Del concierto me enteré el mismo día en que ocurrió, el miércoles 31 de mayo pasado apenas revisando la cartelera jazzística de la ciudad de México, cosa que hago constantemente para ver cómo van las cosas en cuanto a presentaciones, cosas nuevas y lugares nuevos.
Al revisar la de Parker and Lenox apareció ahí la foto clásica en blanco y negro y por cierto que bastante rara de Miles Davis sonriente sentado en una silla. Si digo que es rara la foto es porque prácticamente todas las fotos de Miles nos lo muestran siempre con ese gesto adusto, serio, casi casi que enojado y displicente todo el tiempo, soberbio y hasta petulante, genial y vanguardista y disruptivo siempre en todo caso.
De inmediato tomé nota de que ese mismo día por la noche, al punto de las 9:30 PM estaba convocada la comunidad jazzera de la ciudad para escuchar ni más ni menos que el homenaje a Kind of Blue con un sexteto que, además, iba a estar liderado por el formidable contrabajista y gran amigo mío Israel Cupich.
Era imposible que fuera yo a permitirme perderme ese concierto consagrado a la evocación del que para mí es el disco más importante del siglo XX grabado en 1959 para partirlo en dos demarcando el límite en función del cual se explica el antes y el después en la historia del jazz y la de la música moderna en general.
Convoqué de inmediato a compañeros y amigos para ver quién se animaba a acompañarme en el improvisado plan, siendo al final dos nada más los que lo lograron. Nuestro ingreso al recinto estaba comprometido porque las reservaciones se habían agotado, no obstante lo cual decidimos ir así nomás para ver si con suerte lográbamos entrar.
Por ahí de las 7:30 estaba ya en un café muy cerca de P&L, al que llegaron mis contertulios para dirigirnos entonces al poco rato al club con el ánimo de que llegando temprano lo fuéramos a lograr. Y así ocurrió por cierto, pero por virtud más bien de que nos encontramos al buen Isra Cupich en la puerta cuando llegaba, haciendo lo procedente para que, hablando dos palabras con los anfitriones, entráramos por fin al foro general asignándosenos además un lugar de primera, al ladito nomás del escenario y justo en contigüidad con la mesa de los músicos, que poco a poco fueron llegando para que por ahí de las 10 de la noche aproximadamente diera inicio uno de los conciertos más perfectos, sublimes y magistrales del año sin duda ninguna.
Y es que Kind of Blue, ya digo, es un acontecimiento de la historia. Grabado en dos sesiones en marzo y abril del 59 en las instalaciones de la Columbia Records en el entonces 207 Este de la calle 30 de Nueva York, un conjunto de músicos en sus treinta más o menos (John Coltrane, Julian “Cannonball” Adderley, Jimmy Cobb, Paul Chambers, Bill Evans y Wynton Kelly) fueron convocados por una de las personalidades más enigmáticas, complejas y fantásticas de la historia de la música moderna, Miles Davis, para grabar algo sin demasiada preparación o ensayo previo pero que terminó por configurar una órbita musical, armónica y estética fascinante e irrepetible y llamada a perdurar como forma canónica del refinamiento más exquisito y objeto artístico, al mismo tiempo, de sublimación de los sentidos que al día de hoy, en pleno 2023, te sigue sumiendo en tu asiento como si se tratara de una droga irresistible mediante la cual te trasladas en transe hacia los territorios misteriosos de una ceremonia cuasi religiosa.
Y en este caso concreto el efecto ceremonioso se repitió con exquisitez y sublimidad paralizantes y llenas de una suerte de belleza displicente y exigente en Parker and Lenox, con una agrupación liderada por Cupich que alcanzó los registros de la perfección en cuanto a coordinación y soberanía absoluta de unos instrumentos que, nomás se tocó el primer compás de esa pieza eterna y soberbia que es So What, nos hizo constatar que lo que estaba por ocurrir estaba siendo un acontecimiento.
La alineación del sexteto fue la siguiente: Javier Rodríguez en la trompeta, Santiago Von en el saxofón alto, Diego Franco en el saxofón tenor, Nicolás Santella al piano, Gabriel Puentes en la batería e Israel Cupich en el contrabajo.
En el primer set se interpretó tal cual Kind of Blue, con una pequeña modificación nada más en el orden de las piezas, que si no recuerdo mal fue como sigue: So What, Blue in Green, All Blues, Flamenco Sketches (en todas ellas estuvo Bill Evans en el piano) para terminar con Freddie Freeloader (que fue la única en la que en el piano estuvo Wynton Kelly). En el segundo set la selección fue igualmente exquisita y equilibrada: On Green Dolphin Street, Stella by Starlight, Love for sale, Solar y una cuyo nombre la verdad es que se me escapa.
El control técnico, el virtuosismo interpretativo, la maestría musical, la perfección coordinativa, la arrogancia segura y fascinante de todos estos músicos hizo que el concierto se escuchara como si fuera aquél mismísimo sexteto del 59 el que estaba tocando ahí nomás frente a nosotros, replicando la estructura completa de cada pieza pero con una aportación única y rica y libre a la hora de los solos, saliendo y entrando con sutileza y soltura de las pistas de cada una de las piezas pero con un sello propio tanto de conjunto como individual que te permitía seguir las líneas fundamentales de cada una de ellas para soltarlas luego y dejar que fuera cada uno de los miembros del sexteto los que continuaran con el trazado de un lienzo único e irrepetible que debió de haberse grabado digo yo.
Fue una ceremonia en toda regla, sí señor. Una ceremonia cuasi religiosa y un homenaje generoso y perfecto de principio a fin a una de las obras de arte total más extraordinarias que jamás se han producido, realizado por músicos que, por lo demás, son ellos mismos generosos, francos y genuinos.
Quienes no conocían Kind of Blue lo conocieron por fin esa noche, y tal vez ocurra ahora con ellos lo que también me pasó a mí la primera vez que yo lo hice, y es el hecho de que, a partir de que lo haces, la música, cualquier música, no la vuelves jamás a escuchar igual.
Del concierto me enteré el mismo día en que ocurrió, el miércoles 31 de mayo pasado apenas revisando la cartelera jazzística de la ciudad de México, cosa que hago constantemente para ver cómo van las cosas en cuanto a presentaciones, cosas nuevas y lugares nuevos.
Al revisar la de Parker and Lenox apareció ahí la foto clásica en blanco y negro y por cierto que bastante rara de Miles Davis sonriente sentado en una silla. Si digo que es rara la foto es porque prácticamente todas las fotos de Miles nos lo muestran siempre con ese gesto adusto, serio, casi casi que enojado y displicente todo el tiempo, soberbio y hasta petulante, genial y vanguardista y disruptivo siempre en todo caso.
De inmediato tomé nota de que ese mismo día por la noche, al punto de las 9:30 PM estaba convocada la comunidad jazzera de la ciudad para escuchar ni más ni menos que el homenaje a Kind of Blue con un sexteto que, además, iba a estar liderado por el formidable contrabajista y gran amigo mío Israel Cupich.
Era imposible que fuera yo a permitirme perderme ese concierto consagrado a la evocación del que para mí es el disco más importante del siglo XX grabado en 1959 para partirlo en dos demarcando el límite en función del cual se explica el antes y el después en la historia del jazz y la de la música moderna en general.
Convoqué de inmediato a compañeros y amigos para ver quién se animaba a acompañarme en el improvisado plan, siendo al final dos nada más los que lo lograron. Nuestro ingreso al recinto estaba comprometido porque las reservaciones se habían agotado, no obstante lo cual decidimos ir así nomás para ver si con suerte lográbamos entrar.
Por ahí de las 7:30 estaba ya en un café muy cerca de P&L, al que llegaron mis contertulios para dirigirnos entonces al poco rato al club con el ánimo de que llegando temprano lo fuéramos a lograr. Y así ocurrió por cierto, pero por virtud más bien de que nos encontramos al buen Isra Cupich en la puerta cuando llegaba, haciendo lo procedente para que, hablando dos palabras con los anfitriones, entráramos por fin al foro general asignándosenos además un lugar de primera, al ladito nomás del escenario y justo en contigüidad con la mesa de los músicos, que poco a poco fueron llegando para que por ahí de las 10 de la noche aproximadamente diera inicio uno de los conciertos más perfectos, sublimes y magistrales del año sin duda ninguna.
Y es que Kind of Blue, ya digo, es un acontecimiento de la historia. Grabado en dos sesiones en marzo y abril del 59 en las instalaciones de la Columbia Records en el entonces 207 Este de la calle 30 de Nueva York, un conjunto de músicos en sus treinta más o menos (John Coltrane, Julian “Cannonball” Adderley, Jimmy Cobb, Paul Chambers, Bill Evans y Wynton Kelly) fueron convocados por una de las personalidades más enigmáticas, complejas y fantásticas de la historia de la música moderna, Miles Davis, para grabar algo sin demasiada preparación o ensayo previo pero que terminó por configurar una órbita musical, armónica y estética fascinante e irrepetible y llamada a perdurar como forma canónica del refinamiento más exquisito y objeto artístico, al mismo tiempo, de sublimación de los sentidos que al día de hoy, en pleno 2023, te sigue sumiendo en tu asiento como si se tratara de una droga irresistible mediante la cual te trasladas en transe hacia los territorios misteriosos de una ceremonia cuasi religiosa.
Y en este caso concreto el efecto ceremonioso se repitió con exquisitez y sublimidad paralizantes y llenas de una suerte de belleza displicente y exigente en Parker and Lenox, con una agrupación liderada por Cupich que alcanzó los registros de la perfección en cuanto a coordinación y soberanía absoluta de unos instrumentos que, nomás se tocó el primer compás de esa pieza eterna y soberbia que es So What, nos hizo constatar que lo que estaba por ocurrir estaba siendo un acontecimiento.
La alineación del sexteto fue la siguiente: Javier Rodríguez en la trompeta, Santiago Von en el saxofón alto, Diego Franco en el saxofón tenor, Nicolás Santella al piano, Gabriel Puentes en la batería e Israel Cupich en el contrabajo.
En el primer set se interpretó tal cual Kind of Blue, con una pequeña modificación nada más en el orden de las piezas, que si no recuerdo mal fue como sigue: So What, Blue in Green, All Blues, Flamenco Sketches (en todas ellas estuvo Bill Evans en el piano) para terminar con Freddie Freeloader (que fue la única en la que en el piano estuvo Wynton Kelly). En el segundo set la selección fue igualmente exquisita y equilibrada: On Green Dolphin Street, Stella by Starlight, Love for sale, Solar y una cuyo nombre la verdad es que se me escapa.
El control técnico, el virtuosismo interpretativo, la maestría musical, la perfección coordinativa, la arrogancia segura y fascinante de todos estos músicos hizo que el concierto se escuchara como si fuera aquél mismísimo sexteto del 59 el que estaba tocando ahí nomás frente a nosotros, replicando la estructura completa de cada pieza pero con una aportación única y rica y libre a la hora de los solos, saliendo y entrando con sutileza y soltura de las pistas de cada una de las piezas pero con un sello propio tanto de conjunto como individual que te permitía seguir las líneas fundamentales de cada una de ellas para soltarlas luego y dejar que fuera cada uno de los miembros del sexteto los que continuaran con el trazado de un lienzo único e irrepetible que debió de haberse grabado digo yo.
Fue una ceremonia en toda regla, sí señor. Una ceremonia cuasi religiosa y un homenaje generoso y perfecto de principio a fin a una de las obras de arte total más extraordinarias que jamás se han producido, realizado por músicos que, por lo demás, son ellos mismos generosos, francos y genuinos.
Quienes no conocían Kind of Blue lo conocieron por fin esa noche, y tal vez ocurra ahora con ellos lo que también me pasó a mí la primera vez que yo lo hice, y es el hecho de que, a partir de que lo haces, la música, cualquier música, no la vuelves jamás a escuchar igual.
Miles smiles
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