Una de las características fundamentales del materialismo histórico es la de permitir a quien lo usa como metodología de análisis político la incorporación de una triple perspectiva de gran potencia explicativa, y que es la que resulta de cruzar el enfoque de la historia con el de la economía política y la filosofía para hacer posible tener una mirada poliédrica sobre procesos que, de otra forma, pudieran parecer insignificantes si se ven desde una única perspectiva. Léase El 18 Brumario de Luis Bonaparte de Carlos Marx como ejemplo de lo que digo.
Es sabido que el marxismo, según la interpretación canonizada por Lenin, es el resultado intelectual de tres fuentes fundamentales: el socialismo francés (fruto de la revolución francesa), la economía política inglesa (fruto de la revolución industrial) y la filosofía clásica alemana (fruto del germanismo hecho sistema por Hegel), tríada a la que también habría que añadir a la tradición medular de la literatura universal que va de los trágicos griegos a Balzac pasando por Cervantes, según nos enseña S.S. Prawer en su hermoso libro Karl Marx and World Literature (1976), razones todas estas por las cuales es tan atinado el título de la formidable y apasionada biografía de Marx hecha por Jaques Attali Karl Marx o el espíritu del mundo, en donde, sin ser él mismo marxista, dijo que es imposible no reconocerle el estatuto de genio intelectual de todos los tiempos al haber sido capaz de resumir, en su cabeza y en su obra, las contradicciones fundamentales del suyo como solo muy pocos lo han logrado hacer en la historia.
Gustavo Bueno dijo luego, penetrando más adentro todavía en las entrañas de la tesis de Lenin, que la significación filosófica de Marx se debía al hecho de haber logrado conjugar el concepto de fabricación de la economía política inglesa con el de objetivación de la filosofía clásica alemana para hacerlos converger en la idea de producción como pivote fundamental de la antropología filosófica y, en general, de la dialéctica de la política, de suerte tal que es en la objetividad concreta de las operaciones humanas en donde se encuentra el fundamento de las instituciones como figura determinante de toda racionalidad histórica.
En México yo no encuentro otro escritor que haya logrado comprender y desarrollar la potencia analítica de Marx y el marxismo como José Revueltas (1914 -1976), y que lo haya utilizado además y sobre todo para la redacción de textos pensados con un enfoque práctico y desde luego que militante, pero sobre todo práctico, a mil leguas de haberlo hecho como textos académicos o para eruditos.
Reconocido en su poderío intelectual por el mismísimo Daniel Cosío Villegas, Revueltas fue un pensador poliédrico que ejerció como casi nadie el arsenal del materialismo histórico para incorporar, en un único sistema, infinidad de partes de la realidad social e histórica de México para interpretarlo como atributos de un mismo todo en movimiento dialéctico, ya sea que se tratara del cine, de la historia, de la estética, de la literatura, de la filosofía o de la política, partiendo de la tesis central de que México es una entidad histórica contradictoria que al mismo tiempo tiene forma de caballo, de serpiente y de águila, circunstancia detrás de la cual, entre otras cosas, está el hecho incontrovertible de que sólo es posible hablar de México como nación política a partir de la conquista y no antes.
Pero además de genio teórico, José Revueltas fue un escritor sublime, poseedor de una de las prosas más bellas de las letras hispánicas de todos los tiempos que yo no dejo de leer nunca así me haya leído ya, enteros, los veintiséis tomos de sus obras completas, cosa que considero como uno de los grandes acontecimientos intelectuales de mi vida.
Los días terrenales la he leído cuatro veces, y ese será el nombre de esta columna con la que doy inicio a mis colaboraciones en El Independiente.
Una de las características fundamentales del materialismo histórico es la de permitir a quien lo usa como metodología de análisis político la incorporación de una triple perspectiva de gran potencia explicativa, y que es la que resulta de cruzar el enfoque de la historia con el de la economía política y la filosofía para hacer posible tener una mirada poliédrica sobre procesos que, de otra forma, pudieran parecer insignificantes si se ven desde una única perspectiva. Léase El 18 Brumario de Luis Bonaparte de Carlos Marx como ejemplo de lo que digo.
Es sabido que el marxismo, según la interpretación canonizada por Lenin, es el resultado intelectual de tres fuentes fundamentales: el socialismo francés (fruto de la revolución francesa), la economía política inglesa (fruto de la revolución industrial) y la filosofía clásica alemana (fruto del germanismo hecho sistema por Hegel), tríada a la que también habría que añadir a la tradición medular de la literatura universal que va de los trágicos griegos a Balzac pasando por Cervantes, según nos enseña S.S. Prawer en su hermoso libro Karl Marx and World Literature (1976), razones todas estas por las cuales es tan atinado el título de la formidable y apasionada biografía de Marx hecha por Jaques Attali Karl Marx o el espíritu del mundo, en donde, sin ser él mismo marxista, dijo que es imposible no reconocerle el estatuto de genio intelectual de todos los tiempos al haber sido capaz de resumir, en su cabeza y en su obra, las contradicciones fundamentales del suyo como solo muy pocos lo han logrado hacer en la historia.
Gustavo Bueno dijo luego, penetrando más adentro todavía en las entrañas de la tesis de Lenin, que la significación filosófica de Marx se debía al hecho de haber logrado conjugar el concepto de fabricación de la economía política inglesa con el de objetivación de la filosofía clásica alemana para hacerlos converger en la idea de producción como pivote fundamental de la antropología filosófica y, en general, de la dialéctica de la política, de suerte tal que es en la objetividad concreta de las operaciones humanas en donde se encuentra el fundamento de las instituciones como figura determinante de toda racionalidad histórica.
En México yo no encuentro otro escritor que haya logrado comprender y desarrollar la potencia analítica de Marx y el marxismo como José Revueltas (1914 -1976), y que lo haya utilizado además y sobre todo para la redacción de textos pensados con un enfoque práctico y desde luego que militante, pero sobre todo práctico, a mil leguas de haberlo hecho como textos académicos o para eruditos.
Reconocido en su poderío intelectual por el mismísimo Daniel Cosío Villegas, Revueltas fue un pensador poliédrico que ejerció como casi nadie el arsenal del materialismo histórico para incorporar, en un único sistema, infinidad de partes de la realidad social e histórica de México para interpretarlo como atributos de un mismo todo en movimiento dialéctico, ya sea que se tratara del cine, de la historia, de la estética, de la literatura, de la filosofía o de la política, partiendo de la tesis central de que México es una entidad histórica contradictoria que al mismo tiempo tiene forma de caballo, de serpiente y de águila, circunstancia detrás de la cual, entre otras cosas, está el hecho incontrovertible de que sólo es posible hablar de México como nación política a partir de la conquista y no antes.
Pero además de genio teórico, José Revueltas fue un escritor sublime, poseedor de una de las prosas más bellas de las letras hispánicas de todos los tiempos que yo no dejo de leer nunca así me haya leído ya, enteros, los veintiséis tomos de sus obras completas, cosa que considero como uno de los grandes acontecimientos intelectuales de mi vida.
Los días terrenales la he leído cuatro veces, y ese será el nombre de esta columna con la que doy inicio a mis colaboraciones en El Independiente.
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