueda y el encuentro. También se mantiene ese proceso simbiótico y de mímesis del que hemos platicado ya… y una novedad: el amor, porque siempre es un impulsor diáfano de la literatura.

¿Qué tipo de lectores somos nosotros?

Ay, se me ha acabado el tiempo, y justo esos lectores somos, a los que se nos ha acabado el tiempo de lectura, por eso sólo puedo terminar con una pregunta: ¿en qué tragedia nos encontramos, amigo Ismael, para poder escribir una historia?

Conrado J. Arranz, Ismael Carvallo y Félix Martínez | Librería Jorge Cuesta, 18 de abril, 2024.