Antonio Gramsci Filosofía política

Gramsci: intuición y arte político

Antonio Gramsci Julio Ibarra © Gramscimanía

[Antonio Gramsci, por Julio Ibarra, en Gramscimanía.]

Hay que analizar, por ejemplo, lo que puede significar «intuición» en la política, y la expresión «arte» político, etc. Recordar al mismo tiempo algunos puntos de Bergson: «La inteligencia no nos ofrece de la vida [la realidad en movimiento] sino una traducción a términos de inercia. Da vueltas alrededor y toma de afuera el mayor número posible de vistas del objeto, atrayéndolo hacia sí en vez de entrar en él. Pero en la interioridad misma de la vida nos pondrá la intuición: quiero decir, el instinto cuando se hace desinteresado». «Nuestro ojo percibe los rasgos del ser vivo, pero aproximados unos a otros, no organizados los unos con los otros. La intención de la vida, el movimiento simple que discurre por las líneas, que las liga unas con otras y les da una significación, se escapa al ojo, y ésa es la intención que el artista tiende a aferrar colocándose en el interior del objeto con una especie de simpatía, bajando, con un esfuerzo de intuición, la barrera que pone el espacio entre él y el modelo. Pero es verdad que la intuición estética aferra sólo lo individual». «La inteligencia se caracteriza por una incapacidad natural de comprender la vida, pues representa claramente sólo lo discontinuo y la inmovilidad».

Pero la intuición política se distingue de la intuición estética, o lírica o artística: en realidad no se habla de arte político sino por metáfora. La intuición política no se manifiesta en el artista, sino en el «jefe», y ha de entenderse por «intuición» no el «conocimiento de los individuos», sino la rapidez para conectar hechos aparentemente ajenos unos a otros y en concebir los medios adecuados al fin, para descubrir los intereses que están en juego y para suscitar las pasiones de los hombres y enderezarlas a una acción determinada. La «expresión» del «jefe» es la «acción» (en sentido positivo o negativo, desencadenar una acción o impedir que se produzca una determinada acción, congruente o incongruente con la finalidad que se busca). Por otra parte, el «jefe» puede ser en política un individuo, pero también un cuerpo político más o menos numeroso: caso en el cual, este último, la unidad de intentos será alcanzada por un individuo o por un pequeño grupo interno, y por un individuo dentro de ese pequeño grupo, y el individuo en cuestión puede ser distinto cada vez, mientras que el grupo se mantiene unitario y coherente en su obra continuada.

Si hubiera que traducir a un lenguaje político moderno la noción de «príncipe», tal como funciona en el libro de Maquiavelo, habría que hacer una serie de distinciones: «príncipe» podría ser un jefe de Estado, un jefe de gobierno, pero también un jefe político que quiera conquistar un Estado o fundar un nuevo tipo de Estado; en este sentido «príncipe» podría traducirse a la lengua moderna por «partido político». En la realidad de algún Estado, el «jefe del Estado», o sea, el elemento equilibrador de los diversos intereses en lucha contra el interés que prevalece, pero que no es exclusivo en un sentido absoluto, es precisamente el «partido político»; pero, a diferencia de lo que ocurre en el derecho constitucional tradicional, el partido político no reina ni gobierna jurídicamente: tiene «poder de hecho», ejerce la función hegemónica y, por tanto, equilibradora de intereses diversos en la «sociedad civil», la cual, empero, está tan entrelazada de hecho con la sociedad política que todos los ciudadanos sienten que en realidad reina y gobierna. Sobre esa realidad en movimiento continuo no se puede crear un derecho constitucional de tipo tradicional, sino sólo un sistema de principios que afirmen como finalidad del Estado su propia disolución, su propia desaparición, o sea, la reabsorción de la sociedad política por la sociedad civil.

Cuadernos de la cárcel.

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