Club Nikolái

Segunda noche en el Sályut

La cantina estaba muy concurrida por ahí de las siete de la noche del pasado jueves 26 de octubre, al grado de que las mesas que habíamos pensado utilizar para nuestra segunda noche en el Sályut ya estaban reservadas. Había mucho extranjero en la cantina Tío Pepe, lo que hace suponer que se está convirtiendo en uno de los puntos de referencia del turismo capitalino, tomando en cuenta el hecho de que, además de la longevidad del sitio (es de 1869), su localización ha terminado por quedar situada por no sé yo bien qué lógica o designo cultural y social, en el epicentro del Barrio o Corredor Chino.

F. y yo llegamos puntuales y comenzamos a hablar cual procede de política enfrente de un par de cervezas. En pocos días se sabrán las candidaturas de MORENA a ocho o nueve gubernaturas, la Ciudad de México incluida, lo cual supone una tensión en el ambiente político bastante notable y en el límite problemático. La continuidad histórica del proyecto tanto a nivel nacional como, sobre todo, en la ciudad de México, es fundamental, y de la elección de candidaturas depende también la secuencia posible de grupos políticos dentro de un bloque histórico determinado. La política implica siempre un pensamiento estratégico porque la política es de algún modo estrategia en estado puro, de ahí su correlación tan íntima con la lógica de la guerra, cuestión que me recuerda por cierto el criterio del Ché Guevara para quien la política era pura acción militar.

A la hora más o menos quedó completa la tertulia, lo que nos permitió entonces dar pie a la entrada en materia del Club Nikolái. F. tomó primero la palabra, sobre todo porque suya fue la recomendación del libro que esa noche nos reunía: Temporada de huracanes de Fernanda Melchor.

Destacó principalmente tres cosas: el manejo del lenguaje, la estructura y la presencia de una suerte de comicidad en convivencia íntima con el horror. Por cuanto a lo primero, coincidimos con él en el reconocimiento de la maestría narrativa de Melchor para lograr mantener la suavidad poética y el flujo del relato insertando infinidad de términos escatológicos provenientes de la naturaleza del ambiente social y cultural de marginación, periferia y miseria dentro del que se desarrolla la historia, y que sólo con una técnica fina y depurada para la orquestación verbal pueden quedar disueltos en el texto sin convertirlo en un amasijo indigesto y bukowskiano. 

Por cuanto a la estructura, es ya unánime también el juicio relativo a la consistencia de la arquitectura de la obra, que Melchor misma ha dicho que tiene referencia directa a Los albañiles de Vicente Leñero, en el sentido de haber edificado la reconstrucción narrativa de un acontecimiento a partir del acomodo ordinal de la versión de cada uno de los personajes involucrados.

Lo que yo particularmente no detecté en el libro, tal como F. sí lo hizo, fue lo de la convivencia de la comicidad junto con el horror como elementos semánticos de Temporada de huracanes; se trata de la presencia de algo así como una comicidad grotesca que, por momentos, según nos dijo, le arrebataba una sonrisa o tal vez hasta una carcajada acaso lúgubre, acaso amarga, acaso gótica o acaso tal vez esperpénticamente valleinclanesca.

LD., por su parte, destacó la centralidad que para él tiene el personaje del Luismi, y nos compartió la sorpresa a la que lo llevó la excelente narrativa de Melchor para hacernos descubrir, en medio de tanto horror y comicidad grotesca tal vez, efectivamente, para ponernos en el ángulo de lectura de F., que tal era su apodo porque cantaba precisamente, y ni más ni menos que, como el mismísimo Luis Miguel.

Además de esto, LD. nos hizo notar también el efecto tan sorprendente que logra Melchor en su libro para hacer que termine uno –como fue su caso– queriendo, simpatizando, y al final hasta justificando a cada uno de los personajes excepción hecha de uno de ellos (que me parece que era la abuela de no recuerdo quién), luego de tener una primera impresión de repudio prácticamente absoluto por sus actos pero que son ulteriormente matizados y puestos en perspectiva en función de la reconstrucción contextual, social y psicológica de la narradora. Primero los detestas y después los justificas, dijo más o menos LD.

A., que es un magnífico, fino y voraz lector de literatura, nos compartió de inmediato las conexiones cinematográficas activadas mediante las figuraciones poéticas de Melchor, cosa que de algún modo nos sucedió a LD. y a mí también según fuimos comentando al compás de su testimonio de lectura.

El apando de Felipe Cazals (1976), que es por cierto adaptación de una obra de José Revueltas (que es en quien yo pensé de principio a fin mientras leí Temporada de huracanas), es la película que nos comentó de inmediato A. para señalar la atmósfera y las escenas, muchas de ellas inolvidables para él, que le vinieron a la mente al ir avanzando en el libro, algunos de cuyos personajes le resultaron también inolvidables.

Por mi parte, la película en la que pensé fue la de El lugar sin límites de Arturo Ripstein (1978), cosa que me llamó muchísimo la atención porque se trata de la adaptación de la novela homónima de José Donoso que es también y precisamente, según vine a saber después por una entrevista a Fernanda Melchor que vi por ahí, una de las tres referencias fundamentales que tuvo para la construcción de Temporada de huracanas, siendo las otras dos la de Los albañiles, según tengo dicho ya, y El otoño del patriarca de García Márquez.

LD. hizo mención, por su parte, de Principio y fin (1993) y El imperio de la fortuna (1986), ambas de Arturo Ripstein también.   

A. nos comentó además sobre la fascinación que le produjo el poderío de la narrativa de Fernanda Melchor, cuya técnica sin puntuación le hizo pensar en Guillermo Arriaga, uno de sus autores predilectos junto con Enrique Serna, poseedor también –Arriaga– de una sintaxis apretada, oceánica, exigente y con muy poca o nula puntuación mediante la que construye tremendas conquistas verbales, una de las cuales puede encontrarse en Extrañas, su última novela, que será por cierto la que nos convocará en lo que será nuestra cuarta noche en el Sályut, toda vez que la tercera –es decir la próxima– lo hará en función de El cuerpo en que nací de Guadalupe Nettel.

E., por su parte, comentó de inmediato la evocación a la que lo llevó Temporada de huracanes, y que es la novela El blues del chavo banda de Eduardo Villegas Guevara, de 1991. Según la nota de la Enciclopedia de la literatura en México, en cada una de las siete historias que conforman este libro

‘se va más allá de los apuntes de un sociólogo sobre el acontecer juvenil en nuestro país. Junto a sus méritos literarios sobresalen los ambientes cotidianos poco vistos, donde los integrantes de la banda de Los Coyotes Hambrientos viven su historia con plena conciencia del placer, pero sobre todo del dolor. La experiencia personal se presenta como materia prima de todo el libro. Se encuentra también el gusto por transformar el lenguaje en un arma hiriente que aleja a los relatos de los prejuicios emanados de la nota roja. Siete cuentos con sus respectivas “rolas” que mantienen en alto el sentido humano de la banda, sin embargo en ningún momento la pandilla llega a idealizarse, pues se encuentra en los extremos de la violencia urbana. Una literatura contada al tú por tú, que recupera una manera de vivir en carne propia la realidad y no de referencias.’

La alusión de E. a este libro de Villegas es magnífica, pues remite a algunos de los elementos con los que está construida, efectivamente, Temporada de huracanas: la nota roja (materia de la que se nutrió Fernanda Melchor en su calidad de periodista en Veracruz), la transformación del lenguaje en un arma hiriente, la conciencia del placer y del dolor, la marginalidad socio-cultural: en el caso del libro de Villegas la de tipo urbana, en el de Melchor la de tipo campesino-semi-urbana en fase de industrialización y narco-criminalización.

Además, E. hizo mención de la técnica narrativa del flujo de conciencia o monólogo interior con la que Melchor le hizo recordar al Ulises de Joyce, un libro exigente y fundacional de la literatura moderna (el año pasado se cumplieron cien de su aparición), que algunos no lograron terminar y que para otros es la obra suprema de las letras universales que tal vez jamás podrá ser superada o ni siquiera igualada.   

Yo por mi parte recordé solamente la reseña que publiqué hace unas semanas (‘Un muerto entre los juncos’), haciendo notar en todo caso la sorpresa que para mí supone no haber leído o escuchado aún a Fernanda Melchor mentar a José Revueltas como una de sus referencias, siendo que para mí fue instantánea la conexión a grado tal que este libro es, a mi juicio, lo supe desde el primer párrafo, un libro revueltiano de cabo a rabo.

T. no pudo estar en esta ocasión con nosotros, pero en nuestro chat nos compartió el siguiente comentario: ‘Lamento no haber podido estar, será para la próxima. Por cierto, estoy bien aplicada con El cuerpo en que nací. Temporada de Huracanes la pausé. No tengo una opinión acabada aún, sólo impresiones, como la impresión de que tanta calamidad junta puede rayar en una deslumbrante obra literaria, o un pastiche amarillista del Alarma… no lo sé, no lo sé… Estoy en extremos acerca de la temporada de huracanes. Quizá necesito encontrar el humor para esa novela; quizá leerla en una temporada que no sea de huracanes (eso no fue metáfora, ja!). Así como hay libros para leer sentados o parados (Vasconcelos dixit), hay lectores que requieren andar de cierto «talante» (palabra rete usada por mi abuela), para leer calamidades’.

Dieron las diez en punto y la tertulia terminó. Al final éramos los últimos, como casi siempre. Antes de ello llegaron mis amigos M. y E., que son de Sonora pero que se nos unieron provenientes de un congreso de estudios literarios en la UNAM. El grupo se dispersó rápidamente. Unos al metro, otros al estacionamiento.

A la salida la calle Independencia estaba un poco húmeda. Eran ecos del huracán de Guerrero. ‘Que la temporada de huracanes se viene fuerte’, dice casi al final de su libro Fernanda Melchor. De ahí el título. Recordarlo es un poco perturbador ciertamente a la vista de las imágenes aciagas de la devastación que nos llegan a todos en estos días desde Acapulco.

Mientras caminamos unos cuantos pasos más antes de despedirnos, E. me dijo: ‘en esta calle discurren los hechos de El complot mongol de Rafael Bernal.’. He ahí la excepcionalidad china de la localización de la cantina Tío Pepe de la que les vengo yo hablando.

‘No la he leído aún’, le contesté; ‘pero lo haré’.

‘Hazlo’, me dijo al tiempo de irse alejando poco a poco con su estilo discreto y silencioso. ‘No te la pierdas. Que la disfrutes’.