El domingo 11 pasado tuvo lugar el Consejo Nacional de Morena, reunido para los efectos de definir las reglas y criterios para dar rumbo y sentido al proceso de selección del candidato presidencial de la coalición de la 4T (Morena, PT y PVEM) para 2024, escenario en el que, según todos los pronósticos y en vista de las tendencias actuales (marcados por la nulidad absoluta de la oposición), será definido en realidad el próximo presidente de México.
Los contendientes en esta interna son Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard, Adán Augusto López, Ricardo Monreal, Gerardo Fernández Noroña y Manuel Velasco. De los 6, tres provienen de una militancia original en el PRI, uno exclusivamente en el PVEM y dos provienen de la militancia exclusiva en la izquierda, lo que da cuenta de la dialéctica política de la cuarta generación de la izquierda, la de la revolución democrática, en la que a partir de la fusión del Partido Mexicano Socialista y la Corriente Democrática del PRI en 1988 hizo posible la configuración de un cauce histórico dentro del cual vinieron a converger trayectorias disímiles en apariencia, pero con el denominador común del nacionalismo y la democracia efectiva como proyecto estratégico que vendría a desplazar al socialismo, concepto nodal de la tercera generación de la izquierda: la de la revolución socialista.
La disputa ahora en el bloque histórico de la 4T se dará en función del problema de encontrar al candidato idóneo para coordinar a un equipo de eslabonamiento y continuidad de un proceso que evidentemente implica su proyección en el mediano y largo plazos, es decir, que requiere para su implantación política efectiva de por lo menos dos sexenios más, lo que a su vez implica entonces que, más allá de las virtudes o cualidades que se le puedan atribuir individualmente a cada candidato (cosa a la que comúnmente se reducen peligrosamente los procesos electorales), lo fundamental es saber la calidad, perfil y consistencia de los equipos tanto compactos como ampliados que rodean a cada uno, porque de ahí es de donde, eventualmente, habrían de surgir los futuros cuadros tanto para la labor organizativa como para la dirección estratégica del bloque histórico de la 4T en los años por venir.
El partido por tanto es a todos los efectos fundamental, y lo es tanto desde la perspectiva de la organización como –aún más– desde la de la formación, razón por la cual son claves las figuras de la presidencia (en estos momentos a cargo de Mario Delgado, que ha mostrado una eficacia sorprendente y es ya, indiscutiblemente, uno de los activos más importantes de la 4T), la secretaría general (a cargo de Citlalli Hernández) y la de la presidencia del Instituto Nacional de Formación Política (a cargo de Rafael Barajas El Fisgón).
Es también importante, por otro lado, tomar nota del hecho de que hablar en los términos de una Cuarta Transformación supone más que otra cosa un problema, toda vez que la caracterización de un proceso político solamente puede hacerse desde la perspectiva de la historia y de las generaciones, lo que a su vez implica entonces que solo podrá saberse con claridad qué es lo que aquí está ocurriendo una vez que hayan transcurrido los años y las décadas. Esto hace ridículo querer diferenciarse como futuro candidato desde la perspectiva de una Quinta Transformación, que es lo que en algún momento escuché decir a un lunático desorientado, ignorante y oportunista, tratando de dar a entender que él y el equipo en el que estaba colaborando estaban pensando ya en una supuesta etapa superadora de lo que apenas estamos edificando en el presente y que sólo preliminarmente he definido yo como una revolución democrática, nacionalista y populista (anti-elitista y anti-oligárquica), en la inteligencia de que la 1T fue una revolución nacional patriótica, la 2T una revolución nacional liberal y la 3T una revolución nacional social y popular.
El domingo 11 pasado tuvo lugar el Consejo Nacional de Morena, reunido para los efectos de definir las reglas y criterios para dar rumbo y sentido al proceso de selección del candidato presidencial de la coalición de la 4T (Morena, PT y PVEM) para 2024, escenario en el que, según todos los pronósticos y en vista de las tendencias actuales (marcados por la nulidad absoluta de la oposición), será definido en realidad el próximo presidente de México.
Los contendientes en esta interna son Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard, Adán Augusto López, Ricardo Monreal, Gerardo Fernández Noroña y Manuel Velasco. De los 6, tres provienen de una militancia original en el PRI, uno exclusivamente en el PVEM y dos provienen de la militancia exclusiva en la izquierda, lo que da cuenta de la dialéctica política de la cuarta generación de la izquierda, la de la revolución democrática, en la que a partir de la fusión del Partido Mexicano Socialista y la Corriente Democrática del PRI en 1988 hizo posible la configuración de un cauce histórico dentro del cual vinieron a converger trayectorias disímiles en apariencia, pero con el denominador común del nacionalismo y la democracia efectiva como proyecto estratégico que vendría a desplazar al socialismo, concepto nodal de la tercera generación de la izquierda: la de la revolución socialista.
La disputa ahora en el bloque histórico de la 4T se dará en función del problema de encontrar al candidato idóneo para coordinar a un equipo de eslabonamiento y continuidad de un proceso que evidentemente implica su proyección en el mediano y largo plazos, es decir, que requiere para su implantación política efectiva de por lo menos dos sexenios más, lo que a su vez implica entonces que, más allá de las virtudes o cualidades que se le puedan atribuir individualmente a cada candidato (cosa a la que comúnmente se reducen peligrosamente los procesos electorales), lo fundamental es saber la calidad, perfil y consistencia de los equipos tanto compactos como ampliados que rodean a cada uno, porque de ahí es de donde, eventualmente, habrían de surgir los futuros cuadros tanto para la labor organizativa como para la dirección estratégica del bloque histórico de la 4T en los años por venir.
El partido por tanto es a todos los efectos fundamental, y lo es tanto desde la perspectiva de la organización como –aún más– desde la de la formación, razón por la cual son claves las figuras de la presidencia (en estos momentos a cargo de Mario Delgado, que ha mostrado una eficacia sorprendente y es ya, indiscutiblemente, uno de los activos más importantes de la 4T), la secretaría general (a cargo de Citlalli Hernández) y la de la presidencia del Instituto Nacional de Formación Política (a cargo de Rafael Barajas El Fisgón).
Es también importante, por otro lado, tomar nota del hecho de que hablar en los términos de una Cuarta Transformación supone más que otra cosa un problema, toda vez que la caracterización de un proceso político solamente puede hacerse desde la perspectiva de la historia y de las generaciones, lo que a su vez implica entonces que solo podrá saberse con claridad qué es lo que aquí está ocurriendo una vez que hayan transcurrido los años y las décadas. Esto hace ridículo querer diferenciarse como futuro candidato desde la perspectiva de una Quinta Transformación, que es lo que en algún momento escuché decir a un lunático desorientado, ignorante y oportunista, tratando de dar a entender que él y el equipo en el que estaba colaborando estaban pensando ya en una supuesta etapa superadora de lo que apenas estamos edificando en el presente y que sólo preliminarmente he definido yo como una revolución democrática, nacionalista y populista (anti-elitista y anti-oligárquica), en la inteligencia de que la 1T fue una revolución nacional patriótica, la 2T una revolución nacional liberal y la 3T una revolución nacional social y popular.
Comparte: