Hoy presentamos en el Segundo Encuentro de Estoicismo México una mesa especial sobre el libro “Un hombre”, de Oriana Fallaci, con una selección de fragmentos que serán leídos en voz alta por Luis Felipe Tovar.

El motivo es que vemos en él, tratándose de un libro tan entrañable y apasionado, elementos filosóficos que filtrados a través de una prosa potente y bella son propiciadores en conjunto de una reflexión sobre el fundamento de la vida humana como experiencia de la historia y la política, ámbitos desde los cuales se nos aparece entonces la guerra como política total (que es como el Che Guevara, por cierto, según he dicho ya, concibió de hecho a la política: como pura acción militar, por eso fue un hombre trágico destinado a morir violentamente) y como forma definitiva del acontecer humano en tanto que tragedia colectiva a través de la cual nos es posible verle la cara al heroísmo.  

Sebastián Porrini ha dicho en su primera conferencia de los Encuentros, de cuatro que dará, que el humanismo en occidente arranca de alguna manera en un momento muy puntual de configuración homérico cuando, en la “Ilíada”, el rey Príamo abraza desde el dolor por su hijo Héctor al hombre que, desde la cólera, le ha dado muerte: Aquiles, que a su vez rompe en llanto al caer en cuenta de que tampoco a él, como a Héctor, le será posible volver a ver a su padre merced al destino que ya lo tiene marcado irremediablemente.  

Ese es el momento fundamental de aparición de la eusebeia o piedad (la pietas latina) en una obra de interpretación de la experiencia humana atenazada por el destino, el heroísmo, la tragedia, el deber, el orgullo, el dolor y la virtud (que tiene la misma raíz que virilidad) como variables ineludibles de todo proceso de configuración de la razón, y eso es precisamente lo que nos ha parecido ser el material incandescente que recogió poéticamente Oriana con sus manos para la reconstrucción de la vida de Alekos Panagulis, mostrándonos en un relato lleno de amor y de cólera política la forma en que

“la tragedia de un hombre condenado a ser un poeta, un héroe y, como tal, a ser crucificado, se mide también por la incomprensión de quien, por amor, quisiera sustraerlo a su destino y a su papel, por ejemplo distrayéndolo con las insidias de la ternura, las lisonjas del bienestar y el espejismo de una victoria que puede alcanzarse con un merecido reposo… En ese sentido –escribe Oriana hablándole a un Alekos que habita ya solamente en su memoria– nadie te comprendió nunca menos que yo, y nadie más que yo intentó sustraerte a tu destino y a tu papel”.

Para Gerardo Fernández Noroña, el gran y apasionado y necesario jacobino de la 4T y prologuista e impulsor fundamental de la reedición de este libro desde el Consejo Editorial de la Cámara de Diputados, “el libro es un canto a la vida, a la libertad y al compromiso. Alekos defendió siempre al pueblo griego y a su patria. No reparó en ningún sacrificio ni en ningún esfuerzo y pagó con su vida el compromiso con su gente y su país. Este libro es muy poderoso y constituye una de las lecturas más importantes de mi vida”.

Es un libro bello y poderoso de principio a fin, efectivamente, comenzando incluso desde los mismísimos epígrafes, sobre todo el que extrae Oriana de la “Apología de Sócrates” de Platón, en donde se nos anuncia muy griega y trágicamente por cierto lo que está por narrársenos con severidad belleza y furia: “Ha llegado la hora de partir. Cada uno de nosotros sigue su propio camino: yo a morir, vosotros a vivir. Qué sea mejor, sólo el dios lo sabe”.

Yo a morir y vosotros a vivir, que la libertad no es un derecho sino un deber, podríamos terminar diciendo entonces, también, con las palabras de una Oriana cuya firmeza y temple nos hacen tanta falta hoy en día, en estos tiempos modernos y cobardones en donde la virilidad y la valentía se nos quieren arrebatar y destruir a golpe de victimismo, lamentación y derechos progresistas.