GAP Andrés Molina Enríquez

Milei: un populista anarco-capitalista y liberal

He visto con mucho interés la ceremonia de toma de protesta de Javier Milei como presidente de Argentina para el período 2023—2027, y debo decir que, entre otras muchas cosas que hay que analizar y monitorear respecto de lo que está por hacer con su gobierno y, sobre todo, con la economía de su país, lo que me ha parecido escandalosamente contradictorio y bastante chocante es el hecho de que los analistas, políticos o ideólogos que están a su favor no dicen nada del hecho de que lo que ocurrió en ese acto, y en general lo que define las coordenadas de su perfil y proyecto, es una rotunda, acabada y perfecta expresión de populismo.

En efecto, Javier Milei es un consumado populista, sólo que de ideología anarco-capitalista o anarco-liberal, y por tanto anti-nacional. Es populista porque su discurso inaugural de asunción del cargo, luego del juramento protocolar que tuvo lugar en el congreso nacional, fue ante las masas del pueblo enardecido que lo vitoreaba como el nuevo líder que los salvará de la catástrofe a la que ha llevado al país la clase política tradicional o casta política, según él mismo dijo durante su campaña.

Pero es que esa es precisamente la definición de populismo, o por lo menos una de las más acertadas: populista es el político (en el caso de Milei un político supuestamente no-político, he ahí otra contradicción que lo hará caer a él y a quienes lo votaron en una gigantesca trampa) que se enfrenta él sólo a toda una clase política en su conjunto y que, al hacerlo, polariza a la sociedad en función del nuevo antagonismo que él está demarcando: ‘el populismo proclama hablar en nombre del pueblo, pero primero lo divide’, dijo en 2018 David Frum, asesor conservador republicano opositor a Donald Trump. ¿Acaso no ha dividido ya Javier Milei a la sociedad argentina al grado de que una de sus entusiastas le llegó a decir a Hernán Gómez Bruera que le deseaba la muerte a Cristina Fernández?

Así que, al igual que Trump en su discurso inaugural cuando asumió la presidencia, Milei despreció a los diputados del congreso nacional y no fue ante ellos, representantes electos indirectamente por el pueblo, sino ante las masas agolpadas en la plaza a las que él representa directamente como emitió su primer mensaje como presidente de la nación.

¿Por qué entonces no dijo nada Cayetana Álvarez de Toledo ante semejante acto de populismo (la casta no los representa, yo y mi equipo sí los representamos), siendo ella una de las principales ideólogas de la libertad enfrentada al populismo?: ‘hay un eje nuevo: demócratas liberales contra populistas y nacionalistas’, dijo la política del Partido Popular por ahí de 2022 (tomemos nota de que, en el caso español, el término nacionalista se refiere al separatismo).

Ocurre entonces que lo que hay es una profunda confusión terminológica, ya sea consciente y deliberada, ya sea inconsciente e involuntaria,  para los efectos de comprender a la política. Porque Milei, López Obrador, Trump o Hugo Chávez han sido y son, más que populistas, líderes carismáticos, caudillos, y el caudillismo es una figura decisiva en toda ontología política, en el sentido de que no puede haber política sin líderes, sin jefes: ‘todo Estado es una dictadura. Todo Estado no puede no tener un gobierno, constituido a partir de un número restringido de hombres, que a su vez se organizan en torno a uno dotado de mayor capacidad y mayor clarividencia. Mientras sea necesario un Estado, mientras sea históricamente necesario gobernar a los hombres, cualquiera que sea la clase dominante, se tendrá el problema de tener líderes, de tener un “jefe”’, escribió Antonio Gramsci en 1924 ante la muerte de Lenin.

Intentando redefinir y resignificar, lo que vemos es más bien una revitalización de la política, o de lo político-democrático por vía de liderazgos carismáticos y fuertes, que reactivan la confianza en la política como vía para transformar la realidad. Otra cosa es el sentido programático e ideológico de esa transformación.