[Sobre El cuerpo en que nací de Guadalupe Nettel]
1. No puse demasiada atención en la contratapa, donde se indica explícitamente que se trata de una novela de tipo autobiográfico inspirada, además, en la infancia de la autora, Guadalupe Nettel, y aunque es algo que queda evidenciado desde el principio –‘Nací con un lunar blanco, o lo que otros llaman una mancha de nacimiento, sobre la córnea de mi ojo derecho’, dicen las primeras letras de El cuerpo en que nací en una inequívoca perspectiva de primera persona que no deja lugar a dudas–, ocurre que yo pensaba que iba a tener un desarrollo que habría de llegar a otras etapas de su vida con un poco más de interés para una lectura adulta, pero no fue el caso, razón por la cual no me queda de otra más que confesar que este libro me ha resultado la verdad bastante mediocre; mediocre y aburrido. Tan aburrido que no sería tal vez necesario incluso escribir sobre él (sobre todo por la tensión descortés que podría generarse para con ella, que merece todo mi respeto y simpatía personal), pero ocurre que lo hago por el rigor al que me debo por virtud de tratarse de parte de la selección de libros que estamos leyendo conjuntamente algunos amigos y yo en el contexto de un club literario, el Club Literario Nikolái Nikoláievich Pseldónimov, y compromiso intelectual obliga.
2. Vamos a decir, a manera de confesión también, y en descargo de Nettel, que yo tengo una manía tal vez demasiado poco tolerante, lo acepto, con las partes dedicadas a la infancia de autores o personajes sobre cuyas vidas se escribe ya sea de manera personal o ya sea por interpósita persona, para los efectos de lo cual me suelo inspirar en aquello dicho por Trotsky en sus emocionantes y épicas memorias (Mi vida) cuando afirmaba algo así como que, para él, escribir en un libro autobiográfico sobre la infancia es un vicio burgués bastante común, chocante e insignificante desde un punto de vista histórico. Y esto, para mí, aplica además tanto en el sentido de la evocación de una infancia rosa, llena de armonía y bellos recuerdos, como en el de una infancia negra o gris, llena de tormentos e inseguridades (que tal vez sea el caso de Nettel).
3. Pero henos aquí entonces que, en la página 180 del libro, ante la pregunta de su madre sobre si se encontraba en esos momentos escribiendo algo, Nettel le respondió que sí: ‘estoy escribiendo una novela sobre mi infancia, una autobiografía’. De haberse comentado esto cuando se barajaban los títulos enlistados acaso hubiera yo interpuesto una que otra objeción, porque definitivamente este no ha sido un libro para mí, lo que no implica por otro lado que no lo pueda ser para alguien más.
4. Se trata de un relato en donde además de los personajes tanto familiares como escolares e infantiles y adolescente que vinieron a poblar la infancia de Guadalupe Nettel distribuida entre México y Francia, aparece una psicoanalista yo no sé si imaginaria o real, la doctora Sazlavski, que cumple el papel de contrapunto mediante el que la narración se va vertebrando a la manera de una terapia en donde sus vicisitudes (de salud, parentales, escolares, de residencia) se van acomodando con arreglo al esquema de una secuencia de análisis soteriológico váyase a saber de qué escuela teórica. Es un recurso, el de la doctora, que me parece totalmente innecesario, inocuo y hasta, por eso mismo, irritante a veces.
5. Generacionalmente, Guadalupe Nettel y yo somos contemporáneos casi que punto por punto (ella nació en 1973, yo lo hice en 1974), y es precisamente la parte en donde ofrece algunas claves interpretativas y contextuales de lo que a alguien de su condición social –de la que tampoco da demasiada información– y generacional le tocó vivir aquella en la que el libro tiene un poco más de interés tanto por los rasgos ideológico-culturales mediante los que explica el contexto hippie-progre y burgués en el que se desarrollaron sus padres (‘Eran los años setenta y mi familia había abrazado algunas de las ideas progresistas que imperaban en ese momento. Mi escuela, por ejemplo, era uno de los pocos colegios Montessori de la Ciudad de México’), como por la manera –que es lo que más promete poéticamente al principio, pero para diluirse luego todo en una narración ciertamente insípida– en la que va explicando el proceso de configuración de una dualidad visual que pareciera que fue o es la dualidad metafórica de su vida, cosa que tampoco termina de quedar clara en el transcurso del libro ni es explotada tampoco por Nettel como elemento de construcción narrativa: ‘Mi vida se dividía así entre dos clases de universo: el matinal, constituido sobre todo por sonidos y estímulos olfativos, pero también por colores nebulosos, y el vespertino, siempre liberador y a la vez de una precisión apabullante’. Como se sabe, Guadalupe Nettel nació con una disfunción óptica al parecer bastante severa que hace que su facultad visual no sea normal en uno de sus ojos.
6. El resto del libro es una serie de recuerdos de infancia de sus relaciones con la madre, la abuela, sus amigos de escuela o los de sus residencias al sur de la ciudad de México o en Francia (Aix-en-Provence), donde viviría cinco años, y la extraña relación con un padre ausente por razones de haber tenido que cumplir una condena en la cárcel.
7. En algunas partes del libro tuve que avanzar en modo de “lectura rápida” por el tedio al que me llevó un relato carente de interés alguno más allá del que alguien puede acaso tener por la psicología de una niña como la autora de El cuerpo en que nací, que ni siquiera cumplió mi esperanza de arrojar por ahí algunas de las lecturas fundamentales que supongo yo que hubo de tener para encontrar la senda de las letras, pero sólo mencionó uno que otro libro bastante convencional como La metamorfosis de Kafka y otros de García Márquez o de Huxley, pero nada más.
8. El cuerpo en que nací no ha sido, en definitiva, un libro para mí, aunque tengo dicho también que sí lo puede ser, perfecta y legítimamente, para alguien más. En la solapa de mi edición de Anagrama de 2023 alguien dice desde una publicación colombiana según el extracto que insertan ahí para efectos mercadotécnicos, que “los lectores avezados disfrutarán de esa nueva voz literaria, tan sofisticada como original, en el panorama de las letras latinoamericanas”. No ha sido mi caso; no he sido yo ese lector avezado. Pero hay gente para todo.
[Sobre El cuerpo en que nací de Guadalupe Nettel]
1. No puse demasiada atención en la contratapa, donde se indica explícitamente que se trata de una novela de tipo autobiográfico inspirada, además, en la infancia de la autora, Guadalupe Nettel, y aunque es algo que queda evidenciado desde el principio –‘Nací con un lunar blanco, o lo que otros llaman una mancha de nacimiento, sobre la córnea de mi ojo derecho’, dicen las primeras letras de El cuerpo en que nací en una inequívoca perspectiva de primera persona que no deja lugar a dudas–, ocurre que yo pensaba que iba a tener un desarrollo que habría de llegar a otras etapas de su vida con un poco más de interés para una lectura adulta, pero no fue el caso, razón por la cual no me queda de otra más que confesar que este libro me ha resultado la verdad bastante mediocre; mediocre y aburrido. Tan aburrido que no sería tal vez necesario incluso escribir sobre él (sobre todo por la tensión descortés que podría generarse para con ella, que merece todo mi respeto y simpatía personal), pero ocurre que lo hago por el rigor al que me debo por virtud de tratarse de parte de la selección de libros que estamos leyendo conjuntamente algunos amigos y yo en el contexto de un club literario, el Club Literario Nikolái Nikoláievich Pseldónimov, y compromiso intelectual obliga.
2. Vamos a decir, a manera de confesión también, y en descargo de Nettel, que yo tengo una manía tal vez demasiado poco tolerante, lo acepto, con las partes dedicadas a la infancia de autores o personajes sobre cuyas vidas se escribe ya sea de manera personal o ya sea por interpósita persona, para los efectos de lo cual me suelo inspirar en aquello dicho por Trotsky en sus emocionantes y épicas memorias (Mi vida) cuando afirmaba algo así como que, para él, escribir en un libro autobiográfico sobre la infancia es un vicio burgués bastante común, chocante e insignificante desde un punto de vista histórico. Y esto, para mí, aplica además tanto en el sentido de la evocación de una infancia rosa, llena de armonía y bellos recuerdos, como en el de una infancia negra o gris, llena de tormentos e inseguridades (que tal vez sea el caso de Nettel).
3. Pero henos aquí entonces que, en la página 180 del libro, ante la pregunta de su madre sobre si se encontraba en esos momentos escribiendo algo, Nettel le respondió que sí: ‘estoy escribiendo una novela sobre mi infancia, una autobiografía’. De haberse comentado esto cuando se barajaban los títulos enlistados acaso hubiera yo interpuesto una que otra objeción, porque definitivamente este no ha sido un libro para mí, lo que no implica por otro lado que no lo pueda ser para alguien más.
4. Se trata de un relato en donde además de los personajes tanto familiares como escolares e infantiles y adolescente que vinieron a poblar la infancia de Guadalupe Nettel distribuida entre México y Francia, aparece una psicoanalista yo no sé si imaginaria o real, la doctora Sazlavski, que cumple el papel de contrapunto mediante el que la narración se va vertebrando a la manera de una terapia en donde sus vicisitudes (de salud, parentales, escolares, de residencia) se van acomodando con arreglo al esquema de una secuencia de análisis soteriológico váyase a saber de qué escuela teórica. Es un recurso, el de la doctora, que me parece totalmente innecesario, inocuo y hasta, por eso mismo, irritante a veces.
5. Generacionalmente, Guadalupe Nettel y yo somos contemporáneos casi que punto por punto (ella nació en 1973, yo lo hice en 1974), y es precisamente la parte en donde ofrece algunas claves interpretativas y contextuales de lo que a alguien de su condición social –de la que tampoco da demasiada información– y generacional le tocó vivir aquella en la que el libro tiene un poco más de interés tanto por los rasgos ideológico-culturales mediante los que explica el contexto hippie-progre y burgués en el que se desarrollaron sus padres (‘Eran los años setenta y mi familia había abrazado algunas de las ideas progresistas que imperaban en ese momento. Mi escuela, por ejemplo, era uno de los pocos colegios Montessori de la Ciudad de México’), como por la manera –que es lo que más promete poéticamente al principio, pero para diluirse luego todo en una narración ciertamente insípida– en la que va explicando el proceso de configuración de una dualidad visual que pareciera que fue o es la dualidad metafórica de su vida, cosa que tampoco termina de quedar clara en el transcurso del libro ni es explotada tampoco por Nettel como elemento de construcción narrativa: ‘Mi vida se dividía así entre dos clases de universo: el matinal, constituido sobre todo por sonidos y estímulos olfativos, pero también por colores nebulosos, y el vespertino, siempre liberador y a la vez de una precisión apabullante’. Como se sabe, Guadalupe Nettel nació con una disfunción óptica al parecer bastante severa que hace que su facultad visual no sea normal en uno de sus ojos.
6. El resto del libro es una serie de recuerdos de infancia de sus relaciones con la madre, la abuela, sus amigos de escuela o los de sus residencias al sur de la ciudad de México o en Francia (Aix-en-Provence), donde viviría cinco años, y la extraña relación con un padre ausente por razones de haber tenido que cumplir una condena en la cárcel.
7. En algunas partes del libro tuve que avanzar en modo de “lectura rápida” por el tedio al que me llevó un relato carente de interés alguno más allá del que alguien puede acaso tener por la psicología de una niña como la autora de El cuerpo en que nací, que ni siquiera cumplió mi esperanza de arrojar por ahí algunas de las lecturas fundamentales que supongo yo que hubo de tener para encontrar la senda de las letras, pero sólo mencionó uno que otro libro bastante convencional como La metamorfosis de Kafka y otros de García Márquez o de Huxley, pero nada más.
8. El cuerpo en que nací no ha sido, en definitiva, un libro para mí, aunque tengo dicho también que sí lo puede ser, perfecta y legítimamente, para alguien más. En la solapa de mi edición de Anagrama de 2023 alguien dice desde una publicación colombiana según el extracto que insertan ahí para efectos mercadotécnicos, que “los lectores avezados disfrutarán de esa nueva voz literaria, tan sofisticada como original, en el panorama de las letras latinoamericanas”. No ha sido mi caso; no he sido yo ese lector avezado. Pero hay gente para todo.
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