Libros

Sobre Juan y el surco de su hermano

Yo libros de cuento no es que tenga demasiados. Lo mío, para los efectos narrativos, es la prosa novelada, y, sobre todo, la prosa desbordada y densa a lo Herman Broch o a lo Leopoldo Marechal, lo que no obsta para reconocer la verdad de aquello que decía José Revueltas sobre el cuento, en el sentido de que se trataba para él del mejor esquema posible para ejercitar las facultades dialécticas –es decir sintéticas– de un narrador, pues la economía de espacio lo obligaba a ceñirse a la nervadura fina de la trama para desplegar de manera clara, concisa y breve los componentes dramáticos de que se trate, lo que a su vez lo obligaba a poner en juego lo mejor de su técnica (descriptiva, sintáctica, explicativa, sintética) para producir los resultados y efectos buscados sin poder servirse de formas expandidas o abundantes entre medio de las cuales es fácil perderse (como fácil es perderse deleitado por la pura forma narrativa y oceánica en Paradiso, La muerte de Virgilio o La montaña mágica).

Creo en todo caso que, de lo poco que tengo leído de cuento, diría que es Max Aub mi referente y mi canon (a Chejov no lo he leído, y sé que es fundamental, así como Isaak Bábel), que además de tener una vasta obra novelística, tiene también un buen número de libros de cuento, dentro de los que yo recuerdo con cariño La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco. Una maravilla de experiencia literaria ciertamente.

Pero ocurre que hace unas semanas nada más, y dicho todo lo anterior, llegó a mis manos un libro de cuentos, en efecto, que me ha resultado bello y estremecedor: Juan y el surco de su hermano, de mi querido amigo guanajuatense Jorge Barroso Segoviano (Cruz de Aguilar, Romita, Gto., 1979).

El libro está editado en 2013 por Ediciones la rana del Instituto Estatal de Cultura del Gobierno de Guanajuato (colección Autores de Guanajuato), con derechos reservados también para el Instituto Estatal de Atención al Migrante Guanajuatense y sus Familias. Hago mención de esto último no porque tenga interés en dar consigna de la ficha técnica de la edición, sino porque ahí se encierran claves del contenido de los cuentos compilados y sobre todo de su belleza triste por decirlo de algún modo: esto es lo que me ha estremecido, además de que también explica el hecho de que el libro sea bilingüe, con traducción al ingles a cargo de Louise Behal Price.

Y es que Juan y el surco de su hermano es ciertamente un libro profundamente trise y bello a la vez. Y lo es a tal grado que por eso he querido escribir estas líneas. Es triste porque es un libro sobre la pobreza, la desolación, la muerte, la migración, la falta de horizonte y la ausencia total de futuro o de destino en la que es muy fácil reconocer plasmada la realidad de tantas partes de México y la de tantos cientos de miles de mexicanos, y seguramente la del Guanajuato que vio a nacer Jorge Barroso Segoviano, y que se proyecta sobre los escenarios miserables de tantos pueblos de México que con tanta nitidez también reprodujeran Rulfo o Magdaleno o Mariano Azuela, no se diga José Revueltas, y que Jorge teje en filigrana con hilos de naturaleza religiosa o teológica con una finura que nos permite reconocer sus pasos por el seminario dada la solvencia teológica y filosófica que maneja con soberanía chestertoniana o revueltiana, como cuando en ‘Contradictorio’, hace decir a uno de los personajes que

La Iglesia nos enseña que el hombre está compuesto de cuerpo y alma. Cuando por primera vez leí a Platón y me topé con su teoría del mundo de las ideas me sentí atraído por su pensamiento. «El cuerpo es la cárcel del alma», tiene razón Platón, me dije a mí mismo. No obstante mi simpatía por esta teoría, era motivado por un sentimiento semejante al que probablemente movió a Platón a escribir. ¿Acaso no sucede con frecuencia que uno se siente encerrado en sí mismo? Por otro lado, nunca he sido partidario de los que dicen que el hombre se limita a ser simplemente materia, ¿cómo explican entonces la tendencia que tenemos hacia el infinito? El alma es la participación que Dios nos hace de su divinidad. (p. 54)

Así, y como ocurre con prácticamente toda la obra de José Revueltas –y dicho sea esto sin perjuicio de su ateísmo marxista, el de Revueltas, más recalcitrante–, todos los cuentos de Juan y el surco de su hermano están como atravesados o atenazados, tensados por esa presencia misteriosa de Dios que tal vez no se pueda ver pero sí sentir, así sea en el sentimiento de una fe desesperada quizás a la que se aferran los habitantes de los pueblos más recónditos y desolados y muchas veces o casi siempre miserables, en los que se oyen decir (o pensar) cosas como las que Jorge Barroso pone en boca de los personajes de ‘Los guaraches de cuero’, tal vez el más bellamente triste de todos los cuentos, para hacerlos afirmar cosas como éstas:

Odio la miseria de esta tierra, la ignorancia de la gente, pero sobre todo odio haber nacido bajo este cielo. Aquí, en este maldito rincón del mundo no hay futuro. La gente nomás vive a lo menso hasta que un día se muere o se vuelve loca. ¿Quién iba a decir que mi sobrino moriría de esa manera? ¡Por Dios santo! ¿Quién iba a pensar que mi hermana terminaría así de loca? […]

Cuando me fui de esta tierra juré que jamás volvería a pisar su polvo. Me fui harta de comer lo mismo, de ver lo mismo, de escuchar lo mismo […]

Figúrese, el dolor que no me dio cuando lo traje al mundo me lo está cobrando doble con su muerte. Y qué muerte tan más triste. En el último brillo de sus ojos alcancé a vislumbrar su amargura… La enfermedad tuvo que ver mucho con su muerte, pero no se murió de eso. Más que una dolencia en el cuerpo lo mató un sentimiento que le pudrió el corazón. Se le encajó una espina ponzoñosa en el alma y me lo echó a perder. Mi niño no debió haber muerto, pero se dejó morir. Lo único que me queda de él son estos guaraches nuevos que nunca se puso […]

La otra vez que le dije lo mucho que extraño mis guaraches de cuero prometió que me compraría unos igualitos a los que tenía. Solamente ella sabe lo mucho que me gustaban esos guaraches. Me duraron más de tres años y nunca se rompieron. A lo mejor todavía los tendría si no me hubieran descabalado el par. No juro porque jurar es malo, pero juraría que el perro cojo de los Tapia fue el ladrón de mis guaraches […]

A mi sobrino le gustaba encontrar figuras en las nubes. Su sensibilidad era tan poco común a la de los niños de su edad que me pareció un signo de la providencia. Por eso le escondí un guarache, para liberarlo de su destino. Quería sembrarle en el corazón el deseo de conocer lo que existe más allá de las montañas; que viajara y que luego volviera trayéndonos progreso. Desafortunadamente, mi sobrino nunca se acostumbró a sus zapatos nuevos. La piel de sus pies desconocieron al material de los zapatos que le compré y fue cuestión de días para que le diera el mal de los abuelos. Primero le salieron ronchas rojas. Luego se hicieron moradas y al final negras. ¡Cuánto sufrió la criatura! Cuando le entraba comezón se rascaba con las uñas y a veces hasta con piedras. Pobre de mi sobrino, no debió haber muerto pero entre todos lo matamos […]

Primero comencé a leer Juan y el surco de su hermano con interés sincero por tratarse del libro de mi amigo Jorge. Después, a las dos o tres páginas, el interés se transformó en interés literario y después en interés intelectual, tras de lo cual me fui por un lápiz para comenzar a subrayar –cosa por completo inusual en un libro de cuentos, no así en uno de ensayo– fraseos, ideas, afirmaciones, recursos para encapsular una sensación, un sentimiento, una vivencia, o la amargura de un padre que en el lecho de muerte le dice a su hijo Manuelito ‘¡hijito mío!, tú perdóname por haberte criado en la pobreza’ (‘Juan y el surco de su hermano’), para terminar por constatar que en las manos tenía un libro triste, sí, pero también bello, muy bello, de un escritor joven y un poco introvertido, me parece a mí, sobre todo porque nunca me había contado con detalle o el detenimiento debido el hecho de que eso que estaba yo subrayando casi casi cada página o cada dos páginas, era el resultado de una pasión intensa y fundamental mediante la que ha hecho que yo no me olvide nunca de lo difícil, y triste y desolador, y tal vez sin sentido, que para muchos es vivir.

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