Por Carlos Martínez
Eran días de sol, de sombras prolongadas. Desde la distancia, era espectador de una vida que no me pertenecía. No era parte de las horas en las que el mundo, y su sentido, si es que había un sentido, se manifestaba en las costumbres de aquellos a los que observaba. Acostumbrado a una soledad involuntaria, me quedaba durante mucho tiempo en la cama, asomándome a la calle solo lo necesario, lo apenas suficiente para evitar el soliloquio que hubiera podido convertirme en un loco, en un paria desterrado en los rincones de su propia casa. En el encierro aprendí a distraerme con cosas mínimas, a leer las mismas hojas siempre, el conjunto de papeles sucios y arrugados que tantas veces me hicieron compañía. Algunas veces escribía, acomodaba letras, y el saberme eso, un acomodador de signos, terminó por convertirme en lo que ahora soy.
Papeles sin clasificar
Por Carlos Martínez
Eran días de sol, de sombras prolongadas. Desde la distancia, era espectador de una vida que no me pertenecía. No era parte de las horas en las que el mundo, y su sentido, si es que había un sentido, se manifestaba en las costumbres de aquellos a los que observaba. Acostumbrado a una soledad involuntaria, me quedaba durante mucho tiempo en la cama, asomándome a la calle solo lo necesario, lo apenas suficiente para evitar el soliloquio que hubiera podido convertirme en un loco, en un paria desterrado en los rincones de su propia casa. En el encierro aprendí a distraerme con cosas mínimas, a leer las mismas hojas siempre, el conjunto de papeles sucios y arrugados que tantas veces me hicieron compañía. Algunas veces escribía, acomodaba letras, y el saberme eso, un acomodador de signos, terminó por convertirme en lo que ahora soy.
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